⊷⊶⊷⊷⊶⊷《 7 》⊷⊶⊷⊷⊶⊷

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Rosé

Abrí la puerta de la casa de Jennie con bolsas de comida del restaurante local. Había un surtido de pasteles, huevos fritos, salchichas y patatas, panqueques, tocino, tortillas y tres cafés.

—¡Gracias al destino! —Jennie corrió hacia mí con nada más que un lindo par de bragas, dejando su hermoso cuerpo, a la vista, Lisa se acercó a ella y le dio una palmada en el trasero con un gruñido depredador.

Mi miembro se puso duro como el mármol al verla otra vez, tan cómoda, tan jodidamente sexy, no estaba segura de contenerme y dejarla comer algo si sus senos seguían rebotando así.

La habíamos hecho extasiarse cuatro veces más durante la noche, y todavía me sentía excitada por ella. Por supuesto, no la habíamos marcado todavía.

No duraría mucho tiempo si esperaba demasiado, a mi edad de alfa, estar cerca de mi compañera sin marcarla era una razón para caer en una locura lunar, seguro.

Lisa sabía que yo estaba en problemas. La última vez que me liberé anoche, ella tuvo que abordarme para sacarme de encima de ella. Estuve a centímetros de hundirle los dientes en su dulce carne cuando gritaba mi nombre y su coño latía alrededor de mi polla.

Necesitábamos convencerla pronto para que confiara en nosotros. Los lobos alfas al captar el olor de su pareja solían ponerse ansiosos por marcarlas inmediatamente. Estaba en nuestra naturaleza. Sabía que marcar y reclamar eran lo primero, la confianza y la conexión seguían después.

El padre de Jennie le había hecho un daño enorme. Averiguaría su nombre por el alfa de ellos, y Lisa y yo lo cazaríamos y acabaríamos con él por lo que había hecho. No solo a Jennie, sino también a su madre.

Mas allá del jueguito del juego de los azotes que teníamos, no habíamos aparecido para ser padres sustitutos para ella.

Seríamos sus compañeras, la trataríamos como a un igual.

Queríamos que fuera la madre de nuestros cachorros, la luna de nuestra manada. Y seríamos las mejores madres que pudiéramos ser para nuestros cachorros.

¿Y en el dormitorio? La castigaríamos como ella quisiera porque eso la excitaba, y funcionaría, porque éramos el tipo de alfas que amaban, protegían, cuidaban y mimaban a nuestra omega dentro y fuera del dormitorio.

Jennie me quitó las bolsas y las rompió en busca de la comida, sonreí, venía siendo responsable de mi manada desde que mi padre fue asesinado cuando trató de someter a su mejor amigo, quien había sucumbido a la locura de la luna, pero yo nunca había tenido este tipo de placer al proveer. Era un privilegio.

Uno que había anhelado desde la primera vez que me escapé de preadolescente.

Esto era diferente a la responsabilidad que me pesaba sobre los hombros. Esto era solo una satisfacción, verla tomar la comida y llevarla a su hambrienta boquita me hacía sentir tan enorme como una montaña.

Y verla hacerlo en bragas tan cortas...

Tendríamos que establecer una regla de no llevar ropa estando en casa con nuestra compañera...

Me senté en la pequeña mesa del comedor.

—Cuéntanos sobre el tatuaje. —Pasé el dorso de los dedos sobre la colorida obra de arte.

Tomó un trago y luego lo miró. Se encogió de hombros.

—Me lo hice a los dieciséis años. —Señaló la libélula que estaba en la parte interior de la muñeca derecha—. Lo sé, demasiado joven para los estándares humanos, pero el artista era un tatuador metamorfo, obviamente, así que no seguía las leyes humanas.

Debido a nuestra capacidad de curación, tatuar a un lobo sería imposible si no se mezclaba un poco de plata o sal en la tinta para que la herida se quedara lo suficiente para absorber el color.

—Es muy lindo— murmuró Lisa.

Jennie se encogió de hombros otra vez.

—Me gusta, es un recordatorio de cómo me sentí en ese momento.

La combinación de todos sus momentos era una mezcla salvaje, como ella. Una dicotomía de sentimientos y estados de ánimo. Caliente y frío, vibrante y... basado en su historia, tenue.

—Siempre estará conmigo.

Ah, el quid de la cuestión, Lisa se paró y fue a mirar por la ventana sobre el fregadero de la cocina, se sentía como yo.

Enfadada, furiosa, con rabia ante la profundidad de los sentimientos heridos de ella. Sus problemas de abandono afectaban todo lo que hacía.
Le cogí la mano y ella se puso de pie, se acercó para pararse entre mis rodillas abiertas.

—Bebé, deja espacio para nuestros nombres allí, también seremos permanentes.

Se miró a sí misma pero no dijo nada.

—Estoy pensando en mi nombre aquí. —Rodeé con un dedo el pezón derecho—. El nombre de Lisa podría ir aquí. —Me moví al mismo lugar sobre el otro pezón.

Ella jadeó y luego se alejó de mi agarre.

—Eso significaría dejar que un macho vea mis pezones de nuevo, pensé que ya no estaba permitido. —Me lanzó una sonrisa descarada.

—Ah, es más obediente de lo que aparenta —le dije a Lisa mientras la tomaba de nuevo y la llevaba a mi regazo—Bien —Me acaricié detrás de su oreja—. Solo queremos darte unas nalgadas por ser tan buena chica.

Se movió sobre mi, el olor de su dulce humedad nos decía que le encantaba esa idea.

—Hablando de nalgadas —la voz de Lisa retumbó—, tenemos que preparar ese trasero para ser reclamado. Para que ambas podamos estar dentro de ti cuando te marquemos con nuestra mordedura.

Los músculos de Jennie se tensaron sobre mi y un escalofrío la atravesó.

—Oh, joder. —Empujé las bragas a un lado y hundí dos dedos dentro de su sexo chorreante.

Ella echó la cabeza hacia atrás en mi hombro—. ¿Acabaste, cariño?

Sus músculos se apretaron de nuevo, esta vez alrededor de mis dedos; esa pequeña vagina apretada se apoderaba de mis dedos, mi visión se agudizó, y el suero para marcarle la carne salió de mis dientes, pero disipé el impulso mientras bombeaba los dedos en ella bruscamente.

—¡Oh, madre mía!—Se movía con desespero, apuntando los pezones erectos hacia el techo cuando el orgasmo la atravesó.

Lisa y yo la observamos fascinadas mientras volvía en sí. Sus párpados se abrieron de nuevo y levantó la cabeza de mi hombro.

—Es como la luna llena multiplicada por cincuenta —dijo con asombro—. Parece que no puedo tener suficiente.

—No tienes ni puta idea de lo que nos estás haciendo, Jennie, cómo te has metido bajo nuestra piel. —Mi control estaba empezando a romperse— Tengo una idea. —La levanté de mi regazo—
¿Dónde está tu artista tatuador?

—¿John? Vive en la ciudad —Se tocó los pechos como si pensara en el lugar que sugerí para nuestros nombres—. ¿Por qué?

—Llámalo, vamos a tatuarnos tu nombre en nuestros cuerpos.

—Joder, sí —Lisa estuvo de acuerdo.

—Te demostraré que somos tuyas —dije— Para siempre.

𝐃𝐈𝐒𝐎𝐁𝐄𝐃𝐈𝐄𝐍𝐓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora