⊷⊶⊷⊷⊶⊷《 2.2 》⊷⊶⊷⊷⊶⊷

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Tal vez era porque en el fondo sabía que podían hacerlo si querían, nadie, ni siquiera yo, podría detenerlas.

El solo pensarlo era... realmente excitante y caliente como el infierno.

Todas las omegas querían ser dominadas, perseguidas por el bosque y obligadas a tumbarse sobre el lomo, para rendirse al lobo que más la quisiera y deseara.

El que la reclamaría de por vida.

En este caso, no parecía ser uno sino dos.

Me pavoneé un poco, contoneando las caderas y me dejé caer en el regazo de la pelinegra, presionando mi trasero desnudo sobre el bulto que le sobresalía de los vaqueros y rodeándole el cuello con los brazos.

—Toda tuya.

En otra situación, con otro tipo de clientes, esta podría haber sido una frase bien ensayada, pero la forma en que la había dicho fue totalmente diferente. Sonaba sin aliento. Excitada.
La mano de ella se deslizó dentro de mi camisa abierta y tomó uno de mis pechos. Sus labios encontraron el pulso en mi cuello.

—Tienes treinta segundos para decirme por qué tú, nuestra compañera, ha estado mostrando este cuerpo perfecto a todos los gilipollas del condado —gruñó–. Definitivamente vamos a tener que darte nalgadas hasta que los glúteos se te tornen de un lindo color rosa.

Sucedieron varias cosas a la vez. Tuve un orgasmo, uno pequeño, pero después de todo fue definitivamente un orgasmo. La única explicación era la misma razón por la que quise meterme en su regazo, la confirmación perpetua de las palabras nuestra compañera.

Esas palabras habían sonado muy reales.

Si no fuera cierto, no habría tenido ese orgasmo solo por haberlas escuchado llamarme de ese modo.

Y aún así, era demasiado impactante.

¿Dos extrañas habían aparecido, llamándose a sí mismas mis compañeras y queriendo darme nalgadas? Por supuesto, no iba a durar mucho. Y con eso, quise decir que no estaría ni un centímetro lejos.

El brazo de ella me rodeó la cintura como una banda de acero y me apoyó firmemente sobre su regazo. Luché, pero no hice ningún ruido, no llamaría al portero. La rubia no intervino. Me miró con los ojos fijos en el brazo que me sostenía desde la cintura.
Me encantaba sentir esa fuerza tanto como luchar contra ella, sabiendo que no estaba al mando, al menos por esta vez. Que estaban... ¿qué?

¿Rescatándome?

Fue entonces cuando me di cuenta. Estas dos realmente podrían sacarme de aquí.

Considerando que no sabía quiénes eran o de dónde venían, podrían reclamarme y sacarme de la ciudad. Lejos de mi manada y de mi madre que me necesitaba.

—Tranquila, se está asustando —advirtió la rubia, con sus fosas nasales ardiendo por mi olor.

La del flequillo se atrevió a tomar mis bragas, deslizando un dedo por debajo del borde de la tanga y sobre mis labios exteriores totalmente húmedos.

—Y también está completamente mojada.

—Déjame verla —dijo el otra alcanzándome y llevándome fácilmente hasta ella.

Me colocó a horcajadas en su regazo, acariciándome el trasero apretando suavemente los glúteos mientras se encontraba con mi mirada, con ese destello intenso en la suya—. No hay nada que temer, gatita. Nunca te haríamos daño. Soy Rosé, ella es Lisa Somos de la manada de Wyoming. ¿Has oído hablar de nosotros?

Sacudí la cabeza.

—Los lobos alfas de nuestro linaje se aparean de a dos.

La miré fijamente mientras el coño se me estrechaba de nuevo, aparentemente al borde del clímax por estar cerca de mis compañeros.

𝐃𝐈𝐒𝐎𝐁𝐄𝐃𝐈𝐄𝐍𝐓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora