Orul Gauwyn se lanzó a por Blavik sin piedad. Ambas espadas colisionaron en un estruendo chispeante. Arremetieron el uno contra el otro con consecutivos ataques, defensas, esquivas e instantáneos contraataques. Los filos se atizaban unos contra otros y las centellas brotaban de las hojas. Desatados por la ira, el Heraldo y el Marginado recorrían el inmenso lugar de un lado a otro, sin existir nada más que ellos dos y su ardiente ansia de matar. Los impactos rechinaban y las hojas silbaban en el aire. La fuerza de cada golpe era descomunal, y Blavik no se dejaba ganar ante el imponente tamaño del rey y la enfermiza perversión que corrompía su pútrida alma.
Blavik desvió la estocada de Orul Gauwyn y arremetió contra él golpeándolo en el pecho, pero la coraza negra era tremendamente resistente y la punta de cristal puro no hizo más que rebotar. El rey sonrió y embistió a Blavik con un implacable golpe descendente. Blavik intentó defenderse bloqueando con la espada, pero el impacto fue demasiado duro y cayó al suelo, a unos pies más allá. Orul Gauwyn ni siquiera fue a por él. Soberbio y confiado hasta la médula, esperó en su sitio a que Blavik se levantara y volviera al ataque. La ira del humano no hizo más que aumentar, y enseguida se precipitó hacia el rey a toda velocidad.
No había tiempo para el cansancio ni la extenuación. La adrenalina del momento encubría por completo cualquier mínima sensación de fatiga. El odio y la cólera otorgaban a Blavik capacidades sobrehumanas de las que jamás había sido poseedor: golpear con ferocidad, defender con rapidez y contraatacar con precisión. Ni un sólo error parecía que fuera a cometer durante el largo combate. Aunque Orul Gauwyn tampoco se mostraba débil, y mucho menos torpe. Era un espadachín como ningún otro, manejaba su espada con una sola mano como si se tratara casi una simple aguja de coser y se movía a una velocidad difícil de asimilar, esgrimiendo con agilidad y elegancia. Arremetía desde cualquier ángulo y se libraba de todo tipo de ataques con una facilidad repulsiva. Era un duelo a muerte realmente parejo que no hacía más que seguir prolongándose; los segundos pasaban y ninguno de los dos caía. Ante el mínimo error, se cobraría una vida sin compasión.
Los brazos de Blavik estaban siendo castigados tras cada bloqueo con la espada. Tuvo que valerse tan sólo de esquivar y de rehuir, pero enseguida Orul Gauwyn le ganaba terreno. Blavik no tenía espacio ni tiempo suficientes para contraatacar y se veía obligado a seguir defendiendo, una y otra vez, sin llegar nunca a causarle daño alguno al Heraldo. Ante su gran tamaño y la longitud de la espada, Blavik sabía que sólo iba a ganar superioridad si insistía en jugar desde la corta distancia, persiguiendo a Orul Gauwyn allá adonde fuera.
Poco a poco fue acercándose a él, cada vez más. El rey se iba quedando sin espacio, y Blavik estaba ganando ventaja. Orul Gauwyn dio un gran salto atrás y arremetió con una rápida estocada desde lejos que Blavik esquivó por insignificantes pulgadas que le salvaron la vida. Ambos insistieron durante largos segundos en pelear desde su posición ventajosa a la vez que debían golpear y no ser golpeados, por lo que aquello acabó por convertirse en una lucha puramente estratégica donde la muerte podía irrumpir en cualquier momento.
Desde la cercanía, Blavik logró golpear dos veces en el abdomen de Orul Gauwyn, en vano. La espada de Adhalin seguía sin lograr penetrar la armadura del rey. Éste empujó a Blavik para alejarlo y luego se arrojó a por él con un ataque descendente, otro lateral, otro en diagonal desde abajo y uno más desde arriba hacia abajo. Blavik se encontró incapaz de evadir el último ataque, por lo que tuvo que bloquear con su espada. Ambos filos se encontraron en el camino y las espadas quedaron bloqueadas una contra la otra. Blavik y Orul Gauwyn forcejearon en un instante de máxima tensión, uno delante del otro. La presión que se dirigían con la mirada corrompida por la inquina no era menor que la que ejercían con su espada.
—No eres más que un sucio traidor, Daga Indómita —exclamó Orul Gauwyn con rencor—. Todo lo que te di desde el principio, todo lo que construimos juntos... Lo echaste a perder, lo tiraste a la hoguera. Y todo por esa maldita furcia campesina.
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El Eterno Cometido
FantasíaEn medio de los tiempos convulsos que han estado mancillando la historia durante los últimos siglos, donde reina el fanatismo, la ruptura, el desaliento y el conflicto, Taerus se ve sumida en el caos por la repentina irrupción de una tormenta desco...