En la ambulancia Karlo abrió los ojos, le pregunté si me reconocía y dijo: ¿Eres Macú? Macú es su prima. Me sentí desconsolada pero a la vez aliviada de que estuviera vivo. Lo hospitalizaron y me indicaron que esperara en urgencias. Sentí un dolor intenso en el vientre y me incliné; un enfermero me sugirió que pasara a revisión pero afirmé que me sentía bien. Fui al baño y descubrí que tenía sangrado intenso, quizá sería un desequilibrio hormonal por el susto, no supe pero me quedé sentada esperando que el dolor cediera.
Más tarde el médico me explicó que lo que había visto en Karlo era una actividad eléctrica anormal en el cerebro llamada convulsión o ataque epiléptico y que con seguridad era una secuela de la última operación. Advirtió que no se le quitaría pero le darían anticonvulsivos para evitar que volviera a suceder. Me pidió que estuviera alerta ya que antes de la crisis la persona se apaga sin previo aviso; los golpes al caer podían ser peligrosos así que debía tratar de acostarlo, ponerlo de lado y meterle un trapo en la boca para que no se mordiera o ahogara con su propia lengua. Confesé al doctor que no me imaginaba volviendo a vivir algo tan horrible. Pidió que no me preocupara ya que solo eran recomendaciones pues el medicamento haría su trabajo; indicó además una alimentación sana, evitar los desvelos, el estrés, el café, refresco de cola, alcohol y cigarro pues son conocidos excitadores cerebrales.
Por primera vez estaba paralizada de miedo y angustia. Me quedé acompañando a Karlo toda la noche y le platiqué lo ocurrido. Él aseguró no recordar o haber sentido absolutamente nada. Como siempre habló de otros temas pero yo me sentía sin energía, como desinflada.
Al día siguiente, cuando salió del hospital, le dije que no podíamos seguir viviendo solos pues había quedado traumada.
Nos fuimos un tiempo a la casa de mi mamá pero ya no vivía tranquila, lo observaba todo el tiempo y ante cualquier titubeo que presentaba sentía que iba a convulsionar. Él se incomodaba ante lo que consideraba casi un acoso de mi parte pues incluso cuando entraba al baño y cerraba la puerta, le tocaba hasta que abría. Cuando estaba dormido lo movía para asegurarme que estaba vivo. Lo atosigaba casi las 24 horas del día pues quería anticiparme a lo que pudiera pasar.
Empecé a desvelarme y a tener un descontrol en las comidas; dejaba de comer por días o comía a cada rato, no por hambre sino por ansiedad. Subí de peso y bajo mis ojos se marcaron ojeras oscuras.
Me volví aprensiva con Ale, la cargaba todo el tiempo como si quisiera protegerla de algo; ella aun no caminaba y no había tenido tiempo de llevarla a la estimulación.
Karlo habló con firmeza conmigo, dijo que lo que hacía estaba mal pues nadie podía tener control sobre el presente o futuro. Pidió que dejara todo en manos de Dios ya que sucedería lo que tenía que pasar y debía relajarme. Argumenté que para él era fácil decirlo porque no se había visto como yo lo vi.
Le entregué una lista de prohibiciones tales como salir solo, manejar, cerrar puertas y ejercitarse. Él solo movía la cabeza con impaciencia.
Alguien nos recomendó consultar a un médico naturista que llegaba periódicamente a la isla. Después de conocer el historial de Karlo, le recetó una dieta a base de jugos y licuados para desintoxicar que debía tomar cada 2 horas. Dijo que sería bueno que yo también hiciera el régimen para motivarlo. Al notar mi nerviosismo preguntó a qué le tenía tanto miedo; respondí que mi mayor temor era que Karlo muriera. Él contestó que todo ser vivo muere, unos antes, otros después, pero es el ciclo natural de la vida. No contesté pero pensé que era fácil decir eso cuando no se estaba en la situación.
Durante un mes, Karlo y yo nos alimentamos a base de licuados, unos sabían bien pero otros eran horribles. Recuerdo uno que contenía: ajo, cebolla morada, limón, salvado de trigo y betabel. Eran 8 licuados y había qué beberlos recién hechos, 1 cada 2 horas así que me la pasaba en la cocina todo el día.
En la siguiente cita en la Cdmx, después de los estudios y la resonancia, nos dieron la agradable noticia de que el tumor estaba del mismo tamaño que la última vez, o sea, no había crecido. Al parecer el Acelerador Lineal había funcionado y seguiría actuando hasta petrificar el tumor y dejar fuera de combate a las células que lo componían. Sentimos alivio y una felicidad enorme.
Como Karlo se sentía bien retomamos los paseos por la Cdmx en compañía de mi mamá, la bebé y nuestro amigo Gerardo.
Regresamos a nuestra casa en Ciudad del Carmen y aunque yo seguía intranquila, la felicidad era mayor. Continuamos la alimentación naturista un poco más relajada y retomamos las caminatas vespertinas.
Sin embargo enfrentamos un problema, teníamos una deuda grande y debíamos pagar el dinero. A Karlo le habían suspendido el salario pues había superado el límite de los 250 días de incapacidad que la empresa contemplaba. La única manera de que le volvieran a pagar sería regresando a trabajar pero necesitaba que lo médicos le dieran el alta. Yo había tenido que dejar mi empleo y con la venta de un vehículo y nuestros ahorros habíamos cubierto los costos del hospital Ángeles así como otros gastos.
Acompañé a Karlo a la empresa a hablar con el gerente de su área para pedirle apoyo en el problema laboral. Éste lo trató con despotismo diciendo que cómo esperaba cobrar si no trabajaba. Karlo se avergonzó de que yo fuera testigo de ese trato, pero como expliqué anteriormente, era su sombra y no le permitía ir solo a ninguna parte.
Al salir de ahí fuimos al hospital y solicitamos ayuda a sus médicos locales. Ellos aseguraron que sí seguía estable un mes más, le darían el alta y por política, al trabajar por lo menos una semana podía volver a incapacitarse con goce de sueldo.
Una mañana nos sentamos en la sala a hacer cuentas y decidir qué tendríamos qué vender para mantenernos y pagar la deuda.
Dios es increíble y nos envió el milagro. El timbre sonó y vi a dos hombres parados en nuestra entrada. Se presentaron como arquitectos y dijeron que estaban construyendo un edificio que sería rentado a Pemex así que nos tenían una propuesta. Los dejamos entrar y nos enseñaron unos planos; habían adquirido un terreno grande que se ubicaba en la parte de atrás y deseaban comprar nuestra casa y las de al lado para continuar el proyecto. Nos ofrecieron una suma. Karlo pidió más. Ellos hicieron otra propuesta intermedia y en ese momento cerramos el trato.
A partir de ese momento nos dedicamos a buscar una casa para comprar porque pronto debíamos entregar la propiedad.
Compramos una casa que nos gustó y cuyo precio permitió pagar la deuda que teníamos; además nos sobró dinero para hacer algunas modificaciones y sobrevivir un tiempo.
Poco antes de mudarnos a la casa nueva, una noche cerca de las 9, Karlo estaba peinándose ante el espejo del baño con la puerta abierta, como era costumbre. Yo estaba sentada en la cama y me distraje viendo una película siendo que casi no le quitaba los ojos de encima. De repente escuché un golpe fuerte, lo vi en el suelo convulsionando y me apresuré hacia él. Estaba en un charco de sangre pues al caer había roto el lavabo con la cabeza.
De nuevo se presentaron los movimientos repetitivos de su cabeza y cuerpo, los sonidos guturales y los ojos en blanco. Recordé las recomendaciones del doctor e introduje una toalla en su boca mientras lo colocaba de lado en el piso. La sangre brotaba escandalosa y traté de no perder la calma aunque mi corazón latía aceleradamente.
Esperé a que todo pasara pero el tiempo transcurría lentamente.
Cuando por fin se detuvo la crisis apreté la herida con otra toalla que se tiñó de rojo. Lo dejé en el piso pues era imposible cargarlo. Llamé por teléfono a mi madre para que, como siempre, me auxiliara y se hiciera cargo de mi bebé. Mientras la esperaba, lo único que se me ocurrió fue envolver un pedazo de hielo en la toalla y seguir apretando la cortada.
Al llegar mi madre, Karlo empezaba a recobrar la conciencia pero estaba totalmente desorientado. Le pedí que se levantara y caminara, que me ayudara a trasladarlo. Angustiado, preguntaba quién era él, en dónde estaba y quién era yo. Logré que se subiera a la camioneta y me dirigí a un hospital privado a que lo suturaran pues si lo llevaba a Pemex no le darían el alta temporal y no lo reanudarían en el trabajo por unos días.
Karlo lloraba y no dejaba de hacerme preguntas; yo lo calmaba pidiéndole que esperara pues en poco tiempo recordaría.
Después de un rato su memoria regresó. Le cosieron la herida, le pusieron un parche y una venda.
Regresamos a la casa a enfrentar la nueva realidad.
ESTÁS LEYENDO
UNA ENSEÑANZA DE VIDA
Non-FictionRelato de la vida real. Un claro ejemplo de amor a la vida, de optimismo y fuerza, de aceptación y aprendizaje. Es la historia de un hombre en su transitar por la Enfermedad de Cushing.