Capítulo 35

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–No he dicho que necesitara ir a terapia – murmuré, enfadada con mis progenitores.

Ellos se miraron entre si y luego volvieron a mirar mis ojos claros. Esos que tenía igual que Tomás, aunque no fuese su hija biológica. O eso me habían contado.

Disgustada y sin poder replicar nada, tuve que entrar a aquella consulta del infierno. Así le había catalogado. Diego se partió el culo, claro está. Siempre lo hacía con todas estas cosas. Ahora estaba en Sevilla con su familia paterna. Lo que significaba que se olvidaría de mi en esas pocas semanas. Tenía la esperanza de que cuando volviese, al menos, se acordara de mí y me trajese algo de su viaje. Cosa que dudaba que fuese a ocurrir.

–Violeta de los Ángeles Gallardo Plaza... – comenzó la mujer con bata blanca.

Parecía una psiquiatra, pero no, era psicóloga. Y yo seguía sin saber que pintaba en esta consulta. Vale, los episodios de ansiedad y el insomnio a causa de mis pesadillas habían incrementado mucho últimamente, pero estaba bien. Completamente bien. Nunca había estado mejor. O eso me repetía todo el tiempo para autoconvencerme.

–Violeta a secas está bien – respondo, fría y cortante.

Poner la coraza sería la mejor opción para estos momentos con una desconocida.

–Lo que prefieras Violeta. Soy la doctora García. Puedes llamarme Ágata si lo prefieres.

Asentí con levedad. Ágata. No era mal nombre. Pensé que tendría algún nombre más típico como Paula, Lucía, Martina. Alguno de esos eran mis opciones más sonables para su nombre.

Ágata era una mujer alta, esbelta y con un cabello caoba que le llegaba por el hombro. Caoba casi rojizo, el pelo estaba recogido en una especie de moño que no supe identificar muy bien que era. Las gafas eran grandes, pero bonitas. Pegaban con su cara y no la desfavorecían. Detrás de ella, unos ojos miel me miraban con bondad. O eso supuse viniendo de una psicóloga.

Dejé de analizarla para tomar asiento en un sillón. La consulta era grande. Por una parte, tenía el escritorio típico, pero al lado había un conjunto de sofás verdes y grises de lo más cómodos. Y se dice por la experiencia sentada en ellos.

–Cuéntame Violeta. ¿Qué te ha traído aquí?

Su pregunta se hizo difícil de responder los primeros dos segundos.

–Mis padres, en su coche nuevo. No veas la cantidad de tráfico que había.

Ella me miró. Supuse que esa no era la respuesta que buscaba. Pero siempre era así con todo el mundo. Más si eran desconocidas y psicólogas.

–No buscaba esa respuesta, como bien habrás intuido. Pero al menos he descubierto una cosa.

Le miré sin decir nada por unos instantes.

–¿Qué ha descubierto? O es un secreto de esos de psicólogos y no puede contármelo...

–He descubierto – me cortó – que tu humor camufla el dolor interior. Dime si me equivoco, pero tiene toda la pinta.

De nuevo, mantuve el silencio.

–Creo que voy a verte más de lo habitual por aquí.

...

VIOLETA

Acabé de ducharme más rápido de lo que me esperaba. El tren sale en media hora y estoy bastante nerviosa. Voy a reunirme con los encargados de recursos humanos del FC Barcelona. Estoy nerviosa. No por el equipo, el Barça no es mi equipo, sino por lo que significaría que me aceptasen.

ATENAS | Pablo GaviDonde viven las historias. Descúbrelo ahora