EL EXILIO: SE ME DA BIEN

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Aquella noche parecía que sería tan larga y aburrida como el resto. Al terminar mis tareas del sábado, fui a por una Coca-Cola a la sala de descanso y volví a conserjería para sentarme en la silla vieja y cochambrosa, sacarme un cigarro y encender la tele. Tras casi diez minutos pasando canales, me rendí, dejando un aburrido documental sobre la sabana que, por alguna razón, estaban emitiendo a las dos y media de la madrugada. Cuando me di cuenta de que me había quedado dormido, bajé las piernas de encima del escritorio y me incliné hacia delante, apoyando los codos en las rodillas y frotándome el rostro. Liam y yo habíamos madrugado aquel día para llegar a primera hora de la tarde a la puñetera fiesta, así que estaba más cansado de lo habitual y necesitaba algo para mantenerme activo y despierto. Mi primera idea fue ir a por un café y, la segunda, fue abrir la taquilla rota para coger el móvil.

Era nuevo, grande y con línea e internet gratis, al menos para mí, ya que no era a mi dirección a la que llegaban las facturas. Así que pensé en echarle un vistazo y descargarme algún juego que al menos pudiera mantenerme entretenido. Hasta el momento, solo había deslizado la pantalla con la foto de la noche en el desierto para ir a la agenda y borrar los números de la Manada, y, cuando pasé la página inicial para mirar lo que había instalado allí, me encontré con algo que no me esperaba. Había muchas apps, cubriendo la primera pantalla adicional y la segunda: la mayoría de ellas eran sobre ejercicios de relajación, meditación o incluso agendas para organizar los pensamientos y tener «las ideas claras». También había algunas sobre cómo superar la soledad, aprender a ser más «sociable» e incluso Inteligencia Emocional. Les eché un vistazo a todas, leyendo los nombres y pasando de una página a otra mientras pensaba.

Tim había configurado el smartphone para mí, sabiendo que, en algún momento, vería todo aquello. Así que había mandado un sutil mensaje, o no tan sutil, para decirme que debería relajarme, pensar las cosas y aprender a ser más sociable y abierto con los demás. Por pura curiosidad, fui a la única app de imágenes y vídeos que estaba instalada entre toda aquella bazofia. En la galería había una sola carpeta con imágenes, titulada «Liam y la Manada». Lo que vi allí no era lo que esperaba. Creía que Tim sería tan gilipollas como para llenar aquello de fotos felices de la Manada en mitad de sus fiestas a las que no me invitaban, para que viera lo bien que se lo pasaban todos juntos. Sin embargo, eran imágenes en las que siempre salía Liam por algún lado, solo o rodeado de otros Machos. Había algunas que parecían más antiguas, unas en las que mi lobo parecía mucho más serio y perdido. Un Liam más joven junto a un Dorian sonriente y con pelo y un Tim con patillas y bigote. Fruncí el ceño y ladeé la cabeza, porque había algo extraño en esa foto; además de lo obvio, quería decir. El Liam que miraba a la cámara con sus ojos marrones de bordes anaranjados, no parecía el lobo que yo conocía. Pasé las imágenes, encontrándome con todo tipo de momentos: robados en mitad del trabajo, comiendo, en el coche, en las fiestas, en sitios que no reconocí, en el río, en el Luna Llena e incluso en otros locales de la Manada. Algunos me hicieron sonreír, porque se notaba que a Liam no le gustaba que le sacaran fotos y casi siempre se las tomaban en momentos que no se esperaba. En otras, salía en mitad de otro grupo de lobos de los que conseguí reconocer algunos. Tenía muchas con Dorian quien, al parecer, en algún momento había decidido empezar a raparse y dejarse crecer la barba espesa; pero eso no era lo más extraño, lo extraño era que casi siempre sonreía. Yo jamás lo había visto hacerlo, porque a mí solo me miraba con cara seria e intimidante.

Al terminar de mirar las casi treinta imágenes, había un vídeo corto. Liam estaba sentado en una mesa con un enorme cubo de tupper repleto de carne de pavo en salsa. Lo estaba comiendo como comía siempre, como un puto animal, manchándose la boca y la barba y sin apenas masticar entre bocado y bocado. Se podía oír su leve ronroneo de placer de vez en cuando, seguido de una risa baja mientras la cámara temblaba un poco.

HUMANO [ADAPTACIÓN] ZIAM Donde viven las historias. Descúbrelo ahora