Capítulo 1 Un café y un chiste, por favor.

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(Esta obra llegó a mí por inspiración de una canción, a la hora de la lectura te la recomiendo para una mayor experiencia, espero que puedas sentir al oírla algo similar a lo que yo sentí al escribirla). La canción se titula: "NUVOLE BIANCHE DE LUDOVICO EINAUDI".

El ambiente olía a café de máquina, chipas y medialunas calientes. Mozas iban y venían incansables por pasillos estrechos sin atropellarse. Apenas si arrancaba el otoño en Corrientes Capital y de a poco llegaba el fresco, acompañada de grandes cantidades de nostalgia de estación.

Pasaban las cinco y media de la tarde de un fresco veintiséis de marzo, en la cafetería Tía Doris en Hipólito Yrigoyen esquina Mendoza.

Las mesas; rodeadas de personas agrupadas en pares comían, bebían y charlaban llenando con temas distintos, silencios incómodos. Excepto una mesa, en la que reinaba el más absoluto de los silencios, allí en completa soledad, una chica de cabellos oscuros, leía un libro con su café a un lado. En la mesa frente a ella había otra que daba a la ventana, compartida por una señora y una chica que simulaban ser madre e hija.

La señora era una experta llamando la atención, más de una vez se la oyó putear o insultar a alguien que no estaba ahí, alguien a quien parecía estar esperando. Los demás clientes tuvieron que desviar su mirada hacia ella con más de un gesto de desaprobación, no la querían ahí, arruinaba el ambiente.

_Este pendejo me tiene harta ¿Dónde está, este pelotudo? Ya se le hizo tarde de nuevo...

Dijo la señora. Mujer que no pasaba los cincuenta años; de teñidos y claros cabellos castaños, de tez blanca, con notorias marcas de sol y arrugas por la edad. Su rasgo distintivo parecían ser unos lentes grandes delante de un par de ojos cafés, tristes, gastados que transmitan una mirada desaprobatoria. Una gran nariz aguileña y bajo esta una pequeña boquita que no sonreía de manera sincera en años. 

La chica sentada frente a ella, cansada de tantos ojos posados en ella, respondió.

_Mamá, callate un poco, la gente nos está mirando y me está dando vergüenza.

­_Callate vos, a mí no me hablés así, Juliana. ¿Y qué me importa que me estén mirando?

Juliana era una chica linda; sus cabellos oscuros y lacios bañaban su graciosa y redondita cara. Su piel estaba bronceada naturalmente. Sus ojos redonditos se veían muy despiertos. Tenía un solitario hoyuelo en la mejilla izquierda, que se marcaba al sonreír o hacer una mueca de disgusto. 

Sin previo aviso, la puerta de la cafetería se abrió, y tras la cual emergió un chico que empezó a mirar el interior como buscando a alguien, hasta que encontró a las mujeres que lo esperaban.

_Ah bueno... hasta que apareciste, chamigo, ya terminamos de merendar esperándote a vos nene.

Vociferó la señora de las gafas. El recién llegado solo bajó la cabeza, donde la volvió a levantar cuando se cruzó con una moza a quien saludó, con un simple "¿cómo está?". El saludo fue correspondido con un, "Dale que está enojada la señora". Por parte de la moza, ante el cual el muchacho sonrió. Juliana volteó a mirarlo y le hizo una cara de "chaque está re loca". 

_Hola, gordita ¿cómo estás?... ¿vieja, todo bien?

Saludo con un beso en la frente a su hermana, y a su madre solo la miró mientras tomaba el asiento frente a la ventana, la mochila que tenía fue al suelo, debajo de la mesa.

_Todo bien, payaso ¿vos?

Saludó Juliana al recién llegado, que solo respondió con un simple "bien".

_Chamigo, ¿tanto vas a tardar? ¿qué pa estabas haciendo?

_Bueno mamá, ni que fueras policía, ya está acá, dejá de gritar.

Escenario VacíoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora