CAPÍTULO 6 LEALTAD

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Al Adventure Galley le costó algo más de tres días llegar a la isla. En cuanto echó anclas, largas colas de marineros esperaban su turno para desembarcar. En la cocina, Bread y Jim se habían despedido ya del joven Half, y este se disponía a trabajar cuando Loyd se le acercó por detrás con su sigilo característico. Llevaba un sombrero negro en la mano y parecía contento.

-¡Half!

-¡Señor Loyd! ¡Me ha asustado!

-Alguien me ha pedido que te dé un regalo, chico.

-¿Un regalo para mí, señor Loyd?

-Así es, Half. Como voy a estar en tierra unos días, he preferido entregártelo antes de irme.

-¿También desembarca? Pensaba que usted...

-Pensabas que yo sería de los que se quedan. Llevo tantos años navegando que, prácticamente, he pasado más tiempo en alta mar que en tierra. Intento compensarlo desembarcando cada vez que atracamos.

-Lo entiendo, señor Loyd. Supongo que ese sombrero es el regalo.

-Así es, chico.

-Gracias, señor Loyd -dijo, colocándoselo en la cabeza. Le tapaba los ojos y su pelo largo sobresalía por fuera-. ¿Qué le parece? ¿Me queda bien? -preguntó, exultante.

-Claro que sí, Half. Además, con tu nueva indumentaria y tu pequeño amigo en el hombro, pareces un capitán.

-¿Un capitán, señor Loyd? Yo no quiero ser un capitán -musitó el joven.

Loyd entendió que había recordado lo ocurrido en la cubierta.

-Lo comprendo, chico, pero eso no quita que te quede muy bien.

-Señor Loyd, gracias de nuevo.

-De nada, chico. Nos vemos en unos días.

-Señor Loyd, ¿de quién es?

-¿Cómo dices, chico?

-Me ha dicho que era de parte de alguien. ¿De quién?

-Ah, eso. Ya lo sabrás más adelante, chico, ya lo sabrás.

Al Half se le hacía raro tanto silencio. No estaba acostumbrado a estar en la cocina sin escuchar las quejas de Bread ni las risas tontas de Jim. De vez en cuando, entraba el carnicero para dejarle encima de la mesa la carne recién cortada que Bread le había encargado antes de irse. Lo hacía sin mirar a Half, aunque él siempre le diera las gracias y buscara sus ojos, esperando algún gesto de cercanía. Esa misma mañana, el carnicero, al levantarse de la cama, lo había despertado chafándole la mano con su pie enorme, como si no supiera que estaba ahí. Ni tan siquiera se giró al oír a Half gritar de dolor.

Cuando Half entró en la sala de reuniones con la bandeja de la cena, William Kidd le pidió que tomara asiento. Pero el capitán no volvió a dirigirle la palabra hasta que acabó su comida. El chico, cada vez más incómodo, no dejaba de mirar la calavera de Robert el Perro.

-Por mucho que lo mires, no va a resucitar.

-¿Señor?

-Señor no, capitán. Eso es lo que tienes que decir. ¿Es que aún no te has enterado?

-Sí, señ... Sí, capitán -musitó Half.

-La verdad es que me has sorprendido mucho, chico. La cena ha sido excelente. Cocinas mejor que Bread. Eso está bien, pero no se lo digas al gordo, que se enfadará.

HalfDonde viven las historias. Descúbrelo ahora