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Alfonso Herrera no se sorprendió al enterarse de que estaba a punto de tener una nueva madrastra.

Nunca había llegado a asimilar y aceptar la reputación de su padre con las mujeres. Había perdido la cuenta del número de amantes que habían pasado por su vida desde que murió su madre. Tres de ellas acabaron convirtiéndose en esposas de Cyril, aunque no duraron mucho tiempo.

Y, al parecer, la quinta señora Herrera estaba a punto de hacer su aparición en escena. Alfonso no esperaba que fuera a durar mas que sus predecesoras, pero aquella mujer era indirectamente responsable de la inquietud que sentía aquella noche.

Tomo su vaso de vino y lo vació de un trago. Normalmente le encantaban el ajetreo y la actividad de Londres, pero cuando hacia un día oscuro y húmedo como aquella tarde de octubre, deseaba estar en cualquier sitio menos allí.

Echaba de me nos el sol de Grecia, el sonido del mar contra las rocas en la isla que poseía su familia. Echaba de menos a su familia, su hogar.

Todo había empezado con la carta que había recibido aquella mañana. Al verla se había quedado perplejo. Su padre había roto finalmente su silenció y le había escrito.

—Oh, vamos, pelirroja, anímate. ¡Siéntate y bebe algo con nosotros!

El comentario, seguido de un coro de risas procedentes del otro extremo del pub le hizo volver la cabeza. Había un par de jóvenes sentados a una mesa abarrotada de botellas de cerveza vacías, pero lo que llamó realmente su atención fue la mujer que estaba con ellos.

No podía ver su rostro porque estaba de espaldas, pero lo que podía ver era sensacional. Física y sexualmente sensacional, tuvo que reconocer ante la inmediata reacción de su cuerpo.

Una maravillosa melena pelirroja caía en cascada sobre sus hombros. Era alta y curvilínea, de estrechas caderas y con un coqueto trasero ceñido por una diminuta falda negra de la que surgían unas larguísimas y esbeltas piernas enfundadas en unas medias también negras.

-Toma lo que te apetezca, cariño...

Había algo en aquella mujer que le hacía imposible apartar la mirada. Lo cierto era que llevaba demasiado tiempo sin una mujer, y ése era el verdadero motivo de su interés.

Desde que Eva había salido de su vida tres meses atrás, no había tenido compañía femenina. Podría haberla tenido, desde luego. Sabía sin necesidad de falsa modestia que su aspecto atraía habitualmente la atención y el interés de las mujeres. Pero últimamente no le bastaba con aquello. Estaba irritable. Quería más.

Pero no con Eva. Por eso habían discutido y ella se había ido. Eva no era la clase de chica que se quedara cuando sabía que no iba a obtener lo que quería, y lo que quería sonaba a boda. Pero, si era sincero consigo mismo, debía reconocer que no la había echado de menos.

—Muchas gracias, pero no.

La voz de la mujer sonó clara y rotunda en el repentino silencio reinante en el pub.

¡Y qué voz! Era grave y sensual, sorprendentemente ronca para una mujer.

Alfonso sintió que se le secaba la boca, pero, un instante después, los eróticos pensamientos que había inspirado la voz se esfumaron a causa del dramático cambio de tono que experimentó.

—He dicho que no, gracias.

Alfonso estaba en pie incluso antes de darse cuenta de que había reaccionado. Había percibido una nota de inquietud en la voz de la mujer, de rechazo a la situación en que se encontraba. Media docena de rápidos pasos lo llevaron a detenerse tras ella. Ni la mujer ni los hombres con los que estaba hablando se fijaron en él.

Noche de libertad. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora