Jer reaccionó ante el aviso de embarque, se puso en pie y colocó sobre un asiento su maletín y un pequeño bolso masculino que llevaba, con su pasaporte, DNI, carné de conducir, tarjetas, teléfono y los pasajes de avión. Sacó éstos últimos tras recolocarse la ropa y, mirando hacia la puerta de embarque, se colgó el bulto con sus pertenencias al hombro y tomó el maletín del ordenador.
Celia le observó alejarse en dirección a la puerta de embarque y se quedó con una extraña sensación encima, como descolocada. Esperaba que él, que tanto la había observado, le dijese aunque fuese un simple hola al cruzar sus miradas o, al menos, un sencillo adiós al marchar del lugar en que ambos se hallaban segundos atrás. Pero no fue así, y no estaba acostumbrada a que la gente, tras establecer contacto visual con ella, no mostrase reacción alguna.
Se encogió de hombros y, tras tener de nuevo el móvil en las manos, lo desbloqueó y envió un mensaje instantáneo a su hermana, para avisarle, como habían acordado, de que iba a subir al avión. Al acabar, lo guardó en el bolso en lugar del bolsillo, se incorporó y tomó sus cosas para, a continuación, dirigirse a la puerta de embarque. Mientras caminaba hacia allí el mensaje de antes se escuchó nuevamente en el recinto, urgiéndola. Estuvo a punto de equivocarse de sitio, pero por suerte una azafata mencionó a otra persona el destino del vuelo y ella se percató, por lo que corrigió levemente su dirección y se plantó ante dicha azafata. Ésta le sonrió y le pidió los billetes para, después, amablemente, desearle buen viaje y abrirle paso para que caminase hasta acceder al avión.
Dentro, buscó su asiento, que tocaba al pasillo, y se sentó tratando de no molestar a la mujer que se hallaba junto a la ventana. Eran dos horas y pico de vuelo, hasta llegar a su primera escala, tras lo cual iría al hotel a dormir. Sacó un libro que llevaba en el bolso y que aún no había empezado y que escogió para llevarse precisamente por no ser demasiado extenso. Supuso que en el total de tiempo que estaría en el aire antes de llegar a Montreal avanzaría gran parte de la historia, si es que le gustaba. Se titulaba «El ósculo» y no tenía ni doscientas páginas; era una novela romántica que había comprado por Internet, en Amazon más concretamente, junto a otros tres de distintos autores y géneros y que había recibido hacía cosa de unos nueve días.
Empezó a leer con calma, tratando de no pensar en que se hallaba en el interior de un avión que todavía no había despegado. Tenía dudas y cierto temor a lo nuevo, a lo que iba a encontrar en Montreal a su llegada, pero debía afrontar esa nueva etapa de su vida con decisión y serenidad. Y empezaría, nada más y nada menos, por superar ese mínimo miedo que tenía a volar centrando su atención en el ejemplar de papel color crema que tenía entre las manos. Total, una distracción no era mala, solamente la ayudaría y, quizá, con ello lograse que el tiempo transcurriese más velozmente.
Jer se puso los auriculares y empezó a escuchar la película que se podía ver en la pantalla algo más adelante. Tenía el maletín del ordenador a los pies, sujeto entre ellos, pero mientras la película estuviese en emisión, estaría pendiente de ella. Resultó que el film estaba recién puesto y cuando terminó quedaba más bien poco para aterrizar, por lo que dejó el ordenador donde estaba y se quedó simplemente observando por la ventana. No se veía gran cosa, en realidad, pues ya había oscurecido, pero se sentía relajado y en calma mientras veía aquella negrura con pinceladas difuminada a causa de las nubes.
Poco después, siendo las diez y cinco, el avión estaba en pleno aterrizaje. Celia mandó el tomo de regreso al bolso y se atusó el cabello que sentía pegado al cogote. En realidad, estaba deseando descender de aquel trasto infernal —como lo había llamado mentalmente durante algunos minutos, no mucho antes— desde que se sacudió a causa de unas ligeras turbulencias. Necesitaba ir al aseo, y quería estirar las piernas, por no decir que estaba muerta de sueño. Por suerte, la novela la había entretenido mucho aquel lapso de tiempo y había pasado de medio libro. Estaba enfrascada en la lectura y tenía ganas de retomarla en cuando se subiese a otro avión a la mañana siguiente.
Jer empezó a caminar para salir del avión, siguiendo a los demás y deseando ingerir algo porque se moría de hambre. Iba a cenar en el restaurante del hotel, pues no quería perder ni un segundo en buscar lugar para cenar ni en desplazamientos innecesarios. Cenaría y directo a la cama, todo en el mismo edificio.
Celia, una vez puso los pies en el suelo ya fuera del volador transporte, suspiró pesadamente llena de alivio. Anduvo, siguiendo a la masa compuesta por sus compañeros de vuelo, hasta salir del aeropuerto, donde se dispuso a tomar un taxi que la llevase al hotel en el que tenía reserva. Tenía hambre, no lo iba a negar, pero no estaba segura de si estaba dispuesta a cenar o se acostaría directamente, pues a las siete en punto salía el avión hacia Ginebra. ¿Quién le iba a decir que para llegar a Canadá debía pisar tierras suizas? No acababa de entender ni encontrar el sentido a que debiera hacer escala en dos aeropuertos del mismo país. Ni siquiera el tener dos escalas le parecía algo lógico. Había visto otros vuelos mientras buscaba, y los había con una escala, ya fuese en París, Londres e incluso en Nueva York. Pero, claro, a la hora que ella podía y necesitaba volar, había ese y otros posteriores, con igualmente dos escalas y en Zúrich, por lo que no tuvo donde escoger. Seguía sintiéndose como una tonta por verse, en parte, obligada a realizar un trayecto tan ridículo a su parecer, pero desechó el pensamiento y se centró en tratar de encontrar un taxi disponible.
Jer llamó a la central de taxis, cuyo número le habían facilitado en el mismo aeropuerto, en información. Esperó en la puerta hasta que uno llegó, y se disponía a entrar cuando una voz femenina llamó su atención a sus espaldas. Se dio la vuelta para ver a quien le hablaba, para encontrarse frente con frente con la hermosa mujer del aeropuerto de Barajas. Ella abrió los ojos de par en par al verle el rostro y se quedó callada, pero él rompió el silencio preguntándole, educadamente, si necesitaba algo.
—Un taxi —Respondió escuetamente Celia.
—¿En qué dirección vas? —Preguntó él. Ella le enseñó la dirección anotada en la agenda, la cual portaba en la mano, y él ofreció—: Podemos compartir el taxi, yo también voy para allá.
Ella, en un principio, dudó. No lo conocía, ¿y si era un loco psicópata que quería matarla lentamente? Sacudió la cabeza, apartando semejante idea, y acabó sonriendo tímidamente al hombre, quien se apartó y la dejó entrar primero al vehículo.
El camino transcurrió en silencio. Él no sabía de qué hablarle, ella parecía no tener intención de decir nada y se la veía incómoda, así que no quiso forzar la situación. Pasados unos diez minutos, llegaron al hotel que, parecía, iban a compartir. Ella entró como un rayo tras poner los pies en el suelo y decir un rápido «adiós»; él, se quedó pasmado mirando la puerta, mientras el taxista marchaba dejándolo solo. Sin duda, Jer había quedado asombrado.
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Amor 2.0
RomanceCelia es una mujer joven, dedicada a su trabajo, divertida, cariñosa y apodada por sus familiares "La eterna soltera" ya que se niega a tener pareja. Quiere libertad, anhela disponer para siempre de su propio espacio y, a escondidas, disfruta extrem...