DÍA 3 - mañana

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Thoma despertó de súbito. Había tenido una pesadilla horrible. Se incorporó un poco, debían ser sobre las cinco de la mañana. Iba a apartar las sábanas cuando notó a alguien a su lado.

- ¿Te vas?

- No creo que me pueda volver a dormir - suspiró Thoma.

- Te acompaño, yo tampoco he podido conciliar el sueño.

El mayordomo lo agradeció y ambos se vistieron y bajaron a tomarse un café.

- ¿Y desde cuándo te gusto? - le preguntó Ayato mientras removía el contenido de la taza con la cucharilla.

- Diría que desde siempre - Thoma se sentó a su lado en el sofá.

- No pensé que serías… bueno, pensé que te gustaban las mujeres.

- Si, también, ¿tú?

- No, solo me gustan los mayordomos rubios.

Thoma dejó escapar una suave risa mientras enrojecía. Ayato se inclinó y le besó la mejilla con ternura, él le pasó un brazo sobre el hombro y se quedaron así por un rato, simplemente disfrutando de la compañía del otro, acurrucados mientras le daban sorbitos al café. No existía futuro en ese momento, sólo aquél momento pacífico que deseaban que durara por siempre. Ayato se separó al escuchar a alguien bajar las escaleras y ambos se quejaron cuando Ayaka encendió la luz al haber estado en la oscuridad por tanto tiempo.

- ¿Qué hacéis aquí? - preguntó la joven en pijama y con ojeras visibles.

- ¿Qué haces tú aquí? - le devolvió su pregunta su hermano mientras que Thoma simplemente se limitaba a responder, aunque no con toda la verdad.

- Estábamos tomando un café.

- Ah… yo es que no me podía dormir, y bueno, van a ser las seis ya y… quiero estar cuando ellos lleguen.

Aquello fue como un balde de agua fría para ambos amantes, un golpe de realidad, como si hubieran estado flotando en una nube y ahora cayeran duramente contra el suelo. Por unos hermosos minutos habían olvidado la razón de todo aquello.

- Es… es verdad - suspiró Ayato - ah, los papeles se quedaron en… bueno voy a buscarlos ahora vuelvo.

- Vale - dijo Ayaka. - ¿que tal estás? - se dirigió ahora a Thoma mientras se sentaba en un sillón a un lado del sofá.
Bueno, mejor de lo que esperaba la verdad - le sonrió y dejó la taza de café sobre la mesa - creo que aún no lo termino de asimilar.

- Yo tampoco… - Ayaka tragó saliva. Se había jurado no llorar aquella mañana, así que aunque ya tuviera ganas retuvo las lágrimas.

Ayato trajo los papeles y entre los tres los estuvieron revisando un poco por encima aunque acabaron por dejarlo estar porque no querían pensar más en eso. Aquella fue la hora más larga que Thoma había vivido jamás, pero no quería que acabara nunca.

Ayaka dijo que iba a buscar una cosa a su habitación y que ahora regresaba. En lo que se fue ambos amantes aprovecharon para darse un beso tierno.

- Vuelve pronto, ¿vale?

- Por supuesto.

- Va en serio.

- Lo sé.

Ambos volvieron a juntar sus labios en un beso que decía todo lo que no les daba tiempo de hablar, y que iba allá donde las palabras no alcanzaban. Que no querían separarse nunca, que ya se echaban de menos, que estaban asustados y que ojalá hubieran hablado antes sobre sus sentimientos.

- ¿Estáis bien? - preguntó Ayaka en cuanto regresó al salón.

Ambos tenían los ojos rojizos.

- Como lloréis me haréis llorar a mí - les avisó ella con la voz ya rota.

Thoma estaba intentando evitarlo, así que se secó el rostro con la manga escondiendo sus ojos en el interior del codo. Respiró de manera trémula, de la forma en la que solo se hace cuando lloras, lo cual desestabilizó a ambos hermanos. Thoma nunca lloraba, es más, él siempre era tan alegre, era como un rayito de sol que brillaba aún en los días de lluvia, y verlo así, tan destruído, hizo que ambos Kamisato corrieran a abrazarlo. Él único que se guardó sus lágrimas para sí fue Ayato, pues su hermana también había roto a llorar. Al cabo de unos minutos Thoma se secó las lágrimas como pudo.

- Ya… ya está - dijo torciendo una sonrisa - oh Ayaka lo siento, no llores por favor.

- Me has… hecho romper mi promesa - dijo ella mientras se secaba las lágrimas con una servilleta. - Bueno, te había traído esto…

Le entregó un papelito doblado que el mayordomo tomó entre sus manos con delicadeza.

- Si lo abro voy a llorar de nuevo, ¿verdad?

- Supongo… es un dibujo.

- Me lo guardaré para luego, muchas gracias Ayaka.

Ayato miraba la escena con ternura, pero su sonrisa desapareció al escuchar que tocaban la puerta. Miró el reloj, eran las siete en punto. Los cabrones eran puntuales. Koharu fue a la entrada para recibir la puerta pero Ayato la detuvo.

- Gracias, Koharu, yo la abro.

- Está bien… - la voz de la joven criada temblaba, si estaban todos igual, pensó Ayato.

Respiró hondo y abrió la puerta. Tras él estaban Akaya y Thoma, expectantes. El rostro de Kujou Sara apareció tras la puerta, acompañada de cuatro guardias. Ayato no se dignó a saludarlos, ellos tampoco lo hicieron.
La voz de Sara era áspera e impasible

- Thoma quedas arrestado por infracción del código penal artículo nueve debido a acusaciones por alta traición, complicidad en el espionaje, en el robo de datos confidenciales del estado y…- conforme Sara hablaba dos guardias entraron y lo sacaron a la fuerza. Ayato apretó los puños sabiendo que no podía hacer nada o sería peor - …en el tránsito de datos ilegítimos que atentan contra nuestra nación y la misma Shogun Raiden, por eso quedas arrestado hasta nuevo aviso y pendiente de juicio por tus acciones - Terminó de hablar Sara.

El rostro de Thoma había cambiado completamente, hace unos pocos minutos se veía aterrado mientras que ahora se mostraba tranquilo y calmado. Dos guardias lo sujetaban por los brazos y otros dos lo escoltaban. Thoma intercambió una última mirada con Ayato y le dió la impresión de que le sonreía. Era inadmisible, Sara había hablado y lo trataban como si fuera un criminal cuando en realidad era la persona más dulce que el peliazul había conocido jamás, a parte que todo lo que había hecho había sido para salvar una nación que ni siquiera era la suya… Ayato abrió mucho los ojos, ¡eso era! Thoma no era de Inazuma sino de Mondstad, y quizá con eso pudiera ganar el juicio que hasta ahora daba por perdido. Ambos hermanos observaron cómo se lo llevaban y lo metían en un carro tirado por caballos, pero Ayato ahora tenía nuevas esperanzas. Al cerrar la puerta Ayaka corrió a su cuarto antes de que sus lágrimas se desbordaran del todo.

- ¡Ayaka! ¡Creo que ya sé una manera de salvarlo! - le dijo para que se quedara más tranquila. Su hermana asintió pero se retiró igualmente.

El resto de la mañana fue silencioso, muy silencioso. Ayato trabajó sin cesar en unos nuevos apuntes hasta quedar satisfecho con ellos.

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