«Y si te dijese que esta vez los ángeles son los malos, y los demonios son los buenos, ¿me creerías?»
Nathan Growney es un joven nephilim de diecinueve años de edad con un oscuro pasado. Jamás debió nacer, jamás debió existir. Él es una maldición y...
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Elisabeth tragó saliva, nerviosa. Se limitó a mirar la cara del muchacho que esperaba la respuesta. El rostro de Kaiser lucía satisfecho, esperando a que soltase prenda y que saliese de su boca lo que tanto llevaba esperando oír. La mujer dio unos cuantos pasos hacia atrás. Pretendía huir disimuladamente y cuando llegase a la puerta salir corriendo, pero cuando iba a hacerlo, Kaiser en un pestañear de ojos se colocó en frente de ella y chasqueó la lengua a la par que hacia un gesto de negación con su dedo índice. Ella abrió los ojos sorprendida.
Aquel gesto demostró que la madre de la muchacha ocultaba algo.
—¿Mamá? ¿Qué es lo que estás ocultando? —preguntó su hija, preocupada.
—Elisabeth, no quiero presionarla —añadió Nathan intentando calmarla—. Comprende que lo que sabe es muy importante para mi.
Tenía miedo de abrir la boca. Se había mantenido tanto tiempo callada que ni siquiera había ensayado aquello para poder hablarlo. Le daba mucho pavor la reacción de su hija y de cómo iba a soportarlo. No quería perderla. A ella no.
Cuando hubo un silencio abrumador en la sala, la mujer susurró unas palabras en latín mientras cerraba los ojos. Dio unos pasos hacia atrás y se aisló en un rincón. Había creado una pared transparente para que nadie pasase en ella. Sobre todo ellos.
—¡Lo sabía! —exclamó Kaiser sonriente— ¡Es una bruja!
La pelirroja abrió mucho sus ojos, pasmada. No quería creerlo así que se acercó a su madre apresurada y se chocó con la pared transparente. Ella colocó las manos en la pared invisible sin poder asimilarlo.
—¡No es posible! ¡Mamá! ¿Qué es esto?
Su madre guardó silencio. El lloriqueo que se comenzó a oír de su voz alarmó a Kaiser y apartó a la hija cerca de la madre. Si la mujer se aislaba en su burbuja y seguía teniendo ese miedo, les podía expulsar de su vivienda con solo un conjuro. No quería eso.
Nathan observó a la joven. Si su madre era una bruja...
«Ella también debe tener algún poder», pensó.
Nathan se acercó a Elisabeth y tocó también la pared invisible que impedía el paso. Era realmente sorprendente. Jamás se imaginó que quedasen brujas en esos tiempos.
—¿Podemos hablar? —le preguntó suavemente.
El muchacho trató de sonreírle y trasmitirle confianza. La mujer miró sus ojos y, por el brillo que transmitían, no pudo evitar sentir comprensión.
Retiró el conjuro. Su corazón latía muy deprisa y él podía oírlo. Estaba aterrorizada y terriblemente nerviosa.
—¿Puede, por favor, contarnos lo que lleva ocultando años?
Se mantuvo callada unos segundos. Cuando el muchacho esperaba la respuesta, ella asintió con la cabeza.
—Mamá... ¿Por qué? ¿Por qué llevas tanto tiempo fingiendo ser quién no eres?