PROHIBIDO: NO

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   Jueves, 17 de junio del 2021


La semana va transcurriendo e Iván me pide a diario que tome un café con él en su despacho, pero me niego.

No veo a Axel y eso me aligera mucho las cosas allí.

Acabo de recibir una nueva llamada de Iván.

—¿Me vas a hacer rogarte muchos días más? —pregunta.

—No tienes que rogarme nada, tú tomas el café en tu despacho de jefe y yo en la sala, donde los empleados.

—No es justo —se queja.

—Lo sé, no es justo que tú tengas cafetera propia y los demás a veces tengamos que hacer cola para tomarnos uno.

—No me refiero a eso...

—También lo sé —sonrío, aunque él no me ve, obvio—. Iván, si tanto te apetece que nos tomemos el café juntos, ven tú a la sala y haz cola si hay gente como cualquier otro mortal.

Cuelga. Supongo que ha captado mi ironía.

Pero no, no la ha captado, porque aquí está, entrando en la sala de descanso, con una amplia sonrisa.

—¿Qué haces aquí?

—He venido a tomarme el café contigo, como me has dicho, como un simple mortal.

Observo a mi alrededor, solo hay dos personas allí y simulan una conversación, aunque sé que están pendientes del jefe.

—No puedes estar aquí —susurro.

—Es mi empresa, puedo estar dónde me plazca y cuándo me plazca.

—Pero no está bien que nos vean juntos.

—Relájate, Blanca, nadie va a pensar mal porque me tome un café contigo y, de ser así, no debe importarnos.

—Claro que me importa, ¿llevo muy poco trabajando aquí y ya me codeo con uno de los jefes? Van a pensar que soy una enchufada o algo peor.

—Pues ven a mi despacho.

—No —No pienso dar mi brazo a torcer, aunque hubiera sido mejor hacerle caso—, está bien, sentémonos aquí.

Pago cara mi cabezonería. Cinco minutos después vemos entrar a Axel, que se queda parado en la puerta, mirándonos, hasta que Iván lo saluda y él le devuelve el saludo con un gesto de la cabeza.

Supongo que percibe mi nerviosismo, porque me dice:

—Blanca, tranquila, no estamos haciendo nada fuera de lugar, simplemente tomamos un café, aunque a él pueda o no parecerle bien, así que no te preocupes.

—Es mi jefe, claro que me preocupo —Aunque, muy en el fondo, sé que no es ese punto el que me turba.

—Yo también soy tu jefe y te ordeno que estés tranquila.

—Oh, claro, una orden bien sencilla de obedecer —ironizo.

Axel me dedica una mirada antes de desaparecer y no es precisamente un gesto amable o cordial.

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