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—Si, yo. — Alfonso respondió con toda la calma que pudo a la sorprendida Anahí.

No debería haberla tocado. Su cuerpo aún ardía al pensar en ello; su cerebro había estado a punto de disolverse a causa del erótico calor que había excitado su cuerpo en un instante.

No debería haberla tocado, pero no podía haber anticipado el modo en que ella había reaccionado. Debía haber sentido lo mismo; de lo contrario, ¿por qué había echado la cabeza atrás como lo había hecho cuando la había besado en el cuello?

Pero en aquellos momentos lo estaba mirando como si fuera un demonio.

—¿Esperabas a otra persona? —añadió.

—No... Exactamente —balbuceó Anahí —. Yo... No había pensado que serías tú el que acudiera en mi rescate. Debería darte las gracias.

—No hace falta -dijo él a la vez que le soltaba la mano.

Alfonso era muy consciente de que las frustradas demandas de su excitado cuerpo estaban alterando su humor... y éste empeoró cuando pudo ver con claridad el rostro de Anahí.

Era un rostro maravilloso, pálido y oval. Tenía unos asombrosos ojos de color claro y unas pestañas increíblemente densas. Su boca, suave y sensual, parecía hecha para ser besada...

—Debería presentarme. —dijo Anahí a la vez que le ofrecía su mano-. Soy... Annie.

Su indecisión y el hecho de que no añadiera su apellido revelaron a Alfonso que no quería decirle su identidad completa. Por el no había ningún problema.

—Poncho. —murmuró, y soltó rápidamente la mano de Anahí tras estrecharla.

No quería volver a pasar por las crueles sensaciones que había experimentado hacía un momento... sobre todo teniendo en cuenta que ella parecía dispuesta a marcharse cuanto antes.

—Poncho…

El modo en que Anahí repitió el nombre que le había dado le hizo preguntarse si sabría, o sospecharía, que no era genuino. Pero le daba igual. Incluso allí, en Inglaterra, el nombre Herrera, y sobre todo la fortuna Herrera, eran tan bien conocidos que el hecho de revelar su identidad solía despertar un interés excesivo... y normalmente especulativo.

Y, según su experiencia, las mujeres eran las peores en aquel aspecto. Sus ojos solían iluminarse ante la posibilidad de un futuro de lujos y comodidades si sabían jugar bien sus cartas. Y ya que no sabía la clase de cartas que tenía Anahí, prefería mantener las suyas bien protegidas.

Aunque Anahí no parecía en lo más mínimo interesada mientras miraba a un lado y otro de la calle.

—¿Buscas a alguien?.— preguntó, temiendo haberse equivocado. Había asumido que el novio invocado por ella no existía... aunque, probablemente, su deducción no había sido mas que la expresión de un deseo.

Lo cierto era que quería a aquella mujer para sí mismo, y estaba dispuesto a hacer lo que lucra para conseguirla.

—¿Era real el novio que has mencionado?. —añadió al ver que no decía nada.

—Oh, no. Lo he inventado con la esperanza de que me dejaran en paz. Sólo estaba buscando un... taxi.

—Puedo llevarte a donde quieras.

—Prefiero un taxi. —el tono de Anahí fue el equivalente a alejarse varios pasos de él. Nada podría haber puesto mas distancia entre ambos.

Un taxi negro se acercó en aquel momento y Anahí alzo la mano, pero ya era tarde. Paso junto a ellos y salpico su falda y sus piernas de agua.

Noche de libertad. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora