6 DOS SEMANAS Y TRES DÍAS DESPUÉS (Virgilio)

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En una esquina, se encontraba un niño desafortunado con el cabello tan blanco como su uniforme, llorando y sentado en posición fetal. A su alrededor, una multitud de personas vestidas de la misma manera pasaba indiferente, mostrando incluso cierto desprecio. Nadie se preocupaba por aquel pobre ser, hasta que, de repente, una luz se hizo presente.

Un resplandor de tonos amarillos iluminó al joven sollozante, quien alzó la mirada para descubrir el origen de tan esperanzadora luminosidad. No logró distinguir un rostro en particular, solo vislumbró una figura femenina que era la causante de aquel destello.

En ese instante, el niño cesó su llanto y observó con júbilo y admiración aquella figura armoniosa y hermosa frente a él. Extendió su mano derecha, anhelando rozarla, aunque fuera por un instante, pero antes de lograrlo, despertó.

Sus ojos se abrieron con asombro. El joven Deva, de cabello negro, yacía boca abajo en su cama, con la cabeza girada hacia la izquierda, vestido con su pijama blanca. Lo primero que vio al despertar fue la figura de alguien sentado en el camarote contiguo al suyo.

Era una figura esbelta, de porte atrevido y curioso, que parecía moverse con una gracia felina. Su cabello, de un tono rojizo tan intenso como la sangre, estaba recogido en una perfecta cola de caballo que resaltaba su mandíbula angulosa y su mirada penetrante. La suave luz que entraba habitación acariciaba su tez impecablemente blanca, acentuando sus rasgos finos y enigmáticos. Vestía un sórdido uniforme de color blanco, que resaltaba su presencia ciertamente impura en la habitación. En el pecho de su uniforme, justo a la altura del corazón, llevaba un código en letras negras que decía "1407IV".

—Hasta que al fin despiertas, joven enamorado—dijo el hombre con una gran sonrisa en su rostro y una expresión burlona.

—¿Víc...tor? —preguntó Virgilio aún somnoliento al ver al joven que tenía frente a él.

—¿Pues quién más podría ser? —respondió el joven pelirrojo sin dejar de sonreír.

Virgilio se levantó de su camarote, manteniendo una expresión tranquila, pero denotando cierto impacto debido al sueño que había tenido previamente. Sentado en el borde de la cama, miró hacia la izquierda y se percató de que la mayoría de los camarotes estaban vacíos, lo cual le sorprendió.

—Espera un momento...¡¿Qué hora es?!—exclamó Virgilio al darse cuenta de la ausencia de personas en la habitación, aparte de él y Víctor.

Rápidamente, se levantó de la cama y corrió hacia el vestidor al fondo de la habitación para vestirse, mostrando una expresión preocupada y temerosa, claramente visible, mientras Víctor lo observaba con burla y su característica sonrisa.

—Tranquilo, Romeo, apenas son las 7:30 —pronunció Víctor con calma ante la preocupación de su amigo de cabello negro.

Virgilio se tranquilizó rápidamente y volvió la vista hacia Víctor, pero al mismo tiempo, sintió una duda persistente. Era sumamente temprano y, sin embargo, había tan pocas personas en la habitación.

—¿Eh? Ok, dos cosas—decía Virgilio mientras se volteaba y se acercaba lentamente hacia Víctor—Primero, ¿por qué me llamas así? Y segundo, si es tan temprano, ¿por qué casi no hay nadie aquí?

Víctor se rió ante las preguntas del joven de cabello negro, poniéndose de pie y ubicándose frente a él, mirándolo desde arriba, ya que Virgilio apenas alcanzaba la altura de sus hombros.

—No te hagas el inocente—dijo Víctor con voz burlona hacia Virgilio—Escuché muy bien cuando dormías, decías cosas como "Oh Grecia" "Ayúdame Grecia". Sabía que ustedes dos eran cercanos, pero no creí que tanto así.

El camino del AlfaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora