DORIAN: ES GILIPOLLAS

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Aquella misma noche llegó Liam corriendo a conserjería, se detuvo frente a la ventanilla y me miró con una expresión de pánico en el rostro a la que respondí con un ceño fruncido de extrañeza. Cruzó la puerta como un tornado y se acercó gimiendo para abrazarme.

—¿Qué ha pasado? —le pregunté al instante, empezando a preocuparme de verdad— ¿Estás bien?

—Sam dijo a Liam que Zayn habló mal de la Manada delante del Alfa —me explicó.

—Ah... —entonces puse los ojos en blanco y me relajé—. No fue nada, ya hemos... hablado.

Liam se sorprendió y levantó la cabeza, arqueando las cejas. No podía culparle, sonaba bastante irreal que el Alfa y yo hubiéramos «hablado». No hizo más preguntas, pero insistió en que me levantara de la silla para poder sentarme conmigo encima y abrazarme con fuerza mientras mirábamos la serie juntos en el ordenador de la cabina.

Como no recibió llamadas de Dorian para quejarse ni ninguna noticia de problemas, se relajó bastante hasta que llegamos a casa y empezó a ronronear y pegarse mucho a mí, frotando su erección contra mi espalda por si no me había dado cuenta de que estaba cachondo. Había intentado lo mismo en el Jeep, poniendo la mano tras mi respaldo y gruñendo mientras movía la cadera, pero yo lo había cortado de seco con un sutil: «Ya te he dicho que no te voy a volver a comer la puta polla mientras conduces, Liam. No me hagas enfadarme...».

Al día siguiente en el desayuno, como era sábado, revisé el móvil solo para asegurarme de que no recibiría ninguna llamada de la ONG a mitad de la tarde. Alcé las cejas y emití un sonido de sorpresa al comprobar que tenía otros siete alumnos programados. Liam dejó su vaso de leche caliente sobre la mesa y me miró, relamiéndose para limpiarse su bigote manchado de blanco. Gruñó para llamar mi atención y que le contara la buena noticia.

—Tengo una clase esta tarde, así que saldré antes de casa —le expliqué.

—¿Zayn recibe clases? —me preguntó entonces, frunciendo el ceño—. ¿De qué?

—De cocina —mentí al momento.

Liam puso una cara que, de haberse tratado de otro tema, me hubiera parecido hasta cómica. Retrocedió con la cabeza, encogiendo los amplios hombros mientras ponía una expresión de extrañeza y sorpresa tan intensas que eran dignas de un dibujo animado. Le miré por el borde de los ojos y le pregunté:

—¿Algún puto problema...?

El lobo negó rápidamente y bajó la mirada al vaso antes de que me enfadara. Solo se atrevió a levantarla cuando me había terminado mi emparedado de huevo y mi café y le había hecho una señal para que nos fuéramos. No hizo más preguntas sobre el tema el resto de la tarde, pero se desveló cuando me moví de su sitio en el sofá y fui a vestirme a la habitación. Se quedó mirándome mientras salía con la ropa del Doctor Lobo, gafas incluidas, y me acercaba para darle un beso de despedida. Si seguía sorprendido, no lo mostró ni por un segundo.

—Espérame para ir al Refugio, llegaré antes de que te vayas —le dije antes de salir por la puerta con mis llaves en una mano y el casco de la moto en la otra.

Seguía lloviendo un poco y, aunque me hubiera puesto la cazadora, llegué mojado a la clase después de recorrerme la puta ciudad de punta a punta. No dije nada al respecto y los siete hombres y mujeres que me esperaban allí no se atrevieron a decir nada al respecto. Hice lo que hacía siempre, me quedé mirándolos con los brazos cruzados y, tras decidir cuales de ellos tendrían suerte, empecé la explicación. En aquella ocasión surgieron preguntas más específicas y no el típico: «A mí me han contado que...», «He leído que...», «Mi amiga que fue al Celo me hablo de...».

HUMANO [ADAPTACIÓN] ZIAM Donde viven las historias. Descúbrelo ahora