PROHIBIDO: ¿SEXO TURBIO?

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   Me seco un poco el pelo y voy al armario, donde he colocado la poca ropa que he traído para estos días: un vestido suelto corto color malva, con un escote casi por mi ombligo; uno negro, apretado, por debajo de las rodillas, con la espalda al descubierto, por si salía a cenar por ahí; otro palabra de honor celeste, muy fresquito, de vuelo, y unos vaqueros cortos con un top negro.

Opto por el malva, que me pongo sin sujetador, y mis sandalias de colores, con muy poca cuña.

Dudo cuando subo al ascensor.

Aún dudo cuando doy al botón número cinco.

Sigo dudando cuando veo frente a mí la habitación 509.

Dudo un poco más cuando mis nudillos rozan tres veces la puerta.

Y mi duda se disipa cuando esa puerta se abre y, frente a mí, aparece Axel, con el torso desnudo, el pelo mojado y unos pantalones de deporte muy, muy, muy, muy, pero muy abajo en su cintura, aunque eso ya no es cintura...

Lo miro de arriba abajo, no puedo (ni quiero) evitar fijarme en cada rincón al descubierto de su cuerpo.

¡Está tremendo! ¡Perfecto!

El tatuaje que intuí bajo su ropa está ahí, cubriendo parte de su pecho y su brazo derecho. Qué ganas de pasar mi...

—¿Quieres entrar o prefieres quedarte ahí mirando? —dice, sacándome de mis libidinosos pensamientos.

—No lo sé.

—Puedes seguir mirando dentro.

Coge mi mano muy suavemente, haciéndome entrar en su habitación.

—No estaba seguro de que vinieras.

—Ni yo.

—Pero estás aquí.

—Estoy aquí.

—Estás preciosa.

—Ahórrate los halagos, ya me tienes aquí.

—¿Por qué tienes tan mal concepto de mí, Blanca? Lo último que quiero es hacerte venir a Iván a la cabeza, pero... con él eres simpática, abierta, incluso has quedado para tomar algo después de haberte marchado de la empresa.

—Supongo que es un efecto espejo.

—¿Efecto espejo?

—Sí, las personas se comportan contigo como tú eres con ellas.

—¿He sido malo contigo? Y no me tengas en cuenta la noche en que os encontré a ambos en Dreams, allí me sentí despechado.

—¿Te sentiste despechado?

—Obvio. Escogiste y te quedaste con él.

—Claro, don Axel Jones no está acostumbrado a las negativas ni a que no lo escojan a él —ironizo.

—Don Axel Jones coge lo que quiere, cuándo quiere y no, no está acostumbrado a que lo rechacen. Pero tú...

—Yo, ¿qué?

—Que, desde el primer momento, has sido distinta, ¿puedes mirarme a la cara? —Supongo que no he apartado mis ojos de su cuerpo mientras hablábamos. Le hago caso— La primera vez que te vi, en Dreams, sentí unas ganas desconocidas de acercarme a ti.

—Y lo hiciste, me abordaste a la salida del baño.

—Esa no fue la primera vez, Blanca. Te vi semanas antes, cuando tú no me conocías, y no pude decirte nada.

—¿No pudiste? Claro, está mal visto que un hombre se acerque a una mujer en un pub...

—¿Te burlas de mí? —Se acerca un paso.

—No, no... No osaría... ¿Por qué no te acercaste?

—Porque no hubiera sido capaz de esperar a que me lo pidieras.

—¡Otra vez la misma canción!

—Blanca, ya te expliqué que...

—Sí, lo sé, en tu mundo de sexo turbio es la mujer la que pide y dispone.

—¿Sexo turbio? ¿Estás intentando tocarme los cojones?

—Desde que me he subido en el ascensor y de un modo muy literal.

—Debemos hablar primero —dice.

—¿No podemos hablar después?

—Esto es un juego para ti, ¿verdad? —Se acerca más— ¿Quieres jugar, Blanca? —Roza la piel desnuda de mi escote, hasta colar un dedo por él y acariciar uno de mis pezones. Ese gesto me eriza la piel.

—Y tú, Axel... ¿quieres que juguemos?

—Sí, pero ambos debemos tener claras las normas del juego.

—Yo te diré las normas —Acerco mi boca a la suya, sin tocarlo—. La número uno es que no esperes un ruego por mi parte, aunque esta vez no voy a negarte las ganas que tengo —Paso mi lengua por sus labios.

—Blanca...

Ha oscurecido el tono y cuando dice mi nombre sé que estoy jugando con fuego, pero me encanta la sensación de poder quemarme con él.

—La número dos es que no preguntes, simplemente déjate llevar —Coloco mis manos sobre su pecho, bajando—, no me apetece tener que decirte a cada momento lo que quiero que hagas, para eso me hubiera quedado en mi habitación y me habría apañado yo sola...

—Te encanta provocarme, ¿verdad?

—Solo estoy redactando las normas, como tú querías.

No sé explicar el movimiento que hace, cómo me coge, pero me encuentro tumbada en la cama.

—¿Sabes qué?, pequeña provocadora —dice, colocándose sobre mí.

—¿Qué?

—Nunca me había encontrado en las situaciones que he vivido contigo, jamás me he follado a alguien contra una puta pared con la ropa puesta... Deseo tanto estar dentro de ti, que voy a disfrutar el momento y no lo haré hasta que me lo ruegues, sí, has oído bien, vas a rogar que te la meta, que te folle fuerte —amenaza.

Me quita el vestido. Me observa.

—Qué ganas tenía de verte así, desnuda, en mi cama, toda para mí...

Se coloca sobre mí, haciendo que note su dura erección entre mis piernas. Contengo un gemido, o lo intento.

Sube mis manos sobre mi cabeza y me besa. El contacto de nuestras bocas me provoca un escalofrío que recorre todo mi cuerpo, haciendo que desee más cuando se pone de rodillas en la cama.

—¿Qué quieres, Blanca?

—Ya sabes...

No puedo mover las manos. ¿Qué? Las tengo atadas al cabezal de la cama.

Lo miro. Su sonrisa es estremecedora. Me observa. Ha sido tal la sensación del beso que no me he dado cuenta del momento en que me ha inmovilizado.

Baja muy lentamente mi tanga, rozando mi piel.

—Suéltame —le pido.

—¿De verdad quieres que te suelte?

No, no quiero, quiero todo, pero que me desate no entra en la lista de deseos. Me da demasiado morbo sentirme tan a su disposición.

—Haz lo que quieras —digo.

Sonríe de nuevo. Es una sonrisa escalofriante, inquietante.

—Que empiece el juego —dice.

Mi lista: PROHIBIDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora