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Fue el teléfono lo que los despertó a la mañana siguiente. Maldiciendo con suavidad, Alfonso salió al cuarto de estar a contestar mientras Anahí se esforzaba por despertar.

Regresó unos momentos después con el teléfono en la mano y se lo alcanzó.

—Es para ti. De Inglaterra. Tu padre.

Anahí no supo cómo interpretar su expresión, ni el tono neutro de su voz, pero su deseo de tener noticias de su madre le hizo olvidar lo demás y tomó rápidamente el aparato.

— ¿Papá?

Alfonso volvió a salir y ella supuso que lo hizo para ofrecerle intimidad. Oyó unos sonidos en la cocina, pero algo que dijo su padre la distrajo.

Tras terminar la llamada y después de esperar unos minutos, comprendió que Alfonso no iba a volver, aunque no entendía por qué.

De manera que apartó las sábanas de la cama y tomó lo primero que vio a mano para cubrir su desnudez, que fue la camiseta que había llevado Alfonso. Le llegaba justo hasta el comienzo de los muslos, pero no tenía sentido mostrarse recatada. A fin de cuentas, Alfonso le había acariciado y besado todo el cuerpo la noche anterior.

Lo encontró de pie ante las puertas que daban al patio, contemplando el horizonte con expresión pensativa. Se había puesto unos vaqueros, pero no llevaba nada más, y Anahí se quedó conmocionada al ver las marcas que le había dejado en la espalda con las uñas.

— ¿Poncho? -murmuró, pero él no pareció oírla. Cuando repitió su nombre con más fuerza, él se volvió, sobresaltado. Anahí frunció el ceño al ver su expresión. — ¿Sucede algo malo?

—No lo sé —la mirada de Alfonso parecía opaca y distante. Sus ojos habían dejado de ser los del ardiente amante de la noche anterior—. ¿Por qué no me lo dices tú?

— ¿Decirte qué? ¿Qué quieres saber?

Alfonso miró la taza aún llena de café que tenía en la mano. Era evidente que había olvidado tomarlo. Con una mueca de desagrado, dejó la taza en una mesa cercana.

— ¿Por qué no empiezas por contarme por qué no están tus padres aquí?

La mención de sus padres hizo que Anahí se tensara al instante. La llamada que acababa de recibir había hecho que toda la euforia de la noche anterior se esfumara. La fría realidad había hecho acto de presencia, y con ella había regresado su desesperación. Todas sus fantasías de escapar, de ser libre habían caído por los suelos, y sus acciones habían empeorado aún más la situación. Ya no sabía qué hacer.

—Si se supone que vas a casarte con mi padre, ¿por qué no están aquí para la boda?

Al menos aquello era fácil de responder.

—Mi madre está enferma del corazón. Está en el hospital y no puede viajar.

Trató de hablar con calma, pero las noticias que acababa de recibir de su padre hicieron que le resultara imposible. Su voz se quebró cuando estaba terminando de hablar, y Alfonso lo captó de inmediato.

— ¿Está mal?

Anahí sólo pudo limitarse a asentir.

—¿Hasta que punto?

—La operación a la que va a someterse es su única esperanza. —pero su inconsciencia de la noche anterior podía haber destruido toda esperanza de que el tratamiento al que estaba sometida su madre funcionara, pensó Anahí.

La noche anterior, conmocionada por el descubrimiento de la querida de Cyril y de que éste iba a ser padre, sólo había pensado en las necesidades del niño que estaba por nacer. Pero aquella mañana, tras enterarse de que su madre
estaba peor de lo esperado, debía considerar las necesidades de su familia.

Noche de libertad. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora