UNA ENSEÑANZA DE VIDA - CAPÍTULO 18

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Se hizo imposible que Karlo continuara bebiendo el pinol pues en cada intento lo vomitaba. Yo ejercía presión e incluso me enojaba con él; hoy sé que estuve equivocada pero era que no podía aceptar la realidad.

Desde mediados del mes de Mayo, me había confesado que aunque pudiera, ya no deseaba beberlo. Le rogué que siguiera haciendo el esfuerzo pero fue firme.

Se hizo más frecuente que dijera cosas sin sentido, como asegurar que la noche anterior había estado en un concierto de U2 (su canción favorita siempre fue 'With our Without you'), o que iría a ver el partido de fútbol que estaban transmitiendo en la televisión en ese momento; incluso llegó a preguntarme si era su mamá. Era triste ser testigo de su deterioro, él tan inteligente, tan activo, tan noble.

Seguía avisando para hacer sus necesidades pero algunas mañanas despertaba sin pantalón y ropa interior; yo no me daba cuenta en qué momento se las quitaba y cuando le preguntaba decía que no sabía.

En otra ocasión, al amanecer, tenía el papel sanitario completamente desenrollado sobre su cuerpo desnudo e insistía en que alguien lo había dejado ahí.

El mes de junio lo pasó durmiendo. Una noche tuvo 3 convulsiones seguidas en su cama. Mi madre me ayudó a ponerle el trapo en la boca y tratar de que no se cayera. Despertó al día siguiente y no se enteró.

Días después me confesó que quería divorciarse, luego me abrazó y se arrepintió. En otra ocasión aseguró que yo estaba esperando a que se muriera para tener un romance con Gerardo, lo dijo frente a su mamá y mi mamá. Por supuesto no sabía que Gerardo era pareja de aquel chico que llevaba a ayudarnos a veces. Después de un rato solía olvidar esos comentarios.

Mayormente estaba coherente pero los episodios iban en aumento.

Gerardo habló conmigo y me aconsejó que me llevara a Karlo pues ya no estábamos haciendo nada, ni en el hospital ni en la fundación. Habíamos llegado a la Cdmx en Enero y era finales de Junio. Yo insistí que no pero él me pidió que entendiera, que lo dejara descansar pues ya había tenido suficiente; aseguró que yo también necesitaba un respiro. Le contesté que no estaba cansada y podía cuidarlo el resto de mi vida. Él afirmó que yo estaba siendo egoísta pues Karlo no lo decía pero eso no era vida.

Con renuencia tomé la decisión de irnos. Prometí a Karlo que lo llevaría a su amado Monterrey pero antes debíamos regresar a Ciudad del Carmen ya que el hospital de la Cdmx hacía el envío para allá. Apenas llegáramos a la isla debía arreglar las cuestiones administrativas para que lo atendieran en el hospital de Pemex de Cadereyta, NL y, principalmente, me surtieran sus caros medicamentos. Quizá para la mayoría de las personas resultaba difícil entender el por qué no lo llevaba directamente a Monterrey pero eran reglas que no podía pasar por alto. Él sonrió contento ante la idea de estar lejos de la Cdmx.

Fui al hospital y pedí el alta. Me despedí de abrazo de médicos, enfermeras, personal de limpieza, vigilantes, la secretaria del director (quien me había regalado peluches para Ale), la licenciada que elaboraba los subrogados a otros hospitales (ella me dio $300 para que le comprara ropa a Ale). Conocí a tantas personas en esos 4 años. Me acerqué con la gente que vendía comida en los puestos afuera del hospital: el señor de los jugos, la señora de los tamales, la familia completa de los tacos de suadero; a todos informé que nos íbamos y recibí sinceras bendiciones.

Gerardo prometió que en unos días iría a vernos para ayudar en lo que se pudiera.

El 29 de junio del 2002 volamos a Ciudad del Carmen.

Al llegar, movimos a Karlo en silla de ruedas a la camioneta que ya nos esperaba afuera; él iba con la cabeza agachada y se tapaba la cara con las manos por el mareo que le causaba ser trasladado.

A unos pasos estaba una persona que no nos perdía de vista; reconocí al vigilante del área de trabajo de Karlo. Él me miró directamente a los ojos, entendió lo que sucedía y asintió en señal de empatía y apoyo.

En los siguientes días, Karlo permaneció tranquilo pero apenas comía. Yo me iba al hospital a arreglar las cuestiones administrativas pero no encontraba el mismo apoyo que en la Cdmx; me decían que era un requisito que el enfermo se presentara pero él ya no deseaba ni podía acudir.

Decidí contratar a una enfermera que en el pasado le había aplicado medicina alternativa vía intravenosa para que le administrara suero glucosado y no se debilitara más.

Entre los medicamentos que me habían entregado en la Cdmx estaba la morfina pero no había necesidad de aplicársela porque no se quejaba de dolor.

La enfermera, sorprendida, aseguraba que era milagroso que estuviera tranquilo durmiendo. En su experiencia, los pacientes terminales con tumores cerebrales solían gritar y golpear su cabeza cuando pasaban los efectos de la morfina.

Alma y Raúl visitaron a Karlo. Raúl le recetó unas malteadas de su tienda naturista como suplemento alimenticio y platicaron de diversos temas.

Luego se llegó la víspera de mi cumpleaños y una sorpresa me esperaba.

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