A ambos lados, las paredes rocosas se deformaban en torno a él, comprimiendo el pasillo. La piedra goteaba, expeliendo en silencio el mismo agua que se filtraba por las diminutas grietas del techo. Apenas se lograba distinguir lo que había más allá de diez pies. El aire se respiraba cargado de humedad. A cada paso, algo aparecía en medio del camino. Una pared, una esquina, la continuación del estrecho pasillo, más oscuridad. El Marginado se debatía a oscuras con lo incierto a la vez que debía seguir avanzando hasta encontrar la guarida.
Al poco de entrar el Marginado en la brecha, el camino empezó a desfigurar su rumbo, a serpentear, abarcando la zona interior de la montaña. No era un pasadizo demasiado extenso, pero sí intrincado y misterioso, y sobre todo incierto. Ahí dentro el tiempo transcurría de forma distinta. Cuando el Marginado pensaba que llevaba caminando más de cinco largos minutos, apenas había transcurrido uno sólo. Caminaba con rigor, pero también con decisión. Esquivaba las delgadas formaciones del techo agachando la cabeza y sorteaba las gotas que caían al suelo sin hacer ruido.
Antes de entrar pensó que el lúgubre interior del Monte Profano estaría dominado por una intensa fuerza mística, sobrenatural, pero apenas se sentía la menor sensación de que algo más allá de lo comprensible se había apoderado de la profunda grieta de la montaña, y esa misma quietud lo volvía aún más espeluznante. El silencio era absoluto. Solamente se advertían los cautelosos pasos del Marginado. Nada de susurros en el oído, pasos a sus espaldas ni extraños ruidos más allá de las paredes. Y, sin embargo, la suspicacia seguía ahí, presente, viva.
El candil empezaba a consumirse, la llama titubeante, las sombras danzando, y el Marginado inquieto al no dar aún con nada.
Algo irrumpió de la nada. El Marginado se contrajo, dando un paso atrás y apretando los puños. Una diminuta silueta se dibujaba con cierta claridad ante él, a unos pocos pasos, aún imperceptible. El Marginado vaciló un instante, pero supo responder alargando el brazo para alumbrar, para saber qué era aquello.
A tan sólo unos pies, un pequeño ser se postraba justo delante de él, mirándole fijamente y sin moverse de su sitio. El Marginado lo observó en un momento de desconfianza, sin acabar de comprender qué era aquella criatura tan extraña. Ambos se observaron por un instante en medio del estrecho pasillo, sin decirse nada, la oscuridad envolviéndoles.
La diminuta criatura medía algo más de dos palmos de altura. Su piel era arrugada y de un color verdoso. Sus orejas eran extremadamente largas y puntiagudas, estiradas hacia los lados en vez de hacia arriba, y sus ojos redondos como esferas, grandes y azulados. Una amplia boca se dibujaba en su pequeño rostro. Era una especie de homúnculo extraño y de origen desconocido, con un porte peculiar, rudo pero a la vez agraciado. Indiferente ante la sombría presencia del visitante, miraba con extrema curiosidad al Marginado, que no sabía cómo reaccionar ante la inesperada aparición de aquel extraño ser.
La criatura abrió la boca y emitió un sonido que el hombre no había escuchado jamás. Profundo, algo agudo, como un breve rumor. El sonido viajó por todo lo largo y estrecho pasillo, ahogado enseguida por el silencio que dominaba aquel lugar. Entonces, la criatura le hizo un gesto al hombre. Por un momento, ante el comportamiento del pequeño ser, el Marginado lo percibió como un humano, singular y misterioso, como ningún otro, pero humano. La criatura dio media vuelta y avanzó por donde parecía que había venido, con total serenidad, el Marginado aún quieto, mirándole. Se volvió de nuevo hacia él y entonces volvió a emitir uno de sus peculiares sonidos. Su oreja izquierda tembló un instante.
El Marginado entendió que debía seguirlo allá adonde le llevara. Asintió y fue tras él. La criatura caminaba a paso lento, así como le permitían sus cortas piernas. Por extraño que resultara, parecía no tenerle miedo al Marginado, mucho más grande e imponente que él, como si estuviera más que acostumbrado a la presencia de un humano en esas profundidades. La criatura recorría el pasillo con confianza, seguro de cada paso que daba, de cada esquina con la que se iba a encontrar, de las paredes que lo aprisionaban a ambos lados. Apenas alumbrado por el candil del Marginado, era evidente que se conocía aquel lúgubre lugar a la perfección. A partir de ese instante, ya habiendo penetrado por completo en el interior de la montaña mística, el Marginado lo dejó todo atrás, olvidando lo que aguardaba afuera, incluido a Rizio, que seguía esperándole en la entrada de la grieta.
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El Eterno Cometido
FantasyEn medio de los tiempos convulsos que han estado mancillando la historia durante los últimos siglos, donde reina el fanatismo, la ruptura, el desaliento y el conflicto, Taerus se ve sumida en el caos por la repentina irrupción de una tormenta desco...