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Alfonso encendió la luz y miró en torno a la habitación con expresión crítica.

-¿Estás segura de que esto es lo que quieres?

Se trataba de la típica habitación de hotel, limpia, con una gran cama y el mobiliario habitual. Totalmente funcional, pero impersonal y, por tanto, nada acogedora.

No era el lugar en que Alfonso había esperado acabar la noche, desde luego, pero lo cierto era que nada estaba saliendo como había imaginado.

Desde luego, no había anticipado acabar en la habitación de un hotel con una mujer que despertaba sus instintos más básicos y de la que tan sólo sabía lo que parecía ser el diminutivo su nombre de pila.

—Somos desconocidos —había dicho Anahí —, y quiero que sigamos así. Tú no me conoces y yo no te conozco a ti... y así es como tienen que ser las cosas.

— ¡Ni hablar! —fue la primera respuesta de Alfonso, que se volvió a medias con intención de irse. Pero Anahí estaba aún demasiado cerca de él y la sangre que corría ardiente por sus venas nublo sus pensamientos.

No podía dejarla ir. Lo había sabido en el momento en que le había visto alzar la mano para pedir un taxi que se la habría llevado para siempre de su vida.

—Pides demasiado. —había murmurado.

Anahí no dio ninguna muestra de reconsiderar su propuesta.

—Es eso o nada —dijo a la vez que alzaba una mano y la deslizaba por el frente de la camisa de Alfonso.

Él sintió que la piel le ardía bajo su mano.

—Eso o nada. —repitió ella, y Alfonso supo en aquel instante que siempre se maldeciría a sí mismo si dejaba que aquella mujer se fuera.

—Lo que tú quieras —dijo con total sinceridad—. Lo que tú quieras.

Y lo que Anahí quería era aquello. Al menos por esa noche.

Alfonso estaba dispuesto a dejar que se saliera con la suya aquella noche... a fin de cuentas, ella no era la única que había sido un poco... parca con la verdad. Pero al día siguiente pensaba hacerle muchas preguntas. Y quería respuestas muy concretas. Entretanto, pasaría la noche convenciéndola de que no se trataba de «eso o nada».

— ¿Annie? —preguntó cuando la mujer que lo había seguido a la habitación no contestó—. ¿Qué sucede? ¿Has cambiado de opinión? ¿Quieres dejarlo?

Anahí no había dejado de hacerse aquellas preguntas desde que habían entrado al hotel... o, más bien, desde el momento que había aceptado quedarse. Era evidente que había desconcertado a Poncho al decirle que si se quedaba no debía preguntarle su nombre completo ni darle el suyo.

Por un momento había creído que iba a rechazar su proposición. Su expresión se había vuelto hermética, hasta que sus rasgos habían acabado pareciendo labrados en mármol. Pero entonces había parpadeado una vez, lentamente, y había asentido con su oscura cabeza.

—No. —contestó finalmente, sintiendo una tensión interior que hizo que su voz surgiera fría y distante—. No, no quiero dejarlo. Es sólo que...

«Que esto no se me da bien». Las palabras estaban ardiendo en la punta de su lengua, pero se contuvo. No podía pronunciarlas en aquella situación.

— ¿Es sólo que...?

La voz de Poncho sonó inquietantemente próxima y, cuando abrió los ojos, Anahí vio que estaba tan cerca que podría haberlo tocado con sólo alzar la mano.

Y quería tocarlo. La punta de los dedos le cosquilleaba con el recuerdo de su calidez, y si se pasaba la lengua por los labios aún podía sentir su sabor, limpio, almizclado, intensamente masculino. Deseaba a aquel hombre.

Noche de libertad. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora