UNA ENSEÑANZA DE VIDA - CAPÍTULO 14

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Después del regreso de las vacaciones, llegó a vivir con nosotros mi sobrino Ernestito quien tenía 7 años en ese entonces. No lo he mencionado hasta ahora, es hijo de mi hermano menor y desde que nació ha sido muy cercano a mí; fue mi primer sobrino y siempre lo he querido como a un hijo; su historia es digna de un libro pero no la tocaré en este momento.

Ernestito había pasado algunas temporadas en nuestra casa y deseaba quedarse a vivir con nosotros. Ale estaba por cumplir 2 años y a pesar de los 5 de diferencia, caminaba detrás de él todo el tiempo.

Mi sobrino no sabía leer y escribir; no había cursado un ciclo escolar completo pues solían dejarlo en diferentes casas. Cuando tenía cinco años lo inscribí en un curso de regularización al cual lo llevaba todos los días pero, como solía suceder, se lo llevaron a otro lado así que no hubo progreso. La idea era que viviera todo un año con nosotros, que entrara a la primaria y tuviera una vida más o menos normal. Karlo le tenía mucho aprecio.

En los siguientes viajes a la CDMX lo llevé con nosotros. En el verano permanecimos más de 25 días ahí y aproveché para enseñarle a leer, escribir, sumar y restar, o sea lo básico para que pudiera ingresar a la primaria. En el tiempo libre, como era costumbre, visitábamos 'La Marquesa' y con dos niños chicos comenzamos a frecuentar lugares con juegos infantiles. Al grupo se unían los dos hijos de nuestro amigo Gerardo y a veces sus dos sobrinas.

El tumor de Karlo seguía bajo control. Se podía decir que en ese tiempo el único problema que enfrentaba eran las convulsiones porque se había habituado a la falta de olfato, visión disminuida, alimentación naturista, suplementos hormonales y muchos medicamentos.

En los siguientes meses Karlo siguió trabajando y establecimos una rutina de vida. Ingresé a Ernestito en una escuela primaria privada. Por las mañanas llevaba a uno a la escuela y al otro al trabajo, más tarde los recogía, comíamos y de nuevo los llevaba y traía.

Metí al niño y a Ale en un equipo de fútbol e incluso adoptamos 2 gatitos.

Por las noches leía a ambos niños los libros de Harry Potter y Karlo se unía a la reunión.

Fue una época bonita.

En otoño, la nariz de Karlo empezó a gotear. Inicialmente pensó que se trataba de una alergia pero pasaban las semanas y el escurrimiento persistía. No era algo que doliera o molestara pero estaba ahí.

Por esas fechas visitamos en la Cdmx a una persona que practicaba la medicina alternativa; él preparaba a Karlo unas vacunas en las que mezclaba la sangre que le extraía, el fluido de la nariz, unas gotas de orina y otra combinación desconocida. Él agregó ese nuevo tratamiento a su larga lista de cuidados para recuperar la salud.

Cuando los médicos internistas tomaron la muestra del fluido que salía de la nariz de Karlo y le pusieron un reactivo, diagnosticaron que lamentablemente era Líquido Cefalorraquídeo. Ese líquido corre por el sistema nervioso y médula espinal, funciona como un amortiguador que protege de golpes y contusiones, elimina desechos del cerebro y además mantiene su correcto funcionamiento. De alguna manera se había producido una fístula en una capa de la corteza cerebral y por ahí se estaba fugando mediante el goteo constante. El peligro no residía en que hubiera deficiencia ya que se regenera cada determinadas horas; sin embargo podían ocurrir varios problemas: disminución en la presión intracraneal, ingreso de bacterias o virus por la fisura que podían dar lugar a una infección o meningitis, dolores de cabeza intensos. Lo último ya estaba ocurriendo.

La noticia nos cayó de golpe pues confiábamos en que por fin la enfermedad estaba bajo control.

Era 19 de Noviembre del 2001 y ambos olvidamos nuestro aniversario # 4.

Cuando Karlo lo recordó, 3 días después, se disculpó, me llevó a cenar a un restaurante de cortes de carne y me dio una caja de regalo que contenía un lindo reloj. A mí no me pasó por la cabeza comprarle algo. En años anteriores, aunque no habíamos tenido oportunidad de festejar después de aquel primer aniversario con las hamburguesas de McDonald's, por lo menos nos abrazábamos y felicitábamos mutuamente.

En el mes de diciembre, los dolores de cabeza se intensificaron; los médicos recomendaron a Karlo que pasara mucho tiempo acostado pero insistía en seguir trabajando. Lograba cumplir con sus actividades laborales pero hubo una notoria baja en su energía y dormía todo el tiempo que estaba en casa.

Los médicos lo incapacitaron los últimos días del año y le programaron nuevos estudios en la Cdmx a principios del mes de enero del 2002. Había qué identificar el lugar de la fístula craneal para una posible colocación de un parche hemático mediante una cirugía.

Antes de navidad, se llevaron a mi sobrino Ernestito lejos de nosotros. Fue un evento doloroso y preocupante pues además de extrañarlo nos pesaba saber que su progreso de los últimos 6 meses sería revocado.

Pero Dios es sabio. Él sabía por qué lo alejaba en esos momentos.

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