LA CITA

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Al día siguiente Willow se pasa la mañana viviendo en una nube. Brincando de lado a lado feliz por lo ocurrido. ¡Su primera cita! 

Se ha pasado todo el día pensando en que ponerse, en como actuar, de que hablar... Todo para tener la cita perfecta con el chico perfecto. 

Indecisa se mira en el espejo. Sus anchas caderas hacen que los pantalones le queden extraños. Su pequeño cuerpo solo le recuerda la diferencia con el resto de cambia formas. Hace una mueca de disgusto y cambia de atuendo.

Esta vez una falda corta de vuelo azul resalta sus curvas y una linda blusa de flores le hace ver inocente y joven. Casi infantil. 

- Hija.- Su madre abre la puerta de par en par asustando a la coneja.- ¡Por la diosa! Willow estás hermosa.

Su madre se abalanza sobre ella con un abrazo disipando todas las dudas sobre el atuendo. Es una mujer menuda de pelo castaño como su hija y sonrisa amable aunque asustadiza. 

- Estoy nerviosa mamá.- Se atreve a aceptar la chica resignada. Las manos le sudan y se las seca sobre la falda en movimientos intranquilos.- ¿Y si no le gusto?

La señora Haley le sonríe enternecida. Recuerda sus años jóvenes cuando temía no encontrar a la persona adecuada. 

- Cariño. Ese hombre tiene muchísima suerte de salir contigo. Si no lo ve, es que no te merece.

Willow suspira perdida en sus pensamientos. Se queda unos segundos ahí parada frente al espejo. Mirando su reflejo aún nerviosa. Ese rubio tan caballeroso y formal podría ser su pareja. Tal vez funcionase.

El timbre suena por toda la casa de los Haley. Haciendo a ambas saltar en su sitio. Su madre trata de infundirle valor mientras Willow camina temblando hacia la entrada. 

- Pasarlo bien y ten cuidado.- Se despide de su hija.- Y sobre todo, Willow, ni se os ocurra entrar al bosque.

Su voz es seria. Como cada vez que se trata de la seguridad de su familia.

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Unas risas se escuchan por la plaza. La nueva pareja pasea tranquila ajena a las miradas curiosas de los pocos que están por la calle a estas horas de la noche. 

La cena ha sido estupenda. Willow no puede creerse su suerte. Egmont ha sido todo un caballero en aquel restaurante italiano. 

- Y dime conejita. ¿Te gusta vivir aquí?

Willow observa el bosque, que solo es una masa oscura sin iluminación por la noche. Recuerda todo a lo que aspira y todo lo que sabe que jamás podrá vivir si se mantiene en Sherfield.

- No me malinterpretes.- Sonríe al hombre.- Es un pueblo precioso, pero creo que hay algo ahí fuera para mi. 

El rubio ríe. Incrédulo por los locos sueños de una coneja. Es el cambia formas más débil y miedoso del mundo. Sería tonto pensar en que le espera algo más en el mundo exterior. 

- ¿Una pareja? 

Willow lo mira incrédula y sonrojada ¿A caso está insinuando algo?

- No... Bueno si... 

Egmont ríe de nuevo esta vez más alto. 

- ¿Qué otro sueño puede tener una conejita como tu?- Dice acercándose aún más a ella. 

Algo en su tono de voz le molesta. Tal vez es la pregunta. O tal vez es que por fin se da cuenta de que aún no le ha llamado por su nombre en toda la cita. Solo conejita. La chica se cruza de brazos, un poco ofendida por la pregunta. 

- Bueno. Tengo más aspiraciones que encontrar un macho y mantener la casa limpia.

El hombre no contesta. Los dos paran en medio de la calle desierta. Él abanza, por fin, los pasos que los separan, como había querido hacer toda la cita. 

Una linda coneja, a la que desea montar desde hace rato. ¿Como se sentirá? Es la pregunta que le ha rondado la cabeza toda la noche.

-¿Qué... qué haces?- Titubea ella apartandose cuando él se lanza a sus brazos.

