UNA ENSEÑANZA DE VIDA - CAPÍTULO 7

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En ese mes, muchas personas que habían estado al pendiente de la salud Karlo llegaron a visitarlo. A todos dábamos la buena nueva de su milagrosa recuperación y afirmábamos que sanaría totalmente dentro de poco tiempo.

Apenas pude fui al hospital de Pemex a hacerme una prueba de embarazo que resultó negativa. El doctor me recetó unas ampolletas para regularizar el periodo a pesar de que le insistí que nunca había tenido un retraso. Algo me decía que no me aplicara las inyecciones y al día siguiente acudí a repetir la prueba en un hospital privado. El resultado fue positivo. Estaba embarazada.

Cuando se lo comuniqué a Karlo no saltó de alegría, más bien lo vi preocupado.

Llegó la fecha de la segunda operación y nuevamente, después de todos los trámites y estudios de rigor, despedimos a Karlo antes de entrar al quirófano en el Instituto Nacional de Nutrición. Otra vez a esperar tratando de mantener el ánimo en alto.

La operación salió bien. A la hora predicha estaba el médico informándome que logró extraer ambas glándulas por laparoscopía y que la recuperación sería bastante rápida. Para la noche Karlo ya estaba en piso platicando.

En unos días, la presión arterial, la glucosa y otros valores se regularizaron, Karlo se sintió mejor y fue dado de alta. Debía tomar de por vida medicamentos para compensar la cortisona y otras hormonas que había dejado de producir. Le programaron una cita 2 meses después.

Durante el primer mes de esa pausa estuvimos bastante tranquilos, era Marzo de 1999.

En el mes de Abril, Karlo presentó dolores de cabeza intensos y molestia en los ojos, lo describía como si tuviera una basurita que le estorbaba y obstruía la visión. Su piel se había oscurecido como si tuviera un bronceado color café. La grasa del cuerpo había ido desapareciendo con rapidez, de nuevo era delgado, no recuperó la masa muscular de brazos y piernas y las estrías se quedaron por siempre.

Mi embarazo transcurría también de forma tranquila, cero molestias, como si el bebé supiera que toda nuestra atención debía estar en su papá.

La nueva cita nos llevó a la Cdmx. Se hicieron los estudios pertinentes: laboratorios, resonancia magnética, etc.

Los médicos nos dieron una mala noticia, el tumor había crecido de 2 mm a 6 mm, el triple en tan corto tiempo. Al observar el oscurecimiento en la piel de Karlo, concluyeron que había desarrollado Síndrome de Nelson, una enfermedad que en algunos pocos casos podía presentarse como consecuencia de haber quitado las glándulas suprarrenales. La producción de ACTH de la hipófisis se había triplicado pues al no recibir como respuesta la hormona cortisona, respondía enviando más y más. Decidieron que era necesario observar la evolución del tumor y los niveles hormonales así que lo citaron un mes después.

Mayo, en ese mes supimos que tendríamos una niña, su nombre sería Alejandra. Era una felicidad que iba de la mano con la zozobra por lo que estaba sucediendo.

Los dolores de cabeza de Karlo eran controlados por fuertes analgésicos pero la molestia en los 2 ojos iba en aumento.

La nueva revisión en la Cdmx indicó que el tumor había alcanzado los 9 mm, cerca de 1 cm. El neurocirujano aseguró que la única opción en ese momento era la radioterapia pero el hospital Picacho sólo contaba con radiación tradicional de cobalto que era bastante agresiva, no tan precisa y podía causar daño en los nervios ópticos que estaban cerca del tumor.

Alguien nos habló sobre la tecnología Gamma Knife, un método avanzado para el tratamiento de áreas seleccionadas dentro del cerebro que podía desbaratar tumores pequeños de forma precisa sin comprometer otros órganos.

En ese momento me di a la tarea de investigar. El único hospital en México que lo tenía era el San Javier en Guadalajara, Jalisco. La otra opción estaba en Houston, Texas.

Hice cotizaciones en los 2 hospitales y el costo estaba por arriba de los $200,000.00 en Guadalajara y $150,000.00 en Houston. Me puse en contacto con el Especialista en Houston quien me pidió que enviara los estudios para determinar si Karlo era candidato. En el hospital de Pemex me facilitaron todo cuanto pedí y lo mande de inmediato a USA. La respuesta fue que el tumor tenía las dimensiones adecuadas para realizar el procedimiento y nos esperaban a la brevedad para iniciarlo. Lo platiqué con el director del hospital de Pemex y él me dijo que haría las gestiones que correspondían para que Pemex liberara presupuesto para poder adjudicar el contrato por asignación directa al hospital San Javier.

Pasaron los meses y yo presionaba al director del hospital para que enviara a Karlo ya fuera a Guadalajara o a USA. Él me explicaba que no era tan sencillo pues se trataba de todo un proceso que requería varias etapas, muchas firmas y autorizaciones que no estaban en sus manos.

El 24 de agosto de ese año, 1999, a las 8.30 pm, nació Alejandrita por medio de una rápida cesárea. Estuve en labor de parto casi 24 horas y esperaba que fuera natural, sin embargo hubo necesidad de operar. Ale se adelantó 3 semanas; nació muy pequeñita, 2.759 kg y 49 cm de talla. Quedé enamorada de mi hija en cuanto la vi. Una niña preciosa de piel blanca, cabello oscuro y labios rojos. El doctor la llevó para que la conocieran y, después de tenerla en brazos, mi mamá se la dio a Karlo; él no sabía qué hacer con un cuerpo tan diminuto y era un manojo de nervios. Más tarde cuando ambas estábamos en el cuarto noté que tomaba las manitas de su hija.

Por esos días las molestias de Karlo le dieron una tregua.

A la mañana siguiente de la cesárea, antes de cumplir 12 horas de operada, me levanté, me bañé y recibí una llamada del doctor de Houston; salí del cuarto y hablé con él. Éste dijo que debíamos tomar una decisión rápida con respecto al tratamiento de Karlo pues sus circunstancias podían cambiar.

Luego de colgar, dije a Karlo que era necesario ir a Houston. Él preguntó de dónde sacaríamos tanto dinero.

Teníamos la mitad del costo del tratamiento en efectivo, era nuestro ahorro. Le pedí que usáramos ese dinero; teníamos un auto y una camioneta prácticamente nuevos así como una casa que habíamos adquirido, todo pagado ya, no teníamos deudas. Saqué cuentas sobre lo que obtendríamos vendiendo los bienes y afirmé que las cosas materiales eran recuperables. Karlo se negó. Dijo que Pemex debía pagarle el rayo Gamma y cualquier tratamiento que requiriera, sobre todo después de lo que le habían hecho en el hospital. Mis intentos por convencerlo no tuvieron éxito.

Una semana después del nacimiento de Ale, debí irme con Karlo a la Cdmx para otra revisión. El tumor seguía creciendo. Nos repitieron que estaban haciendo lo posible para fincar el contrato con San Javier pero no dependía de ellos.

El haber dejado a mi hija recién nacida por 10 días me provocó tanto dolor que prometí que no nos volveríamos a separar.

En el mes de diciembre de 1999 por fin me avisaron que el contrato de Gamma Knife estaba listo y Karlo debía trasladarse a Guadalajara; esa gestión se había hecho por él pero beneficiaría a muchos pacientes en lo sucesivo. 

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