XV

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—¡Tenemos que volver! —gritó Noah.

—¡Cállate y agárrate bien si no quieres que te deje caer, idiota! —replicó Nico.

A su lado, Percy iba riendo y gritando:

—¡Yuju!

Más allá, se divisaba la humareda que salía por los ventanales del taller de Dédalo.

—¡Aterricemos! —gritó Annabeth—. Estas alas no durarán eternamente.

—¿Cuánto tiempo calculas? —preguntó Rachel.

—¡Prefiero no averiguarlo!

Se lanzaron en picado hacia el Jardín de los Dioses, y Noah tuvo que esconder su cabeza en el cuello de Nico para no mirar hacia abajo.

Planearon sobre el valle, sobrevolaron una carretera y fueron a parar a la terraza del centro de visitantes. Era media tarde y aquello estaba repleto de gente, pero se quitaron las alas a toda prisa. Al examinarlas de cerca, vieron que Annabeth tenía razón. Los sellos autoadhesivos que las sujetaban a la espalda estaban a punto de despegarse y algunas plumas de bronce ya empezaban a desprenderse.

Percy usó los prismáticos turísticos para observar la montaña donde estaba el taller de Dédalo y descubrió que se había desvanecido. No se veía ni rastro del humo ni de los ventanales rotos. Sólo una ladera árida y desnuda.

—El taller se ha desplazado —dedujo Annabeth—. Vete a saber a dónde.

—¿Qué hacemos ahora? —preguntó Percy—. ¿Cómo regresamos al laberinto?

Annabeth escrutó a los lejos la cumbre de Pikes Peak.

—Quizá no podamos. Si Dédalo muriera... él ha dicho que su fuerza vital estaba ligada al laberinto. O sea, que tal vez haya quedado totalmente destruido. Quizá eso detenga la invasión de Luke.

—Ethan no... no debimos haberlo dejado, podíamos pelear, yo podía... —murmuró Noah, sintiendo un nudo apretado en la garganta.

Nico resopló.

—No están muertos, no te pongas a lloriquear.

—¿Cómo puedes estar tan seguro? —preguntó Noah.

—Cuando la gente muere, yo lo sé. Tengo una sensación, como un zumbido en los oídos —explicó Nico.

—¿Y Tyson y Grover? —preguntó Percy.

Nico meneó la cabeza.

—Eso es más difícil. Ellos no son humanos ni semidioses. No tienen alma mortal.

—Tenemos que llegar a la ciudad —decidió Annabeth—. Allí tendremos más posibilidades de encontrar una entrada al laberinto. Debemos volver al campamento antes que aparezcan Luke y su ejército.

—Podríamos tomar un avión —sugirió Rachel.

Percy negó.

—Yo no vuelo.

—Pero si acabas de hacerlo.

—Eso era a poca altura, y de todas formas ya entrañaba su riesgo. Pero volar muy alto es otra cosa... Es territorio de Zeus, no puedo hacerlo. Además, no hay tiempo para un avión. El camino de regreso más rápido es el laberinto.

—Necesitamos un coche para llegar a la ciudad —señaló Annabeth.

Rachel echó un vistazo al aparcamiento. Esbozó una mueca, como si estuviera a punto de hacer una cosa que lamentaba por anticipado.

—Yo me encargo.

—¿Cómo? —preguntó Annabeth, alzando una ceja con desconfianza.

—Confía en mí.

SECOND CHANCE // NICO DI ANGELO Y PERCY JACKSON Donde viven las historias. Descúbrelo ahora