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Anahí metió el resto de su ropa en la maleta y cerró la tapa. Ya nada la retenía allí.

Un desolado suspiro escapó de entre sus labios. Ya no le quedaban lágrimas. Las había llorado todas. Al menos momentáneamente. Estaba segura de que cuando volviera a casa habría más lágrimas, más angustia.

Tendría que intentar explicar las cosas a su padre y cuidar de su madre. No sabía cómo iba a hacerlo. Sólo sabía que tenía que hacerlo.

Se había devanado la cabeza tratando de encontrar alguna otra salida, pero sabía que no la había. Tan sólo contaba con la posibilidad que le había ofrecido Cyril, y no estaba dispuesta a aceptarla. Habría considerado cualquier otra posibilidad pero no aquélla.

El coche que Cyril había prometido que acudiría para llevarla al aeropuerto ya estaba esperándola. El conductor se hallaba a su lado, con la gorra calada hasta los ojos. Tomó la maleta de Anahí y luego le abrió la puerta, todo ello sin decir palabra, que era exactamente lo que quería Anahí.

Lo cierto era que apenas era consciente de sus alrededores. No tenía nada que decirle a nadie. El único hombre con el que quería hablar estaba encerrado en la casa de la piscina y no había vuelto a verlo desde el atroz ultimátum que le había dado.

Y ya no volvería a verlo. Nunca más.

El trayecto hasta el helipuerto fue breve, y apenas dio tiempo a Anahí a sentirse emocionalmente preparada para su partida. Pero se sorprendió al ver que el conductor detenía el coche a bastante distancia del aparcamiento.

—¿Qué sucede?. — preguntó Anahí, tensa—. ¿Tengo que caminar desde aquí?

—No, eso no será necesario. Puedo llevarte hasta la pista... si decides que quieres irte.

Anahí estaba demasiado anonada como para hablar y durante unos instantes se limitó a mover la cabeza, aturdida.

— ¿Tú? —fue todo lo que logró decir finalmente.

No parecía posible... no podía ser cierto. Pero el conductor se quitó en ese momento la gorra y se volvió hacia ella.

—Kalimera, Annie — saludó Alfonso con calma.

— ¿Qué... qué haces aquí?

—He venido a verte.

—Pero dijiste que si me iba...

—Lo sé. Y también sé que fue una estupidez hacerlo.

Incluso mientras lanzaba su ultimátum a Anahí, Alfonso había sabido que estaba cometiendo una estupidez que podía acabar estallándole en la cara y destrozando su vida.

Finalmente había admitido que quería que Anahí se quedara. Lo último que quería era que se alejara de él para no regresar nunca. ¿Y qué había hecho? Como un estúpido, había hecho que Anahí no tuviera otra salida.

Había forzado una situación en la que no le había quedado más remedio que irse porque no tenía otra opción. La había presionado hasta que no le había dejado otra salida.

El dolor que le había producido ver como se marchaba había estado a punto de hacerle retractarse, pero la destructiva furia que sentía le hizo permanecer en silencio.

—Te he puesto en una situación imposible y luego te he odiado cuando has reaccionado en contra.

—Tenía que hablar con tu padre —dijo Anahí en un tono apenas audible.

—Ahora lo sé. Lo he sabido en cuanto me he calmado. Pero estaba demasiado ciego como para darme cuenta. ¿Qué puedo decir? — Alfonso abrió las manos en un gesto de resignada derrota—. Estaba celoso, y los celos son capaces de hacer cosas muy raras con la mente.

Noche de libertad. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora