III

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Noah seguía sin acostumbrarse a los fantasmas. Siendo novio del rey de los fantasmas, ya debería ser algo muy común para él, pero en realidad era todo lo contrario, lo cual de vez en cuando lo tomaba desprevenido, y es que, en el campamento, la mitad de la gente estaba muerta.

Relucientes guerreros morados permanecían fuera del arsenal, puliendo espadas eternas. Otros pasaban el rato delante de los barracones. Un chico espectral perseguía a un perro espectral por la calle. Y en los establos, un chico rojo corpulento y brillante con cabeza de lobo vigilaba a una manada de... ¿unicornios?

Ninguno de los campistas prestaba demasiada atención a los fantasmas, pero cuando pasaba el séquito de Noah, encabezado por Reyna y flanqueado por Dakota y algunos campistas curiosos, todos los espíritus dejaban lo que estaban haciendo y se quedaban mirando al chico. Unos cuantos parecían furiosos. El niño fantasma chilló algo que Noah tardó un poco en entender, pero cuando lo hizo, tuvo miedo de que toda su mentira se fuera a caer tan pronto.

Miró disimuladamente sobre su hombro. Entre las personas curiosas, se encontraban Hazel y Frank. Noah había tratado de caminar más lento para poder quedar a su altura, pero Reyna le había dado una mirada aterradora, así que desistió. Soltó un quejido, apretando sus manos, las cuales habían comenzado a sudar.

¿Dónde estaba Nico?

Durante todo el camino hacia el campamento había pensado que, debido a su pérdida de memoria, Hazel no dejaría que Nico se apartara de ella en ningún momento, pero parecía que se había equivocado. Por más que buscaba entre los campistas y fantasmas, no vio a ningún chico pálido vestido de negro.

—Así que... ¿fantasmas? —preguntó—. Muy interesantes como decoración, definitivamente.

—¿Fantasmas? —Dakota se volvió—. Son lares. Dioses domésticos.

—Dioses domésticos —repitió Noah—. Cierto, ¿son dioses menores?

—Son espíritus ancestrales —explicó una voz nueva. Noah frunció el ceño y se giró, sólo para encontrarse con un rostro regordete sonrojado.

Frank se había quitado el yelmo y había dejado al descubierto una cara infantil que definitivamente no concordaba con su corte de pelo militar ni su cuerpo grande y corpulento. Parecía un niño que había tomado esteroides y se había alistado en el ejército.

Noah tuvo que reprimir un grito de alegría. Lo único que tenía que hacer era seguir acercándose a ellos.

—Los lares son una especie de mascotas —continuó Frank—. En general son inofensivos, pero nunca los había visto tan agitados.

—Supongo que están emocionados por mi llegada —respondió Noah, sin creérselo del todo—. Por cierto, no nos hemos presentado, soy Noah Winters.

El chico asintió, sonriendo tímidamente, antes de contestar el saludo.

—Frank Zhang —dijo—. Yo tampoco llevo mucho tiempo aquí, así que sé cómo te sientes.

Noah sonrió, tratando de no morir de diabetes. Frank era toda una ternura.

—Te llamaron Graecus —mencionó Hazel—. Cuando lleves un tiempo aquí, empezarás a entender el latín. Los semidioses lo entienden de forma natural. Graecus significa «griego».

Noah pasó saliva.

—¿Eso es malo? —preguntó Noah, curioso de su respuesta.

Hazel carraspeó.

—Puede que no. Tal vez se refieran a que eres de Grecia.

—O a lo mejor...

Frank titubeó.

SECOND CHANCE // NICO DI ANGELO Y PERCY JACKSON Donde viven las historias. Descúbrelo ahora