9 MI OSCURA DAMA: PARTE 1

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TTanto Virgilio como Evelyn se apresuraban mientras caminaban hacia el comedor tras el resonante tañido de la campana. Mientras recorrían los pasillos, no podían evitar notar cómo varios ojos los observaban. La curiosidad de la mayoría hacia Evelyn aún no se había disipado por completo.

Virgilio mantenía una amplia sonrisa y fijaba su mirada hacia adelante, sin importarle las miradas curiosas de los extraños. Por otro lado, Evelyn no solo miraba hacia adelante, sino que también exploraba su entorno, no porque las miradas de los demás la intimidaran, sino porque buscaba a alguien en particular. Sin embargo, no había ninguna señal, ni siquiera una silueta, lo cual le preocupaba, reflejándose en su rostro una expresión de inquietud.

Tras descender con premura varios escalones y atravesar un laberinto de puertas, Virgilio y Evelyn finalmente llegaron al comedor. Este recinto, enmarcado por los altos muros de cemento u piedra, exudaba una atmósfera sombría y algo opresiva. La escena que se desplegaba frente a ellos era uno un tanto claustrofóbico: una abarrotada multitud de Devas se amontonaba en el espacio limitado, luchando por obtener un lugar en las mesas de madera desgastadas, algunas de ellas pintadas en un pálido tono blanco que apenas lograba ocultar los estragos del tiempo y la decadencia.

El comedor, iluminado por lámparas colgantes que emitían una tenue luz amarillenta y parpadeante, era un crisol de ruidos discordantes. El sonido de platos y cubiertos chocando resonaba en el aire mientras las conversaciones, susurros y risas forzadas creaban una cacofonía incesante. El olor a comida insípida y monótona se mezclaba con el tufillo de la desesperanza y la resignación que impregnaba el ambiente.

Las mesas, dispuestas de manera desordenada y apretujadas unas contra otras, apenas dejaban espacio para que los comensales se movieran con comodidad. Algunas exhibían marcas de años de uso y abuso, sus superficies desgastadas y manchadas como testigos silenciosos de innumerables comidas amargas y rutinarias. Los asientos eran simples bancos largos de madera sin respaldo, incómodos e inhóspitos, que parecían desafiar cualquier atisbo de comodidad o reposo.

Los dos Devas mantenían sus miradas en direcciones opuestas. Virgilio, en este caso, mostraba una ligera molestia al ver la larga fila que se formaba para pedir el desayuno, mientras que Evelyn continuaba escudriñando a su alrededor.

En un momento, Virgilio se volvió para observar a Evelyn y se encontró con un rostro marcado por la preocupación y un atisbo de temor.

—Oiga —interrumpió Virgilio con su voz decidida y firme, captando la atención de Evelyn.

La Deva de cabello negro miró hacia Virgilio, sorprendida por su intervención.

—Ya hemos llegado, debemos unirnos a la fila —dijo Virgilio, mostrando una ligera sonrisa en su rostro mientras observaba a Evelyn.

—Sí, por supuesto —respondió Evelyn, volviendo a explorar el entorno a su alrededor.

Ambos se colocaron en la larga fila, que se extendía ante ellos. Virgilio cruzó los brazos y comenzó a mover el pie derecho con impaciencia, dando pequeños pasos en señal de inquietud. De vez en cuando, volteaba ligeramente la cabeza para observar a Evelyn, quien estaba detrás de él, y notaba su expresión nerviosa y preocupada.

—Evelyn... —llamó Virgilio, su voz rompiendo el silencio.

Una vez más, la voz de Virgilio hizo que Evelyn reaccionara, dirigiendo su mirada hacia él.

—¿Sucede algo? —preguntó Virgilio, mostrando una mezcla de preocupación y curiosidad.

—No, no es nada... —respondió Evelyn con un suspiro—. No te preocupes.

El camino del AlfaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora