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—Aterrizaremos en cinco minutos, señor.

—Gracias —dijo Alfonso a su piloto con un asentimiento de cabeza, aunque no habría necesitado la información. Ya sabía lo cerca que estaban de Helikos, la pequeña isla privada de su padre.

La isla que había sido su hogar mientras crecía.

Cuando estudiaba en Inglaterra y volvía allí a pasar los veranos, siempre solía dar un grito de alegría para celebrar que por fin empezaban las vacaciones. Pero en aquella ocasión ni siquiera sonrió al ver la isla y experimentó una complicada mezcla de sentimientos mientras se acercaban.

Regresaba a Helikos tras una larga ausencia de cinco años, pero la isla ya no era un verdadero hogar para él. La ruptura con su padre se había ocupado de ello. Además, había que tener en cuenta a la nueva esposa... una complicación de la que habría preferido librarse. Aunque, por lo que había oído, aquel matrimonio no era precisamente por amor, sino que se trataba más bien de un acuerdo de negocios.

—No creo que vaya a encontrar la isla muy cambiada. —La voz del piloto volvió a interrumpir los pensamientos de Alfonso.

—Dudo que haya cambiado en lo más mínimo.

Alfonso no se encontraba de humor para hablar; de hecho, no le apetecía estar allí. Y le apetecía aún menos conocer a la última fulana de su padre y ser amable con ella.

Cyril Herrera no era precisamente conocido por elegir a las mujeres más inteligentes y, a menos que hubiera cambiado mucho en los últimos cinco años, el encuentro de aquella noche iba a suponer toda una prueba de resistencia.

Especialmente porque la mente de Alfonso no iba a estar precisamente centrada en Helikos.

Desde el momento en que, una semana atrás, había despertado y se había encontrado sólo en la habitación del hotel, no había sido capaz de apartar a aquella misteriosa Annie de sus pensamientos.

Había pasado la semana tratando de encontrar algún rastro de la mujer que había pasado aquella increíble noche con él, pero prácticamente carecía de pistas y no había tenido ningún éxito. Más le valía olvidar todo el asunto y sacarla definitivamente de su cabeza.

Pero en una sola noche había logrado introducirse bajo su piel y no lograba olvidarla. Ni siquiera en sueños se veía libre de las eróticas imágenes de la noche que compartieron.

Si hubiera podido habría puesto alguna excusa para no acudir a la isla, pero la separación entre su padre y él ya había durado demasiado. Si Cyril estaba dispuesto a ofrecer una rama de olivo, por poco entusiasta que fuera, él estaba
dispuesto a aceptarla.

La casa estaba tal y como la recordaba. En lo alto de un acantilado, la blanca construcción se hallaba sobre una vasta extensión de terreno con dos niveles, cada uno de ellos con una larga barandilla desde la que era posible disfrutar de
unas vistas impresionantes del mar. Un arco lateral daba a un patio empedrado en el que había una piscina oval y una pequeña casa destinada a los invitados.

La puerta se abrió cuando Alfonso aún no la había alcanzado y una mujer pequeña, regordeta y de pelo cano, salió rápidamente a recibirlo.

— ¡Señorito Alfonso! ¡Bienvenido! ¿Es una alegría tenerle de vuelta!

—Amalthea...

Alfonso se sometió gustoso al exuberante abrazo de la pequeña mujer que había sido su niñera mientras crecía. Su madre murió cuando el era un niño y Amalthea era lo mas parecido a una madre que había conocido.

— ¿Dónde voy a alojarme? ¿Me has instalado en mi antigua habitación?

La mirada de Amalthea se ensombreció.

Noche de libertad. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora