UNA ENSEÑANZA DE VIDA - CAPÍTULO 15

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Ale tenía 2 años 5 meses y era una niña extrovertida que nos hacía reír con sus muchas ocurrencias. Acostumbrada a estar entre adultos, aprendió a hablar como uno de ellos; usaba palabras formales y tenía ideas avanzadas para su edad.

En una ocasión, se llevó del buró las 6 o 7 pastillas que tomaba su papá cada mañana. Karlo las buscó por unos minutos pues solía colocar el montoncito en el mismo lugar, bajar por agua y luego ingerirlas. Ale estaba escondida detrás de un mueble con el puñito cerrado y tiraba una a una las pastillas; cuando le dije que eran medicinas venenosas para un niño, contestó que lo recordó luego de agarrarlas y por eso las estaba tirando, para que no la regañaran.

En otra ocasión, pintó rayones con un plumón sobre un mueble y cuando le pregunté el por qué lo había hecho, encogió los hombros y contestó: «escribí pollo».

Un día, cuando Gerardo le regaló una manzana roja, ella le preguntó: ¿pero no está envenenada?

Más adelante, por imitar a Gerardo, se le salió una mala palabra: p&#$; cuando le preguntamos qué había dicho, contestó: «dije Superama».

Esas y muchas ocurrencias a sus 2 años nos hacían reír llenándonos de alegría y motivación para seguir adelante.

En el mes de Enero del 2002 llegamos a la Cdmx para hospitalizar a Karlo. Estaba notablemente desmejorado así que lo ingresaron y le practicaron los estudios programados. Le costaba trabajo tener los ojos abiertos mucho tiempo y se mareaba al caminar.

El día que los médicos nos darían los resultados los vi serios. Antes de entrar en grupo al cuarto de Karlo me llamaron aparte. Dijeron que la resonancia magnética mostraba el tumor original aumentado, se veía otro tumor bastante grande en la parte posterior del cerebro y además otros 3 en la columna vertebral.

Debían realizar una biopsia del segundo tumor del cerebro y de uno de la columna para saber si el original había hecho metástasis o eran células de otro tipo, quizá cancerosas. No era normal que un tumor benigno hiciera metástasis, quizá estaba actuando como maligno, pero lo más seguro era que se hubiera convertido en cáncer; de corroborarlo, debían empezar a la brevedad con quimioterapias. No había buen pronóstico.

Cuando lo informaron a Karlo y se marcharon, nos quedamos un rato en silencio. Él concluyó que lo que pasaba era grave, algo muy malo. Permanecí parada viendo por la ventana hasta que me relevaron en el cuarto.

Recorrí el hospital como zombi y cuando iba bajando las amplias escaleras de la entrada las lágrimas corrieron solas. Caminé sin prestar atención a lo que me rodeaba. Los puestos de comida y demás ambulantes que estaba acostumbrada a ver parecían desenfocados. Después de avanzar algunos pasos, escuché unos gritos que me hicieron salir de la ausencia. Los vendedores me indicaron que alguien me estaba llamando. Regresé y vi al Doctor Solís sentado mientras un señor limpiaba sus zapatos. Cuando me acerqué pidió que dejara de llorar porque él haría lo posible para ayudar a mi esposo. Me tomó ambas manos diciendo que nos conocía de varios años y merecíamos estar bien, que confiara y rezara. Le agradecí y nos despedimos.

Cuando llegue al departamento, mi mamá me vio con los ojos hinchados y preguntó qué sucedía. Yo lloraba pocas veces y si lo hacía me ocultaba pero al explicarle no pude evitarlo.

Los médicos me pidieron que acudiera al hospital ABC con los estudios recientes para que los revisara un especialista en biopsia cerebral.

Me entrevisté con el Doctor, quien al ver las imágenes y leer el expediente, comentó que se trataba de un procedimiento delicado pero estaba dispuesto a realizarlo. Como tenía la agenda llena programó la operación para un mes después.

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