Tal vez parecía formal y educado. Pero la forma en la que sus labios impactan contra los dulces y carnosos de Willow no son nada educados. Ella trata de apartarlo empujandolo lejos pero él le agarra fuerte de los brazos forzandola aún más. 

Le hace daño. Ella gira la cabeza y patalea hasta que consigue pisarle fuerte haciendolo retroceder. Egmont pierde la paciencia y cabreado se queja por el dolor. 

- ¡Eres una puta! ¡Dejate!

Willow trata de salir corriendo aunque las uñas del hombre se clavan en su antebrazo. Entra en pánico, sus instintos le hacen querer huír de aquel hombre que creyó que podría ser su pareja. Se siente de nuevo una indefensa coneja que puede ser presa de cualquiera.

- ¡Sueltame! ¡Sueltame Egmont!

Pero él no la escucha. Tratando de pasar los brazos por su cintura. Sentir sus anchas caderas junto a las suyas.

Tras un duro forcejeo consigue deshacerse de su agarre de nuevo y esta vez corre más. Tan veloz como puede. El miedo le aprieta el pecho y solo es capaz de escuchar los gritos del hombre que la persigue.

La calle se acaba y los metro que les separan también se reducen. No hay escapatoria. Solo el bosque. Un bosque silencioso y tenebroso que parece ser su única escapatoria. 

"Ni se os ocurra entrar al bosque" Se repiten en su cabeza las palabras de su madre. Pero no hay marcha atrás en cuanto pone el primer pie en la arboleda. 

Corre sin detenerse. Le falta el aliento, el vaho sale de su boca por el frío aunque ella suda por la adrenalina y el miedo.

No ve por donde pisa. Las ramas arañan su cara aunque no se detiene. Entonces una raíz se engancha entre sus pies haciendola caer de bruces. El dolor en su mandíbula la deja aturdida durante unos segundos. 

El tiempo suficiente como para que el rubio la acorrale contra un arbol dañadola por el golpe contra la corteza y agarrandola de la blusa.

Sus respiraciones se mezclan. Willow no puede evitar soltar algunas lágrimas por la impotencia, por el miedo. ¿No se supone que estaría a salvo rodeada de hervíboros? Nunca en su vida se había sentido tan desprotegida. 

Egmont está fuera de si. Totalmente hipnotizado por aquél olor dulzón de la coneja.

- Por favor Egmont.- Susurra Willow tratando de convencerle.- Por favor no lo hagas. No lo hagas. 

Sin embargo la mano del hombre se cuela por la blusa haciendo llorar más a la coneja. Se siente perdida. No hay nada más que hacer, este será su fin.

Entonces lo oye. El gruñido más profundo y furioso que ha escuchado en la vida. De Egmon no proviene. Los hervíboros no gruñen. Solo...

Algo o alguien choca contra Egmont. Un enorme cuerpo que tira al rubio al suelo. Willow no puede moverse. Su pecho sube y baja aritmicamente y el pánico la aborda aún más obligandola a cerrar los ojos sin querer mirar.

Gritos. Gritos y gruñidos se cuelan por los agudos oídos de la coneja que desearía no tener tan beuna audición en este momento. 

Silencio. Pero la castaña no abre los ojos. Tiene miedo de con que escena se encontratá si mira. Unos pasos pesados le advierten de que la sombra se cierne sobre ella. La respiración pesada del que la ha salvado choca contra su rostro. Puede sentir su calor cerca de su piel. 

Abre los ojos lentamente. Si se la hubiese querido comer lo habría hecho ya, ¿no? 

Vaho sale de las grandes fauces del animal. Sus dientes afilados están manchados de sangre. Sus ojos amarillos chocan contra los de la mujer haciendola temblar contra el árbol. 

Un lobo. Un enorme lobo de pelaje negro como la noche y grandes patas. Tal vez el doble de grande que su fragil cuerpo. 

Un carnívoro.

Un lobo para la conejaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora