PROHIBIDO: NUEVA LISTA

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          Mira el folio en blanco, murmura la palabra prohibido, y

escribe:


Prohibido no dejarse llevar cuando tu cuerpo y tu mente gritan lo contrario.

Prohibido negarse a una semana en Portugal que puede ser increíble.

Prohibido marcharse corriendo cuando deseas quedarte.

Prohibido cerrarse en banda a tus deseos.

Prohibido oponerse a experimentar.

Prohibido enfadarse, a no ser que la reconciliación vaya a merecer la pena.

Prohibido decir no por costumbre.


—Vale, ahora te toca a ti, puedes prohibir lo que quieras, siempre que no se contradiga con lo que he escrito yo.

—Pero eso no vale, ya has escrito todo lo que antes te había negado.

—Hubieras empezado a escribir tú, te he dado la opción, así que ahora no te quejes.

—Serás...

—Escribe.

Leo de nuevo sus prohibiciones.

Escribo:


Prohibido hacernos daño.

Prohibido insistir cuando uno de los dos diga no.


—Esa tiene relación con mi prohibición de decir no por costumbre —dice—, pero la acepto, siempre y cuando la negativa sea razonable y el negarse no se convierta en una mala costumbre sin argumentos.


Prohibido tener una relación.


—Es absurdo prohibirse algo que puede ir surgiendo, cuando te das cuenta de que mantienes una relación es tarde para prohibirse nada —se queja.

—Por eso debemos saber de antemano que no ocurrirá.

Pertinax —murmura.

—¿Qué?

—Nada, nada, es latín, sigue.

Lo miro entrecerrando los ojos.

—Continúa o damos por finalizada la lista —insiste.

Prohibido irse a dormir sin haber tenido sexo antes.

—Subraya, subraya esa —bromea.

Sonrío. Es obvio que me encanta la "obligación" de tener sexo con él cada noche antes de acostarnos, pero mi prohibición va un poco más allá, porque, cuando tienes pareja, te apetece dormir junto a ella, abrazados, aunque no siempre después de haber tenido sexo, la sensación de necesidad de contacto antes de dormir es algo muy serio, más incluso que el sexo en sí, que puedes practicar con cualquiera y después apetecerte que se largue y te deje dormir sola.

—Y la última —digo.


Prohibido enamorarse.


Me mira. Nos miramos unos segundos, sin decir nada.

—Entonces... Ya está, esa es toda nuestra lista de prohibiciones, ¿no? —dice.

—Para esta semana —concreto.

—Sí, claro... ¿Te apetece que salgamos a comer?

—Perfecto. ¿Nos duchamos primero? —Acaricio su pecho.

Me atrae hacia él, sujetándome con fuerza por la nuca, besándome, llevándome hacia la ducha, colando su mano entre mis piernas.

—Me acaba de venir a la cabeza uno de nuestros encuentros en mi despacho —dice—, cuando aún no me habías pedido que me metiera aquí —Introduce sus dedos, de golpe, provocándome un gemido—. Nos masturbamos, nos corrimos nuevamente como dos adolescentes —Esta vez soy yo quien me paseo sobre su entrepierna—. Te estuve sintiendo durante horas.

—¿Me sentiste también cuando llamaste a Paula a tu despacho? —lo provoco.

—Se lo hice pensando en ti.

—¿Qué tienes con ella?

—Sexo. Ambos lo tenemos claro.

Me provoca la conversación, aunque no puedo negar que se cuela algo de rabia dentro de la excitación.

—Tienes siempre lo que te apetece, ¿verdad?

—No puedo quejarme —sonríe malicioso.

—Niño caprichoso...

Me sube a su cintura, penetrándome.

—No me gusta que me nieguen lo que deseo.

—¿Y qué deseas ahora?

—Follarte, como estoy haciendo.

Sale de la ducha, sin dejarme en el suelo, tumbándonos en la cama, manteniéndose dentro de mí, colocando una mano en mi cuello, y allí inicia una serie de acometidas que no me permiten seguir hablando. Él tampoco lo hace. Solo jadeamos, por la profundidad y brusquedad de sus penetraciones, de sus movimientos, de sus besos, de sus manos apretando mi piel, de las mías en sus nalgas, empujándolo contra mí. Quiero más, me da más.

—Esto no está prohibido, ¿verdad? —dice.

—Esto está obligado, no pares, Axel.

Me levanta, haciéndome poner las manos en la pared, abriendo mis piernas y colándose por detrás.

—Ponte de puntillas —ordena.

Mis piernas tiemblan por la fuerza de no bajar, por la sensación que me produce tenerlo dentro, por la rudeza de su invasión y sus caricias, si es que a apretar sus dedos contra mi piel se puede llamar caricias.

Azota una de mis nalgas acompasado con sus irrupciones, fuertes, secas. Amasa mis pechos, sin delicadeza, con autoridad, sin dejar de entrar y salir de mí.

—¿Cómo pretendías que no sucediera esto? —dice— No puedes prohibirnos esto, Blanca.

—Sigue.

No se detiene hasta que un calambre se inicia en mi sexo y se esparce hasta llegar a cada una de mis extremidades. Mis piernas tiemblan. Me sujeta para que no las baje, hasta que dice algo que mi mente no es capaz de adivinar y se va deteniendo, despacio, levantándome y llevándome a la ducha de nuevo, donde me besa, bajo el agua, esta vez sí, acariciando mi cuerpo, su contacto nada tiene que ver con el de hace tan solo unos segundos. Sujeta mi cara, me mira, y vuelve a besarme.

Cuando salimos de la ducha ha pasado más de media hora.

Mi lista: PROHIBIDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora