COSA DE HORMONAS

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- ¿Por que no me lo habías dicho? 

- ¿Acaso importa que tipo de cambia formas sea?- El pelinegro levanta una ceja incriminando a su amigo. 

Los dos están disfrutando de un pequeño descanso entre reuniones, sentados en los grandes sofás de un lujoso salón del gabinete, con una taza de caliente café que les dará energía para el resto del día. 

- ¡No! Claro que no. - Una sonrisa picara ilumina la cara el lince.- Pero que bien calladito te tenías lo de esa linda coneja. 

Molesto Orión frunce el ceño, aunque su amigo tiene razón esta vez. No quería compartir su pequeño secreto porque sabía que Archer se burlaría de él de por vida.

- Tu mejor céntrate en tu pareja y deja la mía en paz. 

En seguida se da cuenta de que la ha cagado cuando al sonrisa de Archer flaquea durante unos segundos.

El tema de su pareja es complicado. Ahora mismo no pasan por un buen momento y el lince pretendía despejar su mente en este viaje, aunque no pueda olvidarse de su preciosa pareja y de todo lo que la rodea.

- Lo siento.- Se disculpa Orión. - ¿Cómo avanza el tema?- Pregunta sin atreverse a indagar mucho en él. 

- Bien. Agnes sigue afectada por la noticia, pero intentamos ser positivos. Tal vez exista alguna posibilidad. 

Aunque lo duda. Las esperanzas se apagan dejando un gran vacío entre la pareja que duda que se pueda llenar algún día. 

Un incomodo silencio se forma entre los dos amigos y es que, a pesar de que el lobo quiere reconfortarlo, ninguna palabra de aliento parece ser la adecuada.

- Entonces.- Trata de salir del paso Archer.- ¿La no cita de esta mañana ha ido bien? Algo me dice que si. - Ríe el viendo como de nuevo surge esa sonrisa idiotizada en el rostro de Orión. 

- Más que bien. Es más, saldremos de nuevo mañana a cenar. Y pienso aprovechar para pedirle que sea mi pareja. 

- ¿Qué te hace pensar que aceptará de buena gana tan pronto? A penas te conoce. 

- Tu más que nadie sabe que una conexión así acelera las cosas. El lazo no nos deja estar separados. Además.- Presume el hombre.- Tengo técnicas de persuasión infalibles.

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Los últimos rayos de sol desaparecen por un lindo atardecer de colores anaranjados, y Willow sigue ahí. Tumbada hecha una bola entre las calientes sabanas de aquella habitación de hotel.

De nuevo esa incomoda y placentera sensación aprieta bajo su estómago haciéndola gemir. Sudorosa trata de coger aire y pensar con claridad en esa tortuosa nube de placer y dolor. 

Es algo que sin duda no tenía previsto. Despistada por la ilusión de viajar había olvidado por completo su celo. Ese que ahora la azota más fuerte que nunca. 

Lleva todo el día en esa posición, tratando de apaciguar aquel hambre casi animal que busca el nudo de otro. Y no de uno cualquiera. Por alguna loca razón, y aunque intente evitarlo, imágenes totalmente explícitas e inadecuadas de un lobo que la complazca no la dejan en paz. 

Orión. Debería de haber llegado ya a aquel restaurante en el que habían quedado hace ya rato. El vestido con el que pensaba salir aún reposa en la silla frente al baño. Lo ha dejado plantado, pero en ese estado es casi peligroso salir de allí y no tiene forma de avisarle del por que de su plantón.

Solo desea que no se lo haya tomado a mal. ¿Y si ya no quiere volver a verla? ¿Y si cree que se ha reído de él? Esas opciones atormentan a la coneja que, de repente, no puede imaginarse sin la compañía de aquel hombre de pelo oscuro y ojos brillantes. 

De nuevo otro gemido que trata de amortiguar en la almohada. Sus muslos calientes rozan el uno con el otro haciendo presión. Estira la camiseta que lleva puesta tratando de canalizar toda esa energía que tiene para gastar. 

A pesar de haber tomado las pastillas supresoras, algo así no funciona para alguien como ella. Una coneja en su primer día de celo que solo quiere una cosa. 

Lo ha intentado todo, duchas de agua fría, medicinas e incluso darse placer ella misma, que normalmente funciona. Pero su cuerpo parece esperar algo más, o a alguien más.

Tan centrada está en sus delirios que ni siquiera escucha, a  pesar de su aguda audición, los pasos rápidos y estruendosos que hacen temblar el pasillo del hotel. 

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En cuanto el reloj marcó las nueve Orión se dio cuenta de que algo no iba bien. Y ahora lo confirma, corriendo por los pasillos del hostal donde se hospeda su coneja. 

Pensó en venir cuando no acudió a la cita. La personalidad dulce y atenta de ella no cuadraba con ese plantón. Y ahora se alegra de haber venido. Porque ese dulzón olor le está volviendo completamente loco.

No tiene ni que pedir el número de habitación, se vasta con su olfato. Y, a pesar de estar tan lejos, sabe perfectamente lo que ocurre. Puede oler su celo incluso a esa distancia, con ese tono picante en suave y placentero aroma. 

Debería dar media vuelta. Porque sabe que en cuanto llegue a ella las cosas se saldrán de su control. Pero es su lobo el que lo guía, totalmente excitado por lo que su coneja esconde para él.

Llega a la puerta, y puede oír quejidos en su interior, bajos y agudos, pero afrodisiacos.

Sin pensarlo llama fuerte a la puerta, no pudiendo esperar más, su instinto le dicen que consienta a su pareja, en todo lo que haga falta. 

- Willow soy yo.- Su voz suena más ronca de lo normal por culpa del palor que golpea su cuerpo. 

- O...Orión.- La chica dentro no sabe si ha empezado a alucinar ya o si es cierto que él espera al otro lado de la puerta. 

Orión insiste de nuevo.

- Ábreme mi conejita. Me estás torturando aquí.

Con pasos vacilantes Willow se acerca hacia la puerta, casi como si no fuese capaz de desobedecer a aquella voz profunda que solo le hace humedecerse. 

Aquel hombre, que no ha podido sacar de su cabeza desde ese día en el bosque, está allí por ella, para ella. Y a pesar de la situación nunca nada se ha sentido tan correcto.

Orión ya no puede esperar más. Ahí, en medio del pasillo, escucha los lentos pasos de su chica, y piensa en derribar la puerta si no se da más prisa. 

Agradece que no haya acudido al restaurante. Oliendo así no podría haberse resistido de hacerla suya ahí mismo, entre el mantel y algún ridículo plato de pasta italiana vegetariana.

Entonces ocurre. El chirrido de la puerta y sus oxidados engranajes que dejan paso a una habitación poco iluminada cuyo olor en el interior golpea al lobo como la más deliciosa esencia, que no piensa dejar de tomar. Jamás. 

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AVISO

El siguiente capítulo viene caliente.

Quien no quiera que no lea. Pero no se hagan que las conozco.

Un lobo para la conejaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora