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Fue necesario atravesar llanuras de bruma, ríos de lágrimas, montañas tormentosas y praderas de ceniza para dar con el Ciclópeo de las Arenas. El Marginado tuvo que abrirse paso por un mundo de incertidumbres como una sombra meditabunda y errante, perdido en el tiempo y en el olvido y guiado solamente por la lágrima perlada que sostenía en sus manos, tan pequeña y frágil y a la vez tan valiosa, cardinal, esencial.

Tras días de continuo viaje perdió la noción de ser. El mundo anterior había quedado ya atrás, como un mero recuerdo de un sueño lejano y ambiguo. Todo había desaparecido. En la tierra ya sólo quedaba el Marginado, deambulando en la soledad, y su arrojada obstinación por llegar hasta el final.

Desde su partida del Palacio Argentado tras su encuentro con el Oráculo, había sido puesto a prueba en cada momento, tras cada oscura y fría noche que pasaba a la intemperie y tras cada brumosa y enfermiza mañana que pasaba caminando por aquellos lares de tinieblas. A cada paso que daba el Marginado, más seguro estaba de que Los Abismos no eran un mundo a parte, sino nada más que un simple reflejo opaco y sin color del resto de Taerus, con su misma vegetación y sus mismas tierras, pero teñido de un gris melancólico que lo embadurnaba todo hasta sumirlo en la mayor de las tétricas desolaciones.

Al igual que en la llegada a los confines de Hargalor, donde el abismo separaba ambos mundos en un vacío oscuro e incierto, el Marginado se encontró tras días de continuo viaje de camino al lejano desierto amenazado por una vastedad sin fin, pero esta vez libre de espesa niebla y agua, en la que sólo reinaba el inalcanzable horizonte y una gruesa capa de arena dorada. El cielo se presentaba azulado, con sus espesas nubes oscuras que lo volvían todo más agresivo y crudo. Bajo sus pies, la arena era silenciosa y mansa, pareciendo que el Marginado se deslizaba más que caminar sobre ella. En ese desierto inmenso no parecía aguardar ningún guardián de portales ni ningún centinela. Al traspasar el umbral de y adentrarse en las vastas arenas, todo resultaba ser un páramo sin vida donde sólo habitaba el silencio y el vacío. Situado en mitad de la incierta y misteriosa inmensidad de Los Abismos, aquel mar de arena de oro era Ciclópeo de las Arenas.

El Marginado caminó por el desierto durante largos minutos sin rumbo. Ya hacía rato que la lágrima perlada había dejado de vibrar. En sus débiles manos se había apagado, consumida por su propia energía tras días de guía ininterrumpida. Le rugía el estómago tras días de comer poco más que plantas e insectos y bebido de pequeños arroyos, y también le temblaba todo el cuerpo. Cargaba con un cansancio y una fatiga que por un momento de lucidez le recordaron al día en que logró escapar del Foso Eterno, el día en que la tormenta irrumpió, sacándolo de las profundas oscuridades. Aquel día se percibía lejano en aquel ridículo momento de insignificancia, en mitad de un desierto de arena dorada del que no parecía haber salida. El Marginado a duras penas era ya capaz de saber cuánto tiempo llevaba viajando desde aquel día, cuánto tiempo había transcurrido desde que había logrado salir con vida de la tormenta y emprender el inicio de su travesía.

Mientras seguía vagando solo, recordó las palabras del Oráculo, que aún resonaban desde la lejanía con mayor eco que el de su profunda voz: "Deberás ir hasta al gran desierto que es Ciclópeo de las Arenas, donde aguarda Kastos, el guardián de Gehennas. Él se presentará ante ti cuando lo crea oportuno y te abrirá las puertas al otro mundo".

"Cuando lo crea oportuno".

Aquello se repetía una y otra vez en la confundida mente del Marginado.

El tiempo transcurría y nadie se manifestaba en su camino. Ni un alma recorría aquellos lares de arena perdidos en la intemperie. El Marginado se detuvo un momento, vacilante, con una molesta desconfianza despertando en su interior. ¿Por qué iba el Oráculo a mentirle? ¿Acaso alguien o algo poseedor de la verdad absoluta podía siquiera mentir? Pero ahí, en el desierto, seguía sin suceder nada por muy falibles que resultaran las confesiones del Oráculo.

El Eterno CometidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora