Capítulo 20

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VIOLETA

Los rayos de sol hacen que me levante. Anoche, tras el partido, volví a la habitación y el sevillano acabó viniendo más tarde. Se quedó a dormir, pero ahora que estiro el brazo veo que él no está. Ni sus cosas. Que no eran muchas, pero aún llevo su camiseta. Seguramente habrá ido a entrenar o algo. Pero es raro que no haya avisado ni nada.

Enciendo mi móvil y veo que tengo muchas notificaciones. Miro a ver si alguna es del sevillano, pero no hay ninguna suya.

Pero si una de Marta, una de mis jefas.

Marta Colucci

Vio, ¿has escrito tú esto?

Junto al mensaje, adjunta un artículo del periódico. En el, hablan de Gavi. No lo he escrito.

Ni siquiera sabía de la existencia de dicho artículo. Pone mi nombre, como si yo lo hubiese redactado. Y Alonzo como editor. Su nombre aparece. ¿Por qué los hombres eran siempre así? Traicionando todo el tiempo, comenzaba a detestar a los italianos.

Busco el contacto de Ferran. No tardo mucho en encontrarlo y decido llamarle. Últimamente me está dando más por llamar que por mandar mensajes. Y mira que siempre he sido de hacer todo lo contrario. Le llamo y no responde, pone que está apagado o sin cobertura. Raro, pero a lo mejor se ha quedado sin batería o algo.

Le escribo un mensaje y me decanto por darme una ducha. No antes sin mandarle un mensaje a Gavi.

Gavira <3

Supongo que has leído el artículo

Me gustaría hablar contigo, por favor

No es lo que crees.

Dejo el teléfono sobre la cama y voy al baño. Necesito despejarme y no se me ocurre nada mejor que hacer. Siempre lo he hecho, ir a ducharme cuando los problemas llenaban el vaso.

2015, Granada, España

–Lett, tendrás que ir a verla si es lo que te pide – dijo Tomás con tono serio.

Mi madre desde la cárcel pidió verme. No sabía que quería, pero nada bueno. La conocía mejor que Tomás o Mauricio. Supe que si iba a la cárcel no saldría bien.

–Papá no iré.

Mi serenidad era bastante seria para tener quince años, casi dieciséis. Según la psicóloga a la que acudía, maduré mucho antes que los chicos y chicas de mi edad. Eso lo sabía ya de antemano. El dolor me hizo más fuerte. Me hizo aprender que debía ser fuerte para salir de ese infierno. Y eso pasó, acabé en un lugar mucho mejor donde se me quería.

–No pienso discutirlo. Irás.

Suspiro cansada.

–Voy a darme una ducha.

Evito los recuerdos del pasado. Estos últimos días, desde que me enteré del juicio de mi progenitora, había vuelto a tener sueños y pesadillas relacionadas con mi infancia y adolescencia. Cuando volví a verla en Sevilla, cuando casi me vende a un señor en Granada. O la peor, cuando me dejó en casa de Diego cuando este tan solo tenía diez años. Y me puso una nota pegada al pecho. "Encárgate de ella si tanto la quieres". Eso fue terrible. Ahí le pusieron una multa. Yo, a cambio y sin tener la culpa de nada, me gané una terrible paliza por parte de uno de sus miles de novios. Me dejó una cicatriz en el antebrazo y todo.

Termino de secarme el pelo al ritmo de Nunca Pasará de Maria Becerra. Me he tirado mi rato dentro de la ducha, pero el concierto que me he montado no es ni normal. Raro me parece que nadie se haya quejado.

ATENAS | Pablo GaviDonde viven las historias. Descúbrelo ahora