Capítulo 16

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Guillermo no puede lidiar con todo él sólo. No puede no contarle a su confidente de su situación. Por tantos años que han estado juntos le produce hasta malestares físicos no contarle algo.

Lo citó.

Está nervioso e intranquilo en el local. Las olas de pensamiento que tiene están vibrando, se hacen olas minúsculas. Mueve su pie desesperado, Andrés tardaba más de lo previsto. Su cabeza son miles de razonamientos y criterios diferentes que no se unirían ni a putazos. Sus dedos rozan con el borde de la puerta e incluso jura haberse pinchado el dedo con una astilla.

La ansiedad que le producía el estar esperando lo orilló a esperarlo fuera del lugar de la reserva. 

Ve al chaparro a lo lejos, por el pasillo, su corazón se detiene un momento por el alivio. Camina en su dirección, no tiene tiempo que perder, necesita hablar con su compadre.

Andrés sólo mira a una señorita, muy bien parecida que tiene una sonrisa cálida y tímida trazada, avanza a paso tranquilo. 

La mujer a duras penas abre unos centímetros la boca para comunicar un mínimo de sonido.

—Viene conmigo, reserva al nombre de Guardado—. Suelta rápido. Igual de rápido que llegó se fue.

Qué gente tan extraña. 

Se lo lleva del brazo. Aprieta de más y siembra la misma incertidumbre en la cabeza de Andrés.

Es un restaurante a un estilo tradicional chino, inspeccionaba Guardado viendo el pasillo lleno de puertas. Era un restaurante privado. Estaba tan nervioso, el semblante de Guillermo no lo ayudaba a calmarse un poco, lo alteraba más.

El altote abre una puerta al final.

Guillermo toma asiento y adopta una postura consternada, recargando sus codos en la mesa baja. Andrés no es imbécil, sabe que algo le sucede a Memo, que algo lo tiene estresado. Repite la acción, mirando fijo cada facción de Guillermo. Está dispuesto a escucharle y aconsejarle.

Ve esas pestañas largas, esas cejas gruesas, sus labios finos y sus ojos brillantes, su faz conjunta tiene una terrible pinta de compungido. 

Antes de soltar una palabra para abrir el tema, Guillermo comienza a escupir palabras extrañas y sin coherencia alguna. Andrés está acostumbrado, lo mira gracioso, espera al momento donde pueda hilar oraciones bien estructuradas.

Cuando comienza a entender, su cera feliz se transforma a una dura, casi hostil.

—A ver, a ver, déjame ver si sí—. Empieza a hacer ademanes con sus manos para un entendimiento más propio de la situación.

Guillermo lo ve acomplejado, con unos ojos grandotes y tristes, con esas gruesas cejas curvadas hacia arriba que adornan su mirada casi aguada por la gran necesidad de soltarse a chillar.

—Entonces... no sólo cogiste con un wey—, se siente un poco traicionado por el hecho de que no le contó en el momento, por el hecho de haberse tirado a un hombre y haberlo embarazado también.— ¿Sino que también lo embarazaste?—Suelta el tiro de gracia. El ultimo golpe que ocupaba Guillermo para soltarse a llorar.

El príncipe se destroza y conmueve por las lagrimas tan  saladas que su camarada derrama. Se levanta y sienta a un lado, ofreciendo su hombro y consuelo. Amor y comprensión.

Guillermo acepta el gesto, se acurruca a su lado mientras gotea. No hace ruidos, mucho menos tiembla, sólo está ahí, con su desgraciada existencia.

—¿Ya saben que van a hacer?— Andrés lo aceptó más rápido que Guillermo, sigue sintiendo ajena toda la situación pero lo menos que necesita Guillermo es que alguien lo cuestione de más. 

Avellanas y miel | Guillermo Ochoa x Lionel MessiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora