Yo no soy la protagonista de ésta historia, pero sin duda no terminó ahí, cuando me paré frente al mar, llorando con mi hija en brazos.
Lo vi por primera vez en aquella zona industrial donde 2 compañeros y yo realizábamos prácticas profesionales. Era el año de 1995 y cursábamos los últimos semestres de universidad. Nuestra actividad principal era ingresar a una base de datos los materiales del almacén uno por uno, desde un tornillo hasta piezas gigantescas; les tomábamos foto con su registro único y subíamos la información a la computadora. Trabajábamos para 6 personas quienes eran nuestros jefes, ellos eran los ingenieros y nosotros los chavos, los chicos, los estudiantes. En ese grupo de jefes estaba él, Karlo.
No puedo decir que me haya gustado desde que lo vi porque no fue así. Era el más joven, tenía 25 años, regiomontano, piel blanca, ojos verdes, 1.64 m de estatura, algo bajo; siempre vestía pantalones de mezclilla pegados y tenía marcas de acné en el rostro, lo que contrastaba con el color de su piel; hablaba rápido y solía decir lo que pensaba.
Cada día, los ingenieros se turnaban para acercarnos en su carro a mis compañeros y a mí a nuestra respectiva casa, lo que constituía un alivio ya que debíamos tomar dos camiones, comer rápido e irnos a la universidad.
Cuando era el turno de Karlo, solía dejar primero a mis amigos y luego a mí. Platicábamos principalmente sobre música porque era rockero apasionado y yo escuchaba a Guns & Roses, Metallica, Iron Maiden, Nirvana y Deff Leppard entre otros así que era el tema común. Me contaba con emoción sobre los muchos conciertos a los que había asistido y lo escuchaba embobada pues los viajes que había realizado a mis 21 años se limitaban al sur y sureste.
Nací en Oaxaca y viví en Cancún desde los 3 años. Inicialmente mis padres se mudaban a Isla Mujeres, Cozumel o Playa del Carmen según la oferta de trabajo pero al poco tiempo se establecieron en Cancún.
Cuando tenía alrededor de 11 años y por azares del destino, mis papás se separaron y mi madre nos llevó a vivir con su nuevo esposo a la isla, Ciudad del Carmen, Campeche, México, un lugar que apenas se ve en el mapa, pero bueno, esa es otra historia.
Karlo me platicó cómo había llegado a la isla. Terminó su carrera universitaria en el Tecnológico de Monterrey con honores y había estado becado desde la prepa; como es bien sabido, esa es una escuela privada costosa y además difícil, se requiere ser muy bueno para estudiar ahí, y él lo era.
Ya egresado, ingresó en una empresa en el centro de Monterrey donde laboró un año y medio. Cierto día lo contactaron de Petróleos Mexicanos para que visitara Ciudad del Carmen con miras a que ocupara un puesto en la empresa. Visitó la isla, la empresa, conoció lo que sería su trabajo y aceptó. Decidió dar un giro de 180 grados a su vida. Dejó una ciudad grande y moderna, además a toda su familia y amigos siendo que nunca se había separado de ellos. Cambió todo por una isla conectada a tierra firme por 2 puentes, con 2 cines, ningún centro comercial, calles pequeñas, calor extremo todo el año, lluvias y mosquitos; eso sí, gente con una calidez y hospitalidad que no se ve por el norte, mariscos, frutas frescas y una extensa playa.
Nos fuimos conociendo y haciendo amigos. En algunas ocasiones me asesoraba para programar los sistemas que me encargaban de tarea en la escuela; me explicaba con paciencia y logré aprender de él pues tenía una vasta experiencia.
En una ocasión lo enviaron a Villahermosa por un mes a tomar cursos. No teníamos contacto pero él llegaba a la oficina sábado o domingo y tenía la atención de revisar mis sistemas que dejaba en la computadora que tenía asignada y ahí, en forma de comentarios que se usan en los lenguajes de programación, me hacía observaciones y sugerencias. En la segunda semana de ausencia me dejó un mensaje en el programa diciendo que extrañaba nuestras pláticas. Cada lunes llegaba yo directamente a leer con prioridad los mensajes personales antes que las observaciones a la tarea. Así es como dos almas descubren la conexión y compatibilidad, no importa el cuerpo físico, edad, religión, raza, solo ese reconocimiento que me gusta pensar viene de otras vidas y no necesariamente amor de pareja, también de amistad.
ESTÁS LEYENDO
UNA ENSEÑANZA DE VIDA
Non-FictionRelato de la vida real. Un claro ejemplo de amor a la vida, de optimismo y fuerza, de aceptación y aprendizaje. Es la historia de un hombre en su transitar por la Enfermedad de Cushing.