Capítulo 8

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–¡Te he dicho que no! – retrocedió unos pasos hacia atrás, apoyando la mano en el pasillo con miedo.

Lejos de los gritos del matrimonio Beltrán, se encontraba la pequeña Violeta de ocho años de edad. Quien iba a ir al salón a comunicar su excelente en la última prueba de matemáticas del colegio.

–¡Harás lo que yo te diga, Rosario! – grita un furioso Miguel.

Miguel no era el padre biológico de Violeta. El padre de Violeta, según lo que un día su borracha madre le contó, era un mexicano que vivía en Sevilla. Y que cuando supo que Rosario estaba embarazada de Violeta se desentendió completamente de ella. La madre siempre culpó a su hija por ello. Desde ese entonces, cayó en el alcohol y las drogas. Las parejas iban rotando, nunca duraba mucho tiempo el mismo hombre por casa. Miguel había sido la grandiosa excepción. Llevaba con Rosario más de dos años, y había sido una figura paterna para Violeta bastante decente. A diferencia de los muchos otros, nunca le incitó u obligó al consumo de drogas, prostituirse por un puñado de billetes o abusar de ella cuando les placía.

Él era diferente y eso a Violeta le gustaba. La cuidaba, le hacía trenzas para ir a la escuela y todos los domingos le llevaba a desayunar churros con chocolate al bar de Matilda, uno de los más famosos de todo el barrio. Para una pequeña niña de ocho años eso era lo más de lo más.

Los gritos perduraron durante horas, tanto que al final, terminó viniendo la policía.

–¡Policía abran la puerta! – gritó un agente al otro lado de la puerta principal.

Violeta seguía en su cuarto, leyendo – o intentando – leer un viejo libro que Matilda le dió un domingo en el bar.

"–Esto es para ti cielo – dijo la señora, con el cabello granate más que teñido al otro lado de la barra –. No hace falta que me lo devuelvas, es un regalo.

–¿Un regalo? – pregunto extrañada la niña.

Nunca había recibido un regalo por Navidad o su cumpleaños, como mucho un billete de cinco euros que o nunca llegaba a gastar, o que su madre siempre le acaba pidiendo para comprar algo.

–Si un regalo. Es cuando le damos algo a otra persona.

La de pelo castaño sonrió y abrazó como pudo a la señora.

–Gracias – dijo emocionada.

–No es nada. Nos vemos el domingo que viene."

Lejos de aquel día, Violeta pasó la página del libro. Era uno muy antiguo porque tenía las solapas desgastadas y las páginas amarillentas.

"Orgullo y Prejuicio – Jane Austen"

Ese libro marcó la infancia de Violeta para siempre.

Alguien abrió la puerta cuando ella había terminado el capítulo.

–¿Violeta Beltrán?

La pequeña asintió sin rechistar cuando vió al policía.

–Hola, soy Tomás Gallardo agente de la Policía Nacional de Granada. Vendrás conmigo, ¿vale?

Violeta le miró sin entender nada.

–¿Y mi mamá? – preguntó ella con miedo.

Él suspiró y se sentó en la cama junto a la granadina.

–Tu mamá pasará un largo tiempo en un lugar seguro, estará bien, no te preocupes.

Ella no entendió nada. Pero con el paso de los años descubrió que su madre estuvo en múltiples centros de rehabilitación y en la cárcel varias veces por problemas de drogas.

ATENAS | Pablo GaviDonde viven las historias. Descúbrelo ahora