⊷⊶⊷⊷⊶⊷《 1 》⊷⊶⊷⊷⊶⊷

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Lisa

El letrero de neón sobre la puerta iluminaba el aparcamiento con un resplandor rosáceo. Los zumbidos de la música retumbaban a través de la puerta cerrada.

-¿Estás segura de esto? -Rosé se pasó la mano por el mentón.

Miré el letrero con la silueta de una mujer voluptuosa montando un caballo. Desnuda. Debajo de ella, el nombre del lugar: Hoedown.

Joder, a los veinte años habríamos tenido una erección de solo pensar en venir a un lugar como este. ¿Ahora? Nuestras erecciones solo respondían al olor que habíamos captado de nuestra compañera, nos detuvimos en la gasolinera de camino al pueblo, captamos su olor, y nos trajo aquí... al otro lado.

Era el dulce y embriagador aroma que se me había impregnado en las fosas nasales la última vez que anduve por la zona, era la razón por la que regresé con Rosé esta vez, la alfa de mi manada, ambas lo somos, somos hermanas, no podía hacer esto sin ella.

Era nuestra compañera.

Olfateando, esta vez inhalando profundamente, pude confirmar que este era el lugar. Me encogí de hombros en respuesta.

-Joder, espero que no está ahí dentro dejando que los humanos la toquen y vean lo que es nuestro -gruñó mientras llegábamos al establecimiento de una planta y de bloques de hormigón, al lado de la carretera-. No quiero matar a nadie esta noche.

-Sí. -Estuve de acuerdo. Puede que fuésemos dos para ella, pero no significaba que no fuéramos tan celosas y posesivas como los lobos que se apareaban de forma monógama.

-Cuando la saquemos de aquí, sabrá lo que es tener a su nueva alfa con ella.

¿Nueva alfa? Ese era ella, era la mayor por lo tanto ejercía más poder sobre la manada.

Aunque yo era menor seguía siendo una alfa, no era tan poderosa como ella pero me sentía igual.

-He estado detrás de este olor por cinco meses -le dije saliendo de la camioneta.

Hacía mucho tiempo que no estaba en Montana, la última vez había sido cuando le pedí prestada la camioneta a Jun para bajar de la montaña después de haber estado siguiendo a un vándalo metamorfo en su territorio. Mi lobo se había excitado inmediatamente con el dulce aroma que llenaba la cabina. Alguna omega había estado allí, y mi lobo estaba intrigado. No la había olvidado. Mi lobo... y mi sexo no me habían dejado. Y ahora la había encontrado de nuevo.

Rosé tensó la mandíbula porque sabía que yo tenía razón. Llevábamos el mismo gen en cuento a este olor, lo cual significaba que reclamaríamos una misma omega juntas, como todos los alfas de nuestro linaje, nuestra manada.

-Vamos a buscarla. -Abrió la puerta. Yo le seguí.

El lugar estaba poco iluminado y era de temática del oeste. Había un escenario que atravesaba el centro de la enorme sala. Tenía dos postes, uno atrás y otro adelante, en el centro, al final de la pista. Ubicado en la parte trasera del salón estaba el bar, donde la clientela era atendida por camareras con blusas escotadas, de corte medio y pequeños pantaloncillos cortos que apenas les cubrían el trasero. Esas chicas probablemente estarían recibiendo propinas, pero no captaban mucho la atención de los hombres. Inhalé profundamente, ninguna de ellas captaba mucho nuestra atención tampoco. Ninguna era nuestra compañera.

No, el dulce aroma vino de la delicada y sexy señorita del escenario, que en ese momento estaba haciendo una maniobra seductora en uno de los postes, boca abajo. No tenía ni idea de cómo era capaz de aguantar las piernas envueltas alrededor del brillante metal, desafiando la gravedad.

Aún en el poste, volvió a una postura normal, dejando ver unos abdominales que debían de ser duros como una roca, luego se paró sobre el escenario y se puso en cuclillas. Sus rodillas estaban dobladas, muy separadas. Era una atleta, como la mayoría de las lobas.
Mi lobo gruñó, y di un paso hacia ella.
No podía apartar la vista. Ella era, morena, delgada, de cabellera larga color whisky, tenía un cuerpo escultural y cincelado, sus senos hacían babear a cualquiera. Joder, la mayoría de los presentes la miraban con la boca abierta, y sin duda, el deseo por ella se reflejaba en sus erecciones.

Rosé me tocó el hombro y me llevó a una mesa desocupada al lado de la pista, justo delante.

Nos dejamos caer en nuestros asientos, viéndola bailar y contorsionarse de arriba abajo de espaldas al poste, todo el tiempo mostrando a todos los hombres del lugar su coño apenas cubierto por una tanga, la cual se dejaba ver por debajo de una pequeña falda de colegiala a cuadros, con calcetines hasta la rodilla y tacones altos, hacía de colegiala traviesa. Lo único elegante del vestuario era la blusa blanca cuando la tuvo metida dentro de la falda. Nos habíamos perdido la parte de su actuación en la que se arrancaba los botones y dejaba la parte superior totalmente abierta, sin esconder nada.

Era como si hubiera sabido que Chae y yo iríamos.

Rosé se inclinó hacia adelante, puso los antebrazos en el borde del escenario y sostuvo un billete de veinte entre los dedos. Cuando ella le echó un vistazo, vino a gatas hacia nosotras.

Gruñí y afortunadamente la música sofocó el sonido. Ella arqueó la espalda con la habilidad de una desnudista que sabía cómo hacer alarde de sus atractivos, logrando que sus senos sobresalieran y sus pezones se notaran, listos para ser chupados. Cuando se detuvo justo delante de Rosé, le dió una sonrisa maliciosa y ella se inclinó con cuidado de no tocarla y respiró.

Escuché su gruñido de lobo, y ella también debió de haberlo escuchado porque se quedó inmóvil, sus ojos se abrieron de par en par y sus fosas nasales se estimularon con nuestro olor. Sí, ella sabía que éramos lobas, e incluso podría tener una idea de por qué estábamos ahí.

Pero entonces comenzó a moverse de nuevo, empujando una cadera hacia Rosé, para que así pudiera meterle el billete en el dobladillo de la falda. Me acerqué lo suficiente para hacer lo mismo en el otro lado, formando un triángulo; ella en el escenario elevado con nosotras sentadas ante ella.

Oh, pondríamos a nuestra chica en un pedestal, probablemente desnuda, y una vez que la sacáramos de ahí, preferiblemente sobre mi hombro, seríamos los únicas en ver ese maravilloso cuerpo desnudo en adelante.

La canción llegó a su fin y la música se cortó.

-Te queremos en medio de nosotras -dije en la pausa-. En la sala VIP.

Sus ojos color canela pasaron de mí a Rosé y de vuelta, con una sonrisa curvada en sus labios. Su mirada, que durante el baile había evidenciado un falso placer, ahora brillaba con verdadera atracción. Era el reflejo de su loba en el resplandor de sus ojos.

-¿A ambas les apetecen las colegialas? -Su voz era como jarabe de caramelo, y mi polla se apretó más contra la cremallera de los vaqueros.

-Solo las traviesas -respondí.

-Y tu definitivamente has sido una chica mala -dijo Rosé.

Ella sonrió mientras enroscaba un mechón de cabello alrededor de un dedo, aparentando inocencia.

-¿Vas a castigarme?

-Cuenta con ello, kitty -gruñí.

𝐃𝐈𝐒𝐎𝐁𝐄𝐃𝐈𝐄𝐍𝐓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora