Capítulo 3: Una nota extraña.

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La joven se limpió las lágrimas, temblando

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La joven se limpió las lágrimas, temblando. Agarraba al chico de su vestimenta con fuerza creyendo que aún se mantenía por los aires. Intentaba aparentar ser fuerte, fingir que no estaba aterrada. No podía creer que hacía menos de un segundo estaba suspendida en el aire. Scarlett ya había estado al borde de la muerte en varias ocasiones, pero aquella le superaba. Tampoco creyó que el joven la hubiera salvado, pues no hacía ni veinticuatro horas que lo conocía. Se arrepintió de juzgarlo y tacharlo de ser quien no era.

 Alzó la vista con lentitud y pudo apreciar las alas del muchacho detrás de su espalda. Ella aún no la había observado con tanta claridad. Las alas de él se desvanecieron haciendo un sonido bastante curioso. En mitad de la penumbra de aquel callejón se hallaban ambos, mirándose a los ojos.

Ella no podía comprender como un ángel poseía tanta crueldad y maldad. Cómo había tenido la santa fe de intentar provocarle la muerte como si su vida no valiese un centavo. Tenía un falsa idea de quiénes eran los ángeles y de que tan crueles eran. Ahora lo entendía.

 —Lo siento —confesó colocándose un mechón de cabello tras su oreja.

—¿Por qué?—Inquirió.

—Ha sido mi culpa, no debí seguirte, no debí llegar a la terraza del edificio.

—Tú no has tenido la culpa en nada. Gracias a ti he podido defenderme y no ser humillado por ese... desgraciado.

—Eres muy honesto, pero si yo no hubiese estado allí, él no se hubiese escapado.

—Me da igual que se haya escapado. Estás a salvo y es lo que cuenta. Te acompañaré a casa, no creo que estés en condiciones de ir sola.

—¡No! —bramó como si hubiese recordado algo. El chico la miró arqueando una ceja—. Puedo... ir sola.

—Te acompaño.

—No, no es necesario.

—Insisto.

—En serio que no es...

—Insisto, he dicho —interrumpió.

—Está bien...

*

La acompañó hasta su apartamento a pesar que no se la veía muy convencida. Esa misma noche estaba refrescando y como Scarlett iba en pantalones cortos, tenía frío. Miró de reojo a la chica mientras ambos caminaban y vio como ella tiritaba y se cruzaba de brazos. Él se quitó su cazadora y se la colocó por los hombros. Ella le miró sorprendida por su acto. 

—Venga, no me mires así. No voy a dejar que una chica se congele. Tengo algo de educación.

—Gracias —confesó con pudor. Agradeció aquel gesto, más de lo que hubiese imaginado.

La chica, con inquietud, se detuvo en mitad de la calle. Aún se negaba a que el joven le acompañase.

—Mejor déjame ir sola. Mi apartamento está muy cerca.

Ángeles despiadados ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora