Capítulo 3

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‐Magnus, ¿no recuerdas a Hayla, la hija de Marta? -lo interroga su padre. Es ahí cuando me doy cuenta de que una leve sonrisa maliciosa aparece en su rostro.

-No mucho, la verdad -responde.

-¿Cómo que no? Si me parece que fue ayer cuando los veía jugar juntos en ocasiones.

¡Señor, por favor! Su hijo me molestaba, me humillaba, me atormentaba y en rara ocasión me defendía. Puede que fuera un juego para él, pero para mí no. Eso fue lo que tuve ganas de decir.

—Como sea —responde Magnus, ignorando el comentario de su padre.—¿Podemos continuar en lo que estábamos?

-Oh, sí, claro -menciona su padre- Gracias por el jugo, Hayla.

—La verdad prefiero whisky, no jugo.—habla él susodicho.

Cuando los ojos de Magnus no dejan de mirarme, siento un nudo en la garganta. Aunque sinceramente, yo tampoco puedo apartar la mirada de él.

-¿Hayla? -me llama el señor Alex, sacándome del trance.

-¿Qué sucede? -pregunto, pero antes de que pueda obtener una respuesta, la voz de Magnus se hace presente.

-Puedes retirarte -no espero más, tomo la bandeja y salgo del despacho a toda prisa.

Una vez afuera, me apoyo contra la puerta y cierro los ojos, intentando recuperar la calma. Todavía estoy en shock. No puedo creer que el niño rico y malcriado sea Magnus Rabell, el mismo chico que solía atormentarme cuando éramos pequeños. Ahora ha vuelto como un hombre poderoso e intimidante. Su mirada cortante me hace temblar, y el solo pensar en tener que convivir con él bajo el mismo techo me resulta incómodo. Espero poder ignorar su presencia y que él haga lo mismo.

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Caminando por el pasillo, me esfuerzo por mantener los libros en mis manos sin que se caigan al suelo. Necesito distraerme de todo lo que ha sucedido ayer. La llegada de Magnus fue una sorpresa inesperada, aunque la familia Rabell ya había hablado de su regreso. Sin embargo, el vergonzoso incidente que tuve con él, sin siquiera saber quién era, no estaba en mis planes. Parece que sigue siendo un cretino, y sinceramente, no quiero tener más problemas con él. Puedo ver en sus ojos que no tendrá compasión de mí, pero eso no significa que no esté dispuesta a defenderme si intenta humillarme de alguna manera.

De repente, choco con alguien y todos los libros caen al suelo.

—Mierda— murmuro mientras me agacho rápidamente para recogerlos.

-Lo siento, no me di cuenta de que estabas... -me disculpo, pero me quedo a medio camino cuando su voz ronca me interrumpe.

-Levántate -me ordena con un tono amargado y autoritario.

Dejo de recoger los libros del suelo cuando lo escucho, mi mirada viajan a los zapatos de marca exclusivos del sujeto que tengo en frente. Trago saliva cuando mis ojos ruedan hacia arriba veo sus piernas y el gran paquete que al parecer tiene entre ellas cubierto por la capa de tela fina de sus pantalones negros, sigo recorriendo su cuerpo hasta llegar a sus ojos grises, que me hacen soltar un jadeo al sentir su potente mirada traspasando la mía.

Y así es como me presento, soy Hayla Spellman, la chica con la peor suerte del mundo. Y justo cuando pensé que no quería verlo, la vida se encarga de ponerme justo enfrente de la persona que menos deseaba encontrarme.

- ¿No me escuchaste? ¡Levántate! - reacciono cuando lo vuelvo a escuchar, así que rápidamente recojo los libros del suelo y me pongo de pie, quedando frente a él una vez más.

- Lo siento - tartamudeo al decirlo. ¡Maldita sea! ¿Qué me pasa? - No te vi cuando pasabas...

- No me sorprende que seas una torpe que choca con todo. Aunque, no es la primera vez que te interpones en mi camino ¿verdad?- volteo a verlo y entrecierro los ojos, aguantando las ganas de decirle lo idiota que es.

Vale, dije que iba a sacar las garras, pero una cosa es pensarlo y otra es estar frente a esta persona. Tiene varios factores que me hacen retroceder, como una mirada intimidante, una postura imponente y el hecho de que me saque dos cabezas tampoco ayuda.

- Yo no soy torpe - finalmente me digno a hablar, notándose la molestia en mi voz. Bueno, tal vez sí era torpe, pero no tenía porqué darle la razón.

- Sí, ya lo veo- dice con un toque de sarcasmo - Sigues siendo la misma niña torpe y estúpida de siempre. Me lo demostraste ayer cuando por poco haces que te atropelle y me lo sigues demostrando ahora.

Respiro hondo tres veces para intentar calmarme, pero no lo logro.

-Y al parecer tú sigues siendo el mismo niño engreído e inmaduro de siempre, Magnus - suelto, observando cómo aprieta la mandíbula, indicándome que lo he enojado. No sé si eso es bueno o malo.

-Ten cuidado, Hayla. Recuerda que ya no eres una niña. Aquí solo eres la hija de una empleada, por no decir una empleada más. Recuerda que puedo echarte de esta casa cuando se me pegue la gana.

Desvío la mirada hacia el suelo y me quedo callada ante sus palabras. Tengo tanto coraje que hago lo posible por aguantar las ganas de decirle todas sus porquerías, ya que no me conviene entrar en una guerra con él. El tono de su voz suena retorcido y sé que no dudará ni un segundo en echarme a la calle. Aunque no creo que el señor Rabell lo permita, es mejor no tirar de la cuerda floja.

- ¡Ahora, lárgate! - me ordena con voz firme cuando ve que no respondo, y yo simplemente asiento y me alejo, atravesando el pasillo.

Magnus sigue siendo mi mayor molestia, y no puedo creer que esté de vuelta para amargarme la existencia. No sé si podré soportarlo, ya que como hijo mediano de los Rabell, todos en esta casa lo respetan, pero yo no soy muy buena en eso. Desde pequeña, Magnus me fastidiaba todo el tiempo, dedicándose las 24 horas del día a sacarme de quicio. Cuando se fue al internado en Londres, por un lado me sentí aliviada, pero por otro extrañé ver sus ojos grises.

Todo estaba bien, hasta este día.

El regreso de Magnus Rabell cambió mi vida.

Literalmente. Me arruinó...

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Insomnio: El deseo de tenerte.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora