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—Tenemos que hablar.

Alfonso no supo bien cómo, pero logró controlar el tono de su voz a pesar de la agitación que sentía.

Quería saber qué diablos estaba pasando allí.

¿Cómo era posible que la mujer que había visto por última vez en la habitación de un hotel en Londres estuviera allí, en Helikos, en la casa de su padre, en su piscina?

Pero le habría resultado mucho más fácil pensar si al menos hubiera estado vestida.

— ¿No tienes un albornoz, o algo que ponerte?

—No... no tengo frío.

—No es en tu temperatura en lo que estoy pensando.

Alfonso se hizo consciente de la ferocidad con que había hablado al ver que Anahí daba un paso atrás a la defensiva. Pero lo cierto era que, a pesar de que había tratado de convencerse de que estaba exagerando el recuerdo de su atractivo, la realidad superaba a sus recuerdos.

Una imagen de Anahí rodeándolo por las caderas con sus largas piernas mientras cerraba los ojos y se entregaba a las delicias de un intenso orgasmo estuvo a punto de hacer estallar su cabeza.

—Podríamos hablar más racionalmente si estuvieras más... respetablemente vestida.

Un destello de desafío iluminó los ojos de Anahí.

—¿Acaso crees que tu vestimenta es mucho más decorosa? -espetó.

—¿Es una forma de decir que no te fías de ser capaz de mantener las manos alejadas de mí? —dijo Alfonso desdeñosamente—. Porque tendrás que disculparme si no te creo. No tuviste ningún problema en salir de mi cama aquella noche...

—«Aquella noche» fue un error que lamentaré siempre.

—No tanto como yo, te lo aseguro. No soy aficionado a las aventuras de una noche y si hubiera sabido que ibas a desaparecer así me habría replanteado la situación. Y ahora te encuentro nadando en la piscina de mi padre...

—En ningún momento traté de engañarte. Te dije exactamente lo que... — Anahí se calló bruscamente al darse cuenta de lo que acababa de oír. De pronto se puso pálida como un fantasma—. ¿Tu padre? —repitió, incrédula.

¡Aquello no podía ser real! ¡No podía estar pasando!, pensó, desesperada. Poncho no podía haber dicho «la piscina de mi padre», porque eso lo convertiría en el hijo de Cyril... el hijo del hombre con el que tenía que casarse, el hombre que tenía el destino de su familia en sus manos.

Se pellizcó un brazo a la vez que rogaba para despertar de aquella pesadilla. Pero no sucedió nada, por supuesto. Un instante después seguía allí, bañada por la luz del sol de Grecia.

Y Poncho estaba ante ella, grande, moreno, peligroso.

—Pero dijiste que te llamabas Poncho —dijo con un hilo de voz.

La expresión de Poncho no cambió mientras seguía mirándola con expresión pétrea sin decir nada.

Poncho... Alfonso... Alfonso Herrera. Anahí comprendió de pronto y sintió que la cabeza volvía a darle vueltas.

—¡Me mentiste!

Él se encogió de hombros.

—Digamos que fui parco con la verdad. Es una política que suelo seguir hasta que conozco los verdaderos motivos de las personas con que me relaciono. Además, fuiste tú la que insistió en que no nos diéramos los apellidos.

Aquello era cierto, y reconocerlo no hizo que Anahí se sintiera mejor mientras se envolvía en la toalla que había llevado consigo.

¿Qué maligno destino la llevó a encontrarse con aquel hombre aquella noche? ¿Cómo tuvo la mala suerte de entrar precisamente en el pub en que se encontraba el hijo de Cyril? ¿Y qué hacía él en Londres? Lo único que sabía sobre Cyril y su hijo era que hacía tiempo que no se trataban. ¿Estaría al tanto de la verdad?

Noche de libertad. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora