Epílogo

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VIOLETA

Terminé de ponerme el vestido violeta y me miré al espejo. Me quedaba bien, muy bien diría. El color era potente, haciendo que resaltaran mi bronceada piel y mis ojos claros. Estábamos en Oliva, Valencia, pleno julio y yo solo había hecho que tomar el sol. Mia se casaba con Ferran después de tanto tiempo juntos. Con una hija en común y otro en camino, la pareja decidió darse el sí quiero. Y yo era una de las damas de honor. Mia, siendo muy novia de programa americano, quería que todas sus damas de honor, Natalia y yo vamos, fuéramos del mismo color. El vestido le daba igual, pero quería que fuéramos de morado. Y ambas cumplimos. Yo llevaba un vestido simple, largo y de espalda abierta. Natalia iba con un palabra de honor y la espalda cubierta.

-¿Vivi me arreglas esto? - preguntó mi amiga pelinegra detrás mío, haciendo que me girara para mirarla. Iba preciosa no, lo siguiente.

Había que atarle una cinta detrás del vestido, por lo que entendí al ver sus manos con dicha cinta morada. Ella dejó la cinta y se agarró el pelo negro, suelto con unas leves ondas. Las dos nos habíamos peinado igual. Ondas básicas y pelo suelto. Básico pero bonito y elegante.

-Ya está - dije una vez terminé.

Natalia suspiró, soltándose el pelo.

-No iba a decírtelo porque soy muy consciente de que ya lo sabes porque Mia te lo dijo, pero sabes que vas a tener que caminar con él hacia el altar, ¿verdad?

Claro que lo sabía. Vaya si lo sabía. Después de tres años y medio, si, tres años y medio, volvería a ver a Gavira. En estos últimos años, nunca contacté con él. Corté nuestra relación de manera frívola, pero sentí que era lo mejor. Y aunque las primeras noches las pasaba llorando en aquella cama de hospital, con el tiempo fui asimilando que no volvería. Y pareció que todo estaba bien. Logramos encontrar una manera de estabilizarme al cabo de muchas semanas. Y desde entonces estaba bien de nuevo, tomando medicación, pero bien. Me centré en mí, dejé el trabajo del Barça y me fui a Roma. Lo dejé por razones obvias, él estaba allí. Y si de verdad quería sanar, verle todos los días no sería la manera apropiada.

Pasé en la capital italiana un año, trabajando en Il Giornale Romano, volviendo a mis orígenes como periodista. Aunque esta vez no era la becaria, sino que tenía un puesto bastante alto. Marta y sus favoritismos, decían las malas lenguas.

Al año siguiente, llegó la oportunidad que me cambió a los dos años y medio siguiente. Un programa deportivo en Estados Unidos, bastante conocido por lo que Marta comentó, necesitaba una corresponsal en San Francisco para cubrir los partidos de los San Francisco 49ers, el equipo de futbol americano de allí. Marta fue quien me propuso la oferta. Repitiéndome una y otra vez que mi puesto en la redacción italiana siempre sería mío si no me gustaba la experiencia americana. Pero, me encantó. Conocí a fondo el mundo del futbol americano. Debatí durante horas con mis compañeros de trabajo sobre porque soccer no era un nombre apropiado y bueno para el fútbol que yo conocía en Europa. Y, inevitablemente, conocí a alguien especial en San Francisco. Liam. El receptor del equipo. Su pelo rubio y ojos claros eran mágicos. Pero lo nuestro nunca llegó a cuajar. Porque no podía evitar compararle con él. Aunque mis sentimientos por Gavira murieran cuando me fui, siempre acababa comparando al estadounidense con el sevillano. Eso también era inevitable.

-Sé que tengo que verle. Y no me importa, créeme. Somos ya mayorcitos para poder convivir en un sitio juntos.

Natalia me miró, queriend0 decir algo, pero se calló. Algo que me molestó un poco, pero yo tampoco dije nada.

Después de ese tenso momento entre ambas, cada una siguió arreglándose mientras Columbia de Quevedo sonaba a todo volumen.

-Tiene novia. O eso dicen - dijo.

ATENAS | Pablo GaviDonde viven las historias. Descúbrelo ahora