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Ambas localizaciones no estaban demasiado lejos la una de la otra. Alcázar de la Gloria era una ciudad diferente, pintoresca, incluso algo suntuosa, pero no demasiado grande.

Aún era de noche cuando Rizio y el Marginado llegaron a la Basílica Sempiterna, el cielo estrellado, las luces blancas iluminando las avenidas, las calles desoladas, las llamaradas doradas hondeando.

Los dos quedaron asombrados nada más encontrarse con aquel edificio de tal magnitud, de tal grandiosidad como lo era la entrada a la gran basílica. Iluminado hasta el último rincón más recóndito, se mostraba imponente desde la calle, pomposo, magnánimo, con sus cuatro altas torres en cada extremo del sepulcro central, las decenas de escalones que llevaban hasta la grandiosa puerta y el resto que aguardaba justo detrás, conformado por pasillos y otras salas interiores.

Rizio y el Marginado subieron cada uno de los escalones hasta llegar arriba y encontrarse con la entrada. El silencio ahí era absoluto. Las circunstancias del lugar y del momento eran más que idóneas para que la basílica de la Escuela Áurica mostrara su lado más tétrico e inclemente. Su descomunal tamaño, el mármol plateado que conformaba cada una de las perfeccionadas estructuras, los incontables detalles arquitectónicos. Se advertía incluso monstruosa.

Caminaron hasta cruzar el umbral de la puerta y finalmente entraron al lugar. Silencio. Desolación. No había nadie dentro. Rizio y el Marginado deambularon por el lugar de un lado a otro. La expectación era palpable, se respiraba, resultaba molesta. Llevaban apretando los puños desde que habían girado la esquina y se habían encontrado con aquella monstruosidad mágica de mármol apomazado. Ahí dentro buscaban pistas, indicios de algo, cualquier cosa. Todo parecía estar en orden, de la forma en que se suponía que debía estar, pero vacío y solitario hasta las entrañas.

La sala era gigantesca, muy espaciosa. Se respiraba un extraño hedor a clausura y a pólvora de éter. El ambiente era tétrico, lúgubre, sombrío, casi grotesco. Apenas se filtraba luz del exterior por los estrechos ventanales de arriba. Los pasos resonaban con eco por toda la sala. Largos bancos, colocados uno detrás de otro, formaban columnas en ambos lados de la sala, dejando un amplio espacio en el centro como pasillo central que llevaba de la puerta al fondo. El techo se advertía inalcanzable desde abajo. Uno miraba hacia arriba y se sentía vulnerable, insignificante, impotente a la majestuosa grandiosidad que desprendía el edificio. En los dos laterales, doce columnas delgadas y cilíndricas soportaban el peso de un techo que cubría los dos pasillos abiertos contiguos y el mismo suelo de las salas superiores. Largos candeleros iluminaban la vacía estancia en las esquinas con llamas de oro y pomposos candelabros colgaban de los techos más bajos. Al final de la sala, un enorme tarima de forma cuadrada se alzaba desde el suelo por cuatro escalones a cada lado. Estaba vacío. No había altar ni sagrario que lo adornara.

—Esto está vacío —dijo Rizio—. Aquí no hay nadie.

Es imposible, pensó el Marginado, reservado.

—La profeta me dijo que estarían custodiando la espada. Habló de mentes corruptas, de almas poseídas por el mal.

—¿Crees que seguirá estando? —preguntó Rizio tras un breve silencio.

—¿La espada? No lo sé.

Todo indica a que no.

—Es muy extraño.

—Vamos, sigamos investigando. Este sitio es muy grande, y tenemos que darnos prisa y salir cuanto antes. Lo único que queremos de aquí es la espada.

Ni siquiera querían considerar la posibilidad de que la espada de cristal ya no estuviera ahí y que, por algún motivo que resultaba desconocido e incluso enigmático, la Escuela Áurica hubiera abandonado la Basílica Sempiterna. De alguna forma tenían que conseguir romper el hechizo que inhabilitaba el barco de Kiriel, o, si no, no iban a poder abandonar la ciudad de otra forma que no fuera a pie, deparándoles un desconocido e interminable trecho hasta el norte. El propio Kiriel había dicho que había visto a algunos nigromantes cuando lo descubrieron intentando escapar. Era imposible que hubieran desaparecido en cuestión de unos tan sólo pocos días.

El Eterno CometidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora