UNA ENSEÑANZA DE VIDA - CAPÍTULO 13

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Cuando le dieron el alta, Karlo regresó a trabajar. Aun con la visión disminuida, en cuestión de días estaba como pez en el agua.

Yo lo llevaba y recogía para evitar que manejara pero él no estaba conforme. Lo acompañaba hasta la puerta de su oficina y me quedaba un rato sentada afuera hasta que salía y pedía que me marchara. En la jornada laboral le hacía de 5 a 10 llamadas para saber si estaba bien pero solo conseguía impacientarlo.

Cuando me quedaba en casa tenía miedo de que sonara el teléfono y me dijeran que había convulsionado y estaba lastimado. Por mi cabeza pasaban las peores imágenes.

De nuevo me habló con firmeza y pidió que lo soltara un poco; dijo que no tenía miedo y estaba contento, se sentía bien después de tanto tiempo y los retos en el trabajo lo motivaban.

Dejé de llamarlo pero pedí a una compañera suya y amiga mía, que me tuviera al tanto de cualquier detalle. Él se enteró y me sugirió que la dejara trabajar. Dijo que ya tenía tiempo para llevar a la bebé a estimulación y eso me mantendría ocupada.

Nos mudamos de casa, pagamos nuestra deuda e invitamos a cenar a los amigos de Cd. del Carmen que nos habían prestado dinero.

Mi madre cocinó Filete Mignón y puré de papa para nuestros invitados y pasamos una noche agradable, parecida a las de antes. A todos decíamos que Karlo estaba mejorando y no entrábamos en detalle de lo que en realidad vivía.

De nuevo éramos un matrimonio joven con una hija y convivíamos con gente de nuestra edad.

Volvió un poco de normalidad. Gracias a la estimulación, Ale no sólo caminaba sino corría. Incluso pude retomar mi vida laboral por unos meses.

En la siguiente cita el tumor seguía igual, no disminuía pero tampoco crecía y eso era una excelente noticia.

Terminó ese año, el 2000.

A principios del 2001 en una nueva cita, nos indicaron que el tumor estaba igual.

Como medida de apoyo alternativo, rentamos en la Cdmx una cama magnética en la cual Karlo debía permanecer media hora cada mañana con piedras e imanes en diferentes partes del cuerpo. También por recomendación, conseguí uña de gato, cápsulas de víbora y otras pastillas llamadas Fadon para ayudar a detener las células tumorales. Dentro de la alimentación naturista no podían faltar berros, berenjena, brócoli, espinacas, perejil y otras hojas verdes, todo crudo. El cuerpo de Karlo ya no producía sodio así que debía tomar de por vida, además de hormonas, cápsulas de sal. Al evitar desvelos, alcohol, stress y seguir al pie de la letra su tratamiento, logró sentirse si no al 100%, bastante mejor.

Convulsionó muchas veces más pero por fortuna ocurrió mientras estaba acostado descansando o bien por las noches cuando dormía. Aprendí a reaccionar rápido y opté cada vez por seguir el procedimiento, voltearlo, meterle el trapo en la boca, cuidar que no se cayera, cerciorarme que respirara y prometerle que recordaría todo poco a poco. En algunas ocasiones despertaba hasta el día siguiente así que luego del caos velaba su sueño y evitaba comentarle lo ocurrido pues consideraba que era mejor que no se enterara. Estaba agradecida con Dios de que nunca lo hubiera visto otra persona además de mí.

En una ocasión, Ale se cayó de la cama y se golpeó la cabeza. Mientras atendía a mi bebé, vi a Karlo hincarse y hacer un trato con Dios, a él podía ocurrirle lo que fuera pero deseaba que su hija siempre estuviera bien.

Los siguientes meses, en cada visita a la Cdmx, retomamos los recorridos a lugares de interés o íbamos a partidos de fútbol en el estadio Azteca, mi mamá, su esposo, algunas veces Lety, nuestra bebé y Gerardo. Todo un grupo.

En el trabajo propusieron a Karlo para un ascenso y asumió las responsabilidades del nuevo cargo mientras se consolidaba la plaza.

Las esposas de los señores que ocupaban esos puestos, pertenecían a un grupo de Damas Voluntarias de no me acuerdo qué y se la pasaban organizando desayunos benéficos, loterías, rifas, cenas elegantes y obras de caridad. Me agregaron a su selecto grupo y asistí a varias reuniones bastante divertidas. Las señoras parecían contentas, hablaban de los viajes fuera del país con sus esposos, de sus hijos adolescentes o universitarios y de otras cosas que para todos eran normales pero que para Karlo y para mí no lo habían sido. Desee tanto que la salud de él se estabilizara y pudiéramos llevar una vida así de común.

Los domingos Karlo iba a la iglesia a escuchar misa. Yo prefería no acompañarlo porque me costaba entretener a Ale así que me quedaba en casa con ella.

Él amaba a Dios profundamente, su formación era católica pero era un cristiano librepensador. Decía que para creer en ÉL no era necesario rezar todo el día o estar cada tarde en la iglesia. Aseguraba que Dios estaba presente incluso cuando la gente convivía en una reunión con sus amigos, tomando una o dos cervezas y sin hacer daño a nadie. No le gustaban los ritos ni el exceso de oraciones sin embargo se confesaba y comulgaba.

En una ocasión tardó 2 horas en volver y yo ya estaba nerviosa e histérica. Cuando llegó me contó que después de la misa, los invitaron a rezar un rosario, unas oraciones de sanación y algunas alabanzas. Admitió que se sintió desesperado de hacer algo repetitivo y le pareció una pérdida de tiempo. Cuando venía de regreso reflexionó y se dio cuenta de que prefería estar con su esposa y su hija pues Dios también estaba ahí.

En el mes de Julio, Karlo salió de vacaciones y nos fuimos a Monterrey. Se sentía bien así que visitó y recibió a familiares y amigos. Todos se sorprendían al ver su piel tan oscura pues lo recordaban blanco pero nadie hablaba de eso, a final de cuentas él seguía siendo el mismo.

Entre tantas visitas, recibió la de Chón, un señor mayor que fue el dirigente del grupo católico al que perteneció desde su adolescencia. Este señor le había transmitido mucho de lo que sabía y le tenía gran aprecio y respeto.

En cada visita a Monterrey, íbamos al estadio de fútbol a ver jugar a su equipo local favorito: Tigres. Cuando se enfrentaban los 2 equipos locales: Tigres vs Rayados, la locura invadía la ciudad y era contagiosa la emoción y fanatismo. Hay varias anécdotas en los estadios que viví en compañía de Karlo y sus primos Tavo y Javier.

A veces él salía con su papá y su hermano, al estadio o a un bar.

En una de las visitas al estadio me platicó que escuchó a una niñita llorando y sintió que extrañaba a Ale.

El día de mi cumpleaños # 28, el 6 de julio, me organizaron una reunión en la casa de la abuelita Irma. Ahí estaban los tíos Irma y Alonso, Elba y Guayo, Claudia y Marco, las primas Macú y Lily con sus esposos e hijos. Había comida y postres en la mesa. Todo iba bien.

De repente vi a Karlo parado con la mirada perdida y la cabeza moviéndose hacia un lado. Corrí y lo agarré antes de que cayera. Gerardo, el esposo de Macú, me preguntó qué hacer, le dije que lo acostáramos y me diera un trapo. De nuevo los movimientos y gemidos, esta vez delante de todos.

Al introducir el trapo en su boca, mis dedos quedaron atrapados entre sus dientes; mordía con tal fuerza que grité al sentir tanto dolor. Creí que iba a perder los dedos pues en vez de aflojar, apretaba más, como si se hubiera atorado su mandíbula. Gerardo hizo varios intentos para que abriera la boca y me soltara. Después de un momento por fin logré liberar mi mano.

Busqué con la mirada a Ale y vi que Macú la distraía enseñándole algo a través de la ventana.

Cuando todo se calmó y Karlo recuperó la conciencia, le expliqué lo sucedido; todos actuaban como si nada hubiera pasado pero él y yo estábamos desanimados.

La familia me cantó las mañanitas y apagué las velas del pastel. Comí automáticamente lo que me sirvieron y que antes se me había antojado pero no logré sentir sabor alguno. Observé que Karlo estaba igual.

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