Capítulo 2: Sara, Helena y... ¿Franco?

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Helena estaba intentando terminar con su tarea en el estudio que fue de su padre una vez, pero era un trabajo que se le estaba haciendo complicado, porque los bellos colores naranjas, amarillos, azules y rosados del atardecer, y el sol que se escondía poco a poco bajo las montañas que se veían a través de los enorme ventanales de la oficina, acaparaban toda la atención de la muchacha.

-Basta, me tengo que concentrar- se dijo, bajando la mirada hacia su tarea, pero su cabeza se quedó en la mitad del recorrido, sin llegar a la hoja de papel sobre la mesa, porque un Diego sin camisa se encontraba a lo lejos acariciando la cabeza de un caballo, mientras Gonzalo le limpiaba las herraduras.

Sin duda alguna su amigo había crecido bastante los últimos años. Se veía el triple de alto, y mucho más musculoso (el trabajo del campo provocaba eso). El sol naranja resaltaba de una forma hermosa con su piel morena. Él se dio media vuelta y ahora se dirigía al estudio donde ella estaba. Mientras caminaba, mechones de su cabello negro ondulado caían por su rostro.

-Helena, la tareaaa- se dijo otra vez, ahora si bajando la cabeza hasta ella. Aunque no por mucho tiempo, ya que en cuestión de un minuto Diego entró por la ventana.

-Buenas tardes patrona- inició la conversación con una media sonrisa que mostraba aquellos dientes perfectos que a ella tanto le gustaban, pero nunca le diría, para no aumentar su ego.

- ¿Qué hace un empleaducho entrando a la oficina de su más respetable patrona, por la ventana y semidesnudo? Ese comportamiento no es propio de realizar ante una dama como yo.

-¡¿Una dama respetable tu?!- dijo entre carcajadas.

-Por supuesto que sí, ¿o acaso no sabes que acompaño casi todos los domingos a mi abuela a la iglesia?

- Hablando de eso, yo no entendía porque se te había dado por acompañar a tu abuela a misa, a ti que siempre te pareció algo ridículo, pero el otro día entré a la capilla para conocer el lugar, y me encontré con el cura, un hombre bastante joven y lindo. En ese momento es cuando mi duda fue resuelta, sacando en conclusión, que vas a "escuchar" la palabra de Dios únicamente para verlo al Padre.

- ¿Celoso, amor mío?- preguntó con una sonrisa maquiavélica.

-Celoso no, preocupado, muy preocupado; por el cura. Porque detrás de ese rostro angelical que tienes, se esconde una mente perversa y sucia- bromeó, mientras veía como la joven se levantaba suavemente del asiento, y con movimientos sensuales de cadera se acercaba a él hasta quedar a unos cortos centímetros de distancia.

Formando una especie de puchero con sus labios y enroscando un mechón de su cabello rubio mencionó con voz dulce de niña -¿En serio cree eso de mí señor? ¿Desea entrar a mi mente y comprobar que usted no es más que un charlatán?

-Mmm, disculpe señorita, pero creo que prefiero preservar mi salud mental- dijo en tono burlón, aunque se lo veía un poco sonrojado, algo que solo empeoró cuando Helena acortó aún más la distancia entre ambos, rozándose las narices y dejando sus labios a unos tres milímetros de separación. Entonces preguntó, ahora sí, con un tono demasiado seductor como para venir de la niña por la que se estaba haciéndose pasar hace unos segundos -¿Y en su mente, señor? ¿Qué hay en ella?- Diego sintió como su corazón se aceleró y tragó saliva. Vaya que su amiga sabía cómo coquetear.

-Creo que prefiero guardarme esa información para mí, mi lady-

-¿Tan terrible es lo que esconde?, caballero-

-Ni se imagina...

-¡Mmamá!

-¡Sseñora Sarita!

Pronunciaron ambos mientras se separaban por el exabrupto ante la llegada de Sarita, quién se encontraba extrañada de ver a su hija tan cerca de su amigo semidesnudo. Pero prefirió ignorar la situación.

Dulce Helena (pasión de gavilanes)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora