DÍA 3 - mediodía

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Al fin el carro se paró en seco. Thoma suspiró, llevaban toda la mañana mareándolo y llevándolo que aquí para allá, de oficina a oficina, haciéndole firmar cosas, preguntándole cosas absurdas, interrogándolo por horas y horas seguidas. La cabeza le dolía y se sobresaltó cuando abrieron la puerta del carro de forma brusca. Lo obligaron a bajar y lo condujeron hasta la puerta de la cárcel. Abrieron la verja de la entrada. Thoma se sintió como si lo estuvieran echando a los cocodrilos. Tragó saliva. Lo condujeron a través del patio hasta la puerta principal. La cárcel era bastante grande y estaba a las afueras de la ciudad. Al entrar lo llevaron a una especie de recepción donde lo esperaba un hombre barbudo y muy flaco. 

- Bienvenido a El Cuervo - le dijo el hombre mostrando una amplia sonrisa a la cual le faltaban varios dientes.

Le quitaron todo lo que llevaba, inclusive un papelito doblado.

- ¡Espera! ¡Eso es importante! 

- Oh, conmovedor - el señor abrió el dibujo de Ayaka y lo inspeccionó - muy bonito el dibujo de tu novia, te lo devolveré si te portas bien.

-Pero- 

- Que te calles y te quites la ropa.

- ¿Que?

- Este es tontísimo - le dijo a uno de los guardias que lo habían llevado hasta ahí - que te tienes que cambiar y poner el uniforme de la cárcel - le explicó como si fuera un niño pequeño.

- ¿…aquí?

- Si, aquí, venga que no tenemos todo el día.

Thoma se cambió a regañadientes y después lo llevaron a una sala donde le hicieron algunas fotos con el número 227. ¿Qué estaba haciendo él allí? ¿Cómo era posible? Se preguntaba a sí mismo, él, que lo único que había tratado de hacer en su miserable vida era ayudar a quienes amaba, allí, siendo tratado como un perro de feria. Debido a que era mediodía le dieron su número de habitación y le dijeron que fuera al comedor. Después de eso, le quitaron las esposas y entró del todo en la cárcel mientras escuchaba como cerraban la puerta tras él. El mayordomo se encogió mientras observaba a su alrededor. La gente allí daba realmente miedo. Tragó saliva. No podía dejar que vieran que les tenía miedo o se lo iban a comer vivo allí dentro. Fue al comedor, tomó una bandeja y se puso a la cola.

- Eh, tú, el nuevo - se le acercó el tipo de persona que puedes esperar encontrarte en una cárcel. Un tipo gigante, musculado y con tatuajes por todo el cuerpo y la cara. - Nosotros comemos primero.

Thoma alzó una ceja y se fijó que en la fila se habían colocado gente que parecía… bueno, más peligrosa, mientras que en las mesas la mayoría esperaban su turno, con paciencia y el plato vacío. 

- Vaya… bueno no lo sabía amigo, lo siento.

- ¿A qué viene ese tonito?

- Te estás imaginando cosas, simplemente te dejaré el sitio ¿está bien? - Thoma frunció el ceño, aunque sus palabras eran tranquilas su rostro mostraba una expresión completamente diferente. Simplemente estaba enfadado con toda la situación hasta ahora, que lo metieran ahí y ahora encima venía ese que no parecía tener muchas luces a tocarle los huevos. Solo quería comer y marcharse a su habitación.

- ¿Te ríes de mí? - el contrario apretó el puño.

- Que no - Thoma se dio media vuelta y se marchó a sentarse en una mesa con cara de pocos amigos. Lo último que quería es que encima lo marcaran por mal comportamiento.

Al otro le pareció razonable y se colocó en su sitio. Algunos presos habían mirado la situación emocionados, pero había decaído cuando había acabado en paz. Thoma ahora se preguntaba si habría hecho bien, porque ahora había mostrado que él había agachado la cabeza y encima que era nuevo y no tenía ni idea, pero venga ya, no tenía opción contra ese. Las paredes de aquella sala eran altas y blancas. El corazón de Thoma aún iba a mil por hora así que se distrajo observando los destellos que se reflejaban en la bandeja de metal con las lámparas del techo. Vio su reflejo distorsionado en el metal. Tenía el cabello despeinado, ojeras, estaba pálido, y lo peor es que aquello solo acababa de empezar. Le entraron ganas de llorar, en serio, ¿cómo podía haber acabado él allí? ¿Y que era de Yoimiya o Gorou? Gorou era un general pero… pero Yoimiya era apenas una niña. Por Dios, él tomaría su lugar si pudiera, no comprendía cómo podían ser tan crueles. No lo comprendía. Aquella chica era un ser de luz, la persona más deslumbrante que conocía. ¿Y ahora qué pasaba, que se supone que significaba eso? ¿Que ya no los volvería a ver nunca? ¿Qué ocurría con los cumpleaños que les quedaban por celebrar? Sabía que muchos veían su trabajo como algo poco digno, el vivir sirviendo a otros, pero a él le gustaba porque sentía que lo necesitaban, y quería esa sensación de ayudar a otros para sentirse bien con él mismo. Era egoísta si, lo sabía, ni siquiera lo hacía por temas de dinero, pero era algo que ya añoraba. Escondió su cabeza entre sus manos, mientras que algunas lágrimas comenzaban a caer por su rostro oculto, solo algunas lágrimas silenciosas al comenzar a ser consciente de que aquello estaba pasando de verdad, de todo lo que había perdido y todo lo que cambiaría su vida en los próximos días.

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A Yoimiya la habían metido en la cárcel femenina “Cabeza de Serpiente” Llevaba allí unas horas ya y aunque estaba bastante decaída se estaba tomando las cosas con optimismo, al menos lo intentaba. Que la sacaran a la fuerza de su casa y la carta de ayer fueron ambas muy impactantes, realmente no había llegado a sentir tanto miedo en toda su vida, pero estaba segura de que los acabarían sacando de allí, además era difícil que perdieran el juicio sobretodo si venía Lumine a declarar. Suspiró, se había sentado en su cama, la litera de arriba, ya que le estaban enseñando donde dormiría de ese día en adelante. Aquella habitación era horrible, pero al menos solo sería temporal, así que se lo tomaría como experiencia vital, ¿cuántos podían llegar a contar que habían estado en la cárcel? Ahora en serio, le dolía la cabeza la cual estaba llena de sentimientos confusos, todos tratando de tapar un terror inmenso que le revolvía las entrañas. Yoimiya tragó saliva, solo quería irse a dormir y despertarse en casa, con su padre preparando un desayuno delicioso, luego atendería la tienda de fuegos artificiales y jugaría con los niños. Jugó con sus manos de manera nerviosa, si moría, ¿estaba segura de que estaba satisfecha con su vida hasta ahora? Había dejado los estudios porque tenía claro que tomaría la tienda de su padre, siempre le habían encantado los fuegos artificiales y la gente, así que era el lugar que el mundo había preparado para ella, estaba segura de eso. Cuando las luces estallaban en el cielo de mil maneras diferentes, ella se preguntaba cómo era posible, qué ingredientes llevaría aquello para que semejante reacción provocara a la vez una explosión, luz, formas, se alce tan rápido en cielo nocturno, y dure solo un suspiro en el cual los espectadores contienen el aliento. Era simplemente mágico. Pensar en ello la hizo sentirse un poco mejor, así que bajó de la litera ya que iban a convocarlas para las actividades de la tarde.

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