Tragar cuatro novalginas

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        Me pregunto a qué se debe el asco que tengo por defecto a mi propia anatomía, lo siento como si fuera un sentimiento predeterminado que introducen en las mentes de quienes nacen siendo niñas. Si lo comparo con la necesidad del sexo opuesto de señalar repetiva y abusivamente que pertenecen al sexo opuesto, la sensación que se genera hacia el lado inferior de mi hemisferio es miedo continuo de que alguien lo esté observando. ¿Por qué?

     ¿Por qué para las hembras debe haber un ritual de empoderamiento y para los machos un incentivo hacia el continuo apareamiento? Es como si la sociedad te limitara a ser feliz bajo sus normas preestablecidas y todos las aceptan con tal de no luchar contra la realidad. La realidad nos gobierna, la realidad es dominada por la sociedad. Y los pocos que quieren luchar contra ella, son humillados por el lado extremista de la causa seudo intelectual en su esquina más narcisista que es usada por los medios para manipularnos a todos.

     Y este asco iracundo parece que se quedará para siempre dentro de mi cerebro, como el recordatorio constante en mi calendario, pintado de rojo durante casi seis días de una insufrible semana que solo es digerible si tengo en la mano cuatro pastillas de novalgina. Y se supone que tan solo debo acostumbrarme a ello. ¿Por qué?

     ¿Por qué mis piernas deben estar cerradas aunque no use falda? ¿Por qué hay una variable constante y es nuestro miedo? ¿Por qué me tengo tanto miedo? Miedo a mí, a las miradas externas que se incrustan en mi cerebro hasta forjar cicatrizas que luego se convierten en miradas internas.

     La vista en el espejo es desagradable cuando me subo la camisa, no tengo un cuerpo de revista. Y solo me queda exhalar un suspiro y apartar la mirada, igual y como hago siempre. Evadirlo. Evadir la realidad alterada que hay frente a mis ojos, la realidad infravalorada que está pegada en el espejo.

     Y me doy asco. No importa cuántas veces me repita que todo ese bulto que cargo es solo un producto de mi pereza y mediocridad, que no debería poner al lujo frente a la comodidad. Al final me termino sintiendo materialista frente al estampado superficial de mi percepción perjudicada por mi madre, el sexismo y demás micro-loquesea que no han terminado de comprobar sociológicamente.

     No hay argumentos. Al final, no hay argumentos. Solo me queda el consuelo de que otros de mi edad tal vez se sientan igual o mas miserables que yo al ver sus cuerpos refractados en el espejo y tengan que esquivarlo con la mirada.

 Solo me queda el consuelo de que otros de mi edad tal vez se sientan igual o mas miserables que yo al ver sus cuerpos refractados en el espejo y tengan que esquivarlo con la mirada

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