Capítulo 1: Recuerdos pasados.

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"Yo me enamoré de sus demonios, ella de mi oscuridad

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"Yo me enamoré de sus demonios, ella de mi oscuridad. Éramos el infierno perfecto." - Mario Benedetti.

Los ángeles y los demonios siempre han estado en guerra, pero aquello no suponía un problema para Ayla y Ezra.

Ayla era un sucubo con mucho poder destinada a luchar con Ezra, un ángel puro, pero con un infierno en su cabeza. Ambos se vieron obligados a enfrentarse sin siquiera poder negarse, ya que si luchaban y uno de los dos bandos ganaba, sería muy importante para el dios que los lideraba. Querían ganarse su respeto y liderar junto a él. Era todo sueño de ángel y demonio; tener tanto poder como el supremo del trono.

Cuando se conocieron frente a frente, lucharon sin siquiera mirarse a los ojos, pues sus vidas dependía de ello. Muchas de las veces que se enfrentaban, acababan empatados, sin poder decidir quienes de los dos habían ganado. Cuando ambos yacían magullados, llenos de sangre y con moretones, Ezra decidió alzar la vista para mirarla.

Jamás había visto una oscuridad tan bella como la suya, y ella jamás había visto una claridad tan enternecedora como la de él.

Él le sonrió, y por primera vez en su vida, ella devolvió la sonrisa a un ángel como él.

Pensaron que estaban locos, que no yacían en su cordura. Aquellos pensamientos impuros no eran dignos de estar en sus mentes.

«Quiero curar sus cicatrices», pensó Ezra.

«La sangre de su rostro lo hace ver adorable», pensó Ayla.

No podían pensar de ese modo el uno hacia el otro, o eso era lo que les habían enseñado.

Cuando volvieron a sus mundos, ella a Ingelen y él a Serenor, ambos quedaron pensando el uno en el otro. Sus miradas habían cambiado, sus expresiones se habían sincerado, sus sonrisas hablaban por si solas. Deseaban poder enfrentarse de nuevo para poder verse una vez más. ¿Podía llamarse eso amor?

Cuando se acercó la próxima batalla, ninguno de los dos apareció en el enfrentamiento. El ejercito que los acompañaba, ángeles y demonios, quedaron anonadados tras observar que los protagonistas no se presenciaron en el acto. Era la primera vez que desobedecían a su lideres.

Quedaron a escondidas para verse sin necesidad de estar magullados ni bañados en sangre. Sabían que lo que estaban haciendo tarde o temprano habría repercusiones, pero no les importaba.

Algo brillaba dentro de ellos y no querían apagar esa sensación por nada del mundo.

Ezra acarició su rostro con delicadeza, como si estuviese rozando el mismísimo infierno. Ella se dejó acariciar. Aquello era lo más extraño que habían sentido. Querían conocerse, querían profundizar en el abismo de sus seres. Él quería conocer su infierno, y ella quería conocer su cielo.

—¿Estamos locos? —preguntó sin dejar de acariciar su rostro.

—Si estar loco significa que quiero estar el resto de mis días contigo, entonces quiero estar loca para siempre —respondió ella.

Ángeles despiadados ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora