⊷⊶⊷⊷⊶⊷《 2 》⊷⊶⊷⊷⊶⊷

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Jennie

Oh, joder

Eran alfas y eran preciosas. Eran un metro setenta y más de pura bondad y venían en combo.

Normalmente, cuando captaba el olor de algún lobo, me escondía en la parte de atrás hasta que se iban. Roscoe, el dueño, estaba acostumbrado a ese tipo de cosas. Todas las bailarinas de aquí tenían a alguien de quien necesitaban esconder cómo pagaban sus facturas. No quería que le dijeran a mi manada cómo ganaba dinero. Los lobos se ponían muy protectores aunque yo sola era más que suficiente para cuidarme. Los machos humanos no eran una amenaza para mí.

¿Y estas dos? Capté el intenso olor a especias antes de que se sentaran y ajusté mi rutina para ir a gatas hacia ellos. Sí, era un solo olor que parecía que compartían. Nunca había conocido a otras alfas como ellas antes.

Nunca las había visto en mi vida, pues definitivamente las habría recordado. No sabía quiénes eran. Y extrañamente, quería saberlo.

Mi loba interior me había impulsado a la rutina seductora, sacando los pechos y prácticamente mojándome por ellas. Nunca me había pasado algo parecido en el escenario, a pesar de que tenía un montón de hombres que prácticamente se corrían al verme. ¿Pero ellas dos?
Me preocupó que hubiera alguna mancha húmeda en mi ropa interior y que todos se dieran cuenta.

Todo comenzó con el olor, pero admito que fue la apariencia de ambas la que me terminó de calentar, la piel de ambas se veía tersa. Parecían al menos dos años menores años que yo,
Aparentaban aproximadamente unos veinticinco años, pero aún me se apetecían, se veían fuertes y poderosas.

De vaqueros, con camisas ajustadas de manga larga. No eran de aquí porque los habría reconocido.

El mundo de los lobos era así de pequeño. Pero todo en ellas gritaba alfas, gritaba pueblo pequeño, a pesar de todo. La rubia tenía una atractiva cara, era un poco más alta, parecía un poco mayor, y la otra tenía un flequillo parecía menor, pero era igual de intimidante.

Altas.

Fuertes.

Viriles.

Las dos  habían dicho que yo era una chica mala.

Y lo era.

Total y completamente traviesa.

Cuando me hicieron su petición, asentí hacia ellas, lo que hizo que mi cabello se me deslizara sobre el hombro, con las largas hebras acariciándome el pezón expuesto.

No se trataba tanto del dinero, fue algo más parecido a seguir mi instinto cuando acepté la oferta.

¿O había sido una orden?

Parecían mandonas, como la mayoría de los lobos alfas que conocía.

Normalmente, me incomodaban, pero estas dos... No. Dejaría que me mangonearan. Que me reprendieran. Que me dominasen y castigasen. Haría todas las obscenidades con las que fantaseaba cada vez que elegía el disfraz de colegiala traviesa o de criada francesa para bailar.

Aunque nunca había imaginado que pudiese tener dos lobas mandonas y dominantes solo para mí.

—Cincuenta dólares te dan la posibilidad de tener un privado en la sala VIP. —Levanté la mirada hacia el pasillo de atrás, el área acordonada para los clientes importantes.

Ambas se pusieron de pie; la rubia colocó una mano en mi espalda baja; la otra acarició mi cabeza.

Eddie, el portero, se adelantó cuando vió que una cliente me estaba tocando, pero quité la mano antes de que llegara a nosotras. Conocía a los lobos cuando ponían sus ojos en una hembra. No toleraban interrupciones. No era nada bonito cuando alguien se interponía entre ellos y lo que querían.

En este caso, yo.

Un hombre enorme como Eddie no era ninguna amenaza para a ellas.

—Sin tocar, loba —advertí.

Las fosas nasales de la rubia se abrieron y sus ojos cambiaron de cafés a ámbar.

Dios, algo en su olor hacía que me flaqueran las rodillas, despertando en mí el deseo de querer levantarle la camisa y lamerle ese pecho. Por ahora, solo me conformaría con apoyar la palma de la mano allí.

—Yo te toco —le dije en voz baja—. No puedes tocarme. ¿Crees que puedas con eso?

Su gruñido fue una baja advertencia, y juraría por lo más sagrado que la vibración de ese sonido llegó directo a mi región baja. Sentí cosquillas en el vientre. Mi ropa interior estaba definitivamente mojada. Era hora de salir del escenario.

Nunca había tenido esta reacción a un lobo alfa antes, mucho menos a dos.

—Cristo, ese olor. ¿Podemos sacarla de aquí ahora? —murmuró la pelinegra
—Que se joda el portero.

Una ola de precaución corrió a través de mí, pero al mismo tiempo igualada con la intensidad de mi deseo. Nunca había estado tan emocionada de llevar a un cliente a la sala VIP como ahora.

Me pusieron en medio de ellas, gracias a los tacones de plataforma que llevaba puestos, podía quedar a su altura.

Las llevé a la parte de atrás donde el portero tiró de la cuerda de terciopelo para dejarnos bajar por el pasillo. Nadie más estaba en la sección VIP en ese momento, lo cual nunca me había hecho tan feliz como ahora.

Cogieron dos sillas y se dejaron caer en ellas. La rubia sacó cinco billetes de veinte y los abanicó delante de mí. Se los arranqué de los dedos y los metí en mi zapato de plataforma para que no se salieran.

—No sé cómo vamos a castigarte cómo lo mereces  si no podemos tocarte —se quejó.

Sentí el calor inundar mi sexo. Mis glúteos cosquillearon en deseo por ese castigo. No debería animarlas o dejar que pensaran que podían jugar ese tipo de juegos conmigo, pero estaba tan mojada que los muslos ya comenzaban a resbalarse. Y eran alfas, así que podían oler mi excitación. Sabían exactamente el tipo de efecto que producían en mí.

—Creo que puedo hacer que Eddie desvíe su atención hacia otro lado —dije mirando hacia el portero—. Especialmente con un pequeño incentivo verde.

Esos trucos los había aprendido para sacar la mayor cantidad de dinero posible de los clientes, pero por un lado me parecía mal acostarme con ellas por dinero. Me había empezado a ruborizar, lo cual nunca me sucedía con los clientes.

A ellas no parecía molestarles. La pelinegra sacó un billete de veinte y me lo dió. Le guiñé un ojo y me acerqué a Eddie para decirle que íbamos a divertirnos un poco, y que si quería irse al final del pasillo a mí me parecía bien.

—¿Estás segura, muñeca? —me preguntó mirándolas directamente.

Asentí.

—Estoy segura, no son peligrosas.

La verdad era que las dos eran las  menos confiables que había traído aquí.

No eran débiles humanos de los que podría librarme fácilmente si ocurriese algo. Tenían el poder y la fuerza de lobos. Y estatura y tamaño alfa. Sin embargo, a pesar de que me ponían nerviosa y me hacían perder el control, sabía que no tenía nada que temer de ellas. Especialmente si yo fuera su compañera. Mi loba no tenía ningún miedo, por el contrario, estaba lista para arrancarse las bragas y comenzar el show, lista para pedirles a las dos que se impregnaran del olor de ambas. El resto de mí vibraba con una pizca de extraño peligro o por miedo a lo desconocido.

Especialmente con el comentario que la del flequillo había hecho respecto a sacarme del lugar.

𝐃𝐈𝐒𝐎𝐁𝐄𝐃𝐈𝐄𝐍𝐓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora