DÍA 3 - noche

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Ayaka abrió la puerta después de oir que alguien llamaba. Al otro lado se encontraban aquellos a quien menos esperaba ver. Bajo el cielo rojizo del atardecer aguardaban Kano Nana, Ogawa, el joven Momoyo y la pequeña Sayu. Los cuatro tenían ese brillo en los ojos característico de los suyos.

- Joven Ayaka - habló Ogawa haciendo una ligera reverencia. - El hombre vestía ropas ligeras y oscuras. - Por supuesto hemos oído las noticias respecto al maestro Thoma y Yoimiya. Venimos, una vez más, a recordarle que estamos a vuestro servicio.

La organización de Los Ocelos, fundada por su padre hacia al menos cuarenta años. Ellos eran una organización secreta que cuidaba del bienestar de inazuma. Grupos de espías, que recogían a huérfanos y los entrenaban según sus costumbres. Sayu tenía el ceño fruncido y se veía más despierta que nunca. Momoyo, otro chico de la organización, que debía tener la misma edad que Ayaka, tenía una expresión seria pero parecía que le costaba contener su enojo ya que tenía sus puños apretados.

- Ogawa, Kano Nana… no esperaba veros hoy aquí - admitió la joven al instructor y a una de las encargadas de la organización respectivamente - Por favor, entrad.

Ayaka se hizo a un lado para dejarlos pasar. Así lo hicieron los cuatro Ocelos agradeciéndole primero.

- Koharu, llama a mi hermano por favor - le mandó a la joven criada que asintió y subió las escaleras. - Por favor, sentaros - dijo la chica conduciéndoles a la sala de reuniones donde había una mesa de caoba rectangular en el suelo. Las paredes estaban cubiertas de tapices y el suelo era de bambú. - supongo que tendremos mucho de lo que hablar.

La joven Kamisato se encontraba serena y tranquila, y eso que había sido apenas aquella mañana que se habían llevado a Thoma y supuso que también a Yoimiya y Gorou. Los cuatro pertenecientes a Los Ocelos se sentaron al rededor de la mesa, dejando que presidieran ambos extremos los hermanos Kamisato. Ayato llegó en unos minutos, les dio la bienvenida confesándose que tampoco esperaba verlos ahí. Los otros contestaron que simplemente no podían no hacer nada al respecto. Ayato les contó todo lo que había sucedido hasta el momento y cómo estaban llegando de acuerdo con su abogado, y cómo, por el momento, deberían de esperar al juicio, que por mucho que tuvieran ganas de acción eso solo entorpecería la causa.

- Entonces… ¿no hacemos nada? - dijo el joven Momoyo con el ceño fruncido, claramente en desacuerdo.

Sinceramente aquél chico de cabello negro se le hacía bastante atractivo a Ayaka, pero no estaban ahí para eso, así que intentó guardarse sus sentimientos porque no era momento.

- Mañana iré a visitar la cárcel de El Cuervo ya que es allí donde retienen a Thoma - le explicó Ayaka al chico - intentaré que me dejen hablar con él, en teoría no debería de haber ningún problema. Le explicaré lo que hemos hablado hoy sobre el juicio, pero no hablaré sobre Los Ocelos aún, temo que no estemos tan solos como parece.

- ¿Pero que pasará si el juicio no funciona? Es decir, si lo perdemos - cuestionó Kano Nana, una de las personas al mando de Los Ocelos.

- Esperemos que eso no pase… - dijo Ayato.

- Ya pero eso no es muy realista - replicó Momoyo ante la mirada enojada de sus supervisores.

- Lo siento, Momoyo, ahora mismo hay que centrarse en resolver lo del juicio - contestó Ayato con un tono tranquilo. En verdad el chico solo estaba diciendo en voz alta lo que todos pensaban, pero no podían pararse a dudar. De momento tenían esa opción y tenían que ir a por todas.

Estuvieron discutiendo hasta que anocheció. Ayaka se excusó y decidió salir al jardín a tomar un poco el aire, se estaba agobiando allí dentro sobretodo porque no parecían sacar nada en claro. Pensó si Lumine asistiría al juicio. Habían escuchado que había sido convocada, pero ella se encontraba por las tierras lejanas de Sumeru y el juicio era en dos días, así que dudaba que pudiera asistir aunque quisiera. Ayato le había escrito una carta desde el primer día, pero no había dado señales de vida. Aquello era muy extraño incluso para la viajera. La chica se apoyó en la pared exterior de la hacienda, y suspiró mientras observaba las flores del jardín mecerse ante la pequeña brisa nocturna. Se empezaba a notar esa brisa fresca del otoño y había que comenzar a abrigarse.

- ¿No tienes frío? - una voz la sacó de sus pensamientos y a la vez, hablando justo lo que ella estaba pensando. Al girarse vió al chico de pelo negro apoyado en la puerta corrediza.

- Ah, Momoyo… Si, está comenzando a refrescar, ¿no?

El chico avanzó hasta colocarse a su lado y ambos se quedaron mirando el jardín por unos segundos.

- Siento lo de Thoma - dijo él al fin - sé que era importante para tí.

- No quiero hablar del tema ahora - respondió ella con voz suave pero cortante. Justamente se había ido de allí para liberar su cabeza de aquello. Momoyo suspiró.

Él había sido adoptado por la agencia de Los Ocelos cuando apenas tenía unos cinco años y es por eso que conocía a Ayaka desde que eran pequeños. En esos tiempos, de vez en cuando, cuando sus superiores y los señores Kamisato se reunían, los hermanos y algunos niños de Los Ocelos podían jugar juntos. Como Ayato era mayor pronto fue llamado a observar las reuniones junto a sus padres ya que él sería el sucesor, pero Ayaka y él llegaron a conocerse bastante. El chico se preguntaba si, si se hubieran criado de forma normal, ambos podrían haber llegado a ser amigos. Ahora eran prácticamente desconocidos.

- Lo siento si ha sonado borde de mi parte - se disculpó la chica - es solo que estoy harta del tema, pero soy consciente que hay que hacer algo al respecto.

- Es normal - respondió él - ¿quieres que te acompañe a la cárcel mañana?

La chica sonrió levemente.

- Me encantaría pero… ¿no sería peligroso para tí? Eres un espía después de todo.

- No importa, nosotros podemos hacer vida normal.

- Ya, pero vas a tener que explicar tus motivos para conocer a Thoma, y para conocerme a mí, y eso solo es debido a la agencia. En mi caso Thoma era mi mayordomo después de todo.

- Supongo que tienes razón - admitió decaído.

- Podemos quedar después y te lo contaré todo.

- Me parece bien entonces - aceptó Momoyo.

Una brisa fresca y repentina revolvió el pelo de ambos jóvenes. Ayaka dejó que aquél aire frío llenara sus pulmones, adoraba esa sensación. Su visión cryo que colgaba de su cintura emitió un ligero destello blanquecino.

- Por cierto - habló de nuevo el chico, haciendo que la chica se girara hacia él - felicidades, Ayaka, aunque no tengo nada para darte…

- Gracias Momoyo, no importa, ahora no necesito nada material, nunca lo he hecho realmente.

- Entiendo…

- …de hecho - habló Ayaka con algo de duda al principio - de hecho siempre he odiado los regalos - admitió ella.

- ¿por?

- Bueno, siempre he podido tener lo que quería fuera mi cumpleaños o no, así que para mí no tienen ningún valor a parte de estar con la persona que me lo da. Este momento para mí es un regalo mucho más valioso que cualquier cosa material.

Si no hubieran estado en la situación en la que estaban, si el mundo no se estuviera despedazando al rededor de ellos, si no tuvieran el miedo a flor de piel y al tiempo pisándoles los talones, Momoyo habría dado un paso adelante hacia la chica, pero no lo hizo. Porque sabía que después de todo, aquél era un mal día para hacer una confesión de amor.

Al AlbaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